Por Mabel Sarmiento
Hombres de todas las edades
buscan en las aguas residuales tesoros perdidos. Sacan sortijas, pedazos de
cadenas de oro y otros metales, que venden para comprar comida y ropa.
Caracas. Los vecinos los
miran desde sus ventanas con sorpresa y hasta con cierto temor, pues no son
chamos que crecieron en el barrio. Los alarma un poco la “labor” que
hacen: se meten en chores y descalzos a las quebradas a buscar metales, preciosos
y no tan preciosos, que luego venden para comprar comida y ropa.
De unos meses para acá
dentro de las quebradas de Lídice y Manicomio, hacia el oeste de la ciudad,
está proliferando la actividad minera.
“Son gente que viene de
otros lados y pasan todo el día en la quebrada”, dijo una señora que vive en la
parte alta de la quebrada La Cochinera.
Los muchachos se meten solo
con una linterna y un tobo.
“Ellos pasan por aquí bien
tempranito. Son ocho hombres y luego bajan ya en la tarde. Uno se da cuenta de
que están metidos en el agua cuando pasa muy negra: es porque están removiendo
la sedimentación. Están buscando oro”, aseguró la doña con cierto asombro.
Más abajo, en la quebrada
San Benito, hacia los lados de Manicomio, cuatro muchachos (el menor tenía 15 y
el más grande 24 años) salían de un hueco con un tobo.
“Ya tenemos un año y mira,
sí se consigue”, afirmó uno de los menores mostrando una sortija y una
cadena de plata.
Este grupo de “mineros” vive
en Charallave, estado Miranda. Ya a las 5:00 am van saliendo de sus casas con
una muda de ropa en las manos.
“Nos enteramos de la
quebrada por otros que están haciendo lo mismo”, contaron los jóvenes, quienes
usan un tobo y una linterna para meterse al cajón.
Aseguran que han sacado
piezas de valor.
La técnica, comentaron, la
aprendieron de otros que pasaron por ese arroyo y que también estuvieron en las
minas de Guayana. Sacan la arenilla que se acumula en las quebradas —que
por cierto es completamente negra por la corrosión del agua residual—, la ponen
en el piso para que escurra y luego con sus manos van separando el material.
Estos chicos se cuelgan
al cuello un envase de los que se emplean para tomar la muestra de
orina y ahí meten los metales reunidos en el día. Recolectan
zarcillos, sortijas, pedazos de plata, cucharillas de acero, pedazos de cadenas
de oro. “Y sí, sí nos da para comer. Lo que sacamos lo repartimos entre todos.
No nos ha dado picazón el agua. Tampoco nos hemos enfermado”, contó uno de los
chamos, quien añadió que al terminar se bañan por los lados de Caño Amarillo y
más tarde parten a cambiar las prendas por los lados de Capitolio.
En Los Frailes de Catia, en
la quebrada Caroata, a pleno mediodía había otro grupo de hombres. La mayoría
tenía botas de caucho y se sumergían casi por completo.
Uno de ellos alzó su mano y
mostró un anillo, que presumió era de oro.
De lado y lado de la
quebrada hay casas que tienen sus tuberías y desagües hacia el embaulado.
Sacan los residuos y van
separando el material.
“La gente lava la ropa o se
enjuaga las manos y de repente pierden sus prendas. Por eso es que están aquí”,
coemntó uno de los vecinos de la zona.
Los “mineros” se colocan
precisamente cerca de los chorros y esperan por el botín.
Encontrar personas “buscando
tesoros” en las quebradas es común en el río Guaire, a la altura del
Encantado, en Petare. Muchos sacan cables y aprovechan el cobre y consiguen
algo de más valor, así coronan la papa del día.
Ahora, “en vista de la
crisis nos vemos en la necesidad de hacer esto. Pero nos hemos enterado de que
hay más competencia en las cabeceras de las quebradas”, aseveraron los
muchachos, que establecieron rutinas para escarbar de 8:00 am a 5:00 pm.
En estas quebradas no es
posible ni hacer un paseo en un bote reforzado debido a que el agua transportan
una altísima cantidad de materia orgánica infecciosa. Fácilmente una persona
puede contagiarse de hepatitis A y E, de salmonelas, amibiasis y muchas otras enfermedades
que encuentran su acceso por el tubo digestivo.
Fotos: Mabel Sarmiento
Garmendia/Mariana Mendoza
18-08-16
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