Félix Seijas Rodríguez 07 de agosto de 2016
El
pasado jueves el Centro de Estudios Políticos de la UCAB celebró en Caracas una
conferencia sobre transición, con la participación de expertos nacionales e
internacionales.
Tomándome
la libertad de sintetizar con los riesgos que ello implica, la extensa
discusión que allí tuvo lugar, puntualizaré los cuatro elementos que se
plantearon como condiciones necesarias para
una transición exitosa desde un sistema autoritario hacia una democracia
saludable. Estos son:
1.-
movilización ciudadana que genere presión suficiente a quien ostenta el poder,
2.-
negociación de las partes bajo el convencimiento de que la situación reinante
es insostenible,
3.-
una élite política en condiciones de administrar tal proceso, y
4.-
una unidad sólida –en visión y acción– de dicha élite en torno al objetivo
común.
Si
analizamos estos puntos en el contexto venezolano, resulta difícil concluir que
en los actuales momentos en el país se está desarrollando un proceso de
transición, al menos en el sentido que arriba hemos señalado.
El
nuestro no es un territorio en paz. Así lo evidencian las
cifras del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, las cuales revelan
que en Venezuela se producen un promedio de 21 protestas al día. Sin embargo,
estas manifestaciones carecen del carácter político que les permitan conectarse
a lo largo y ancho del país para, así, generar el efecto contundente que
coloque al Gobierno en situación de apuro ineludible. Es distinto, por ejemplo,
arremeter contra un supermercado de manera puntual, desahogando la angustia por
conseguir algún producto de la cesta básica, que salir a la calle a emplazar al
Gobierno con el objetivo de recibir respuestas concretas a las necesidades. La
sistemática represión que desde el ejecutivo se ha aplicado durante los últimos
años a la protesta con forma, intensidad y excesos según la circunstancia
amerite, ha alimentado el temor en los venezolanos. Si además unimos a esto el
valor que las personas le asignan al voto como instrumento de cambio político
reforzado a raíz de los resultados del 6D, lo que les brinda una alternativa de
bajo riesgo para canalizar sus deseos, terminamos delineando un escenario en el
cual la activación de un tejido nutrido de protesta de calle parece poco
probable.
En
cuanto a negociaciones, su factibilidad depende de que ambas
partes estén convencidas de lo insostenible de la situación, y de que ellas
estén dispuestas a conceder algunas prebendasen el proceso. En este sentido, la
oposición reunida en la MUD tiene años denunciando las graves consecuencias del
modelo impuesto por quienes administran al país. El Gobierno, por su parte, da
señales claras de no percibirse a sí mismo en medio de una situación de
carácter insostenible y centra su apuesta en la premisa de que goza de suficiente
margen de maniobra para sortear la tempestad y alcanzar aguas más favorables.
Por lo tanto, para el Gobierno el camino a seguir es continuar en batalla,
concebida ésta bajo la lógica militar de pulverizar al enemigo. La negociación
no forma parte de sus planes. Entonces se afana en arrastrar el Referendo
Revocatorio hacia el 2017, momento en el que supone puede manejar un conjunto
de elementos a su favor.
Considera
el Gobierno también que en materia económica ocurrirá algún milagro de esos que
solían rescatar al ex presidente Chávez en momentos apremiantes que les
permitirá generaren la población la sensación de “giro de rumbo” hacia la
recuperación, otorgándoles la posibilidad de llegar a las presidenciales de
2018 en condiciones competitivas prescindiendo entonces, o quizás antes, de la
figura de Maduro. Ante estas circunstancias, la oposición sabe que cualquier
llamado del Gobierno a dialogar no persigue otro objetivo que el de comprar
tiempo, situación a la que la MUD no puede ni debe prestarse.
Con respecto
a la existencia de una élite política capaz de transitar ventarrones aún más
hostiles que los que hasta ahora hemos vivido, es preocupante lo difícil que
resulta visualizar tales actores en la acera oficialista; en los procesos de
transición la figura del “héroe de la retirada” es un elemento altamente
deseable, y aquí no podemos sino orar porque tal figura surja en el momento
requerido. Por su parte, al frente de las organizaciones políticas que
conforman la MUD encontramos, casi en su totalidad, a líderes jóvenes que han
asumido el protagonismo opositor durante estos 17 años de “revolución”,
curtiéndose cada vez más en el oficio. El retoque ellos aún hoy afrontan,
consiste en garantizar la consolidación de una unidad estable que transite el
camino del cambio.
Si
bien la MUD ha crecido a través del tiempo lo que le ha permitido alcanzar
importantes conquistas, queda aún por fortalecer el concepto de unidad más allá
de la necesidad puntual en lo electoral. La victoria final no consiste en un
referendo ni en un cambio de Presidente o gobierno. La victoria consiste en la
consolidación de un sistema democrático de calidad, que cierre para siempre la
entrada a demagogos ansiosos de echar raíces en el poder a expensas de una
población confundida y maltratada. Resulta terrible ver números que muestran un
porcentaje importante de venezolanos dispuestos a contemplar como opción a
oportunistas que surjan emitiendo cantos de sirena, sin importar que ello
involucre renunciar a formas institucionales. La experiencia nos ha enseñado
las consecuencias que este tipo de situación puede acarrear. Es tarea
fundamental del liderazgo opositor cerrar de una vez por todas las puertas a
tal posibilidad, y para ello es vital que posean una visión compartida de los
elementos clave para alcanzar tal cometido.
Quienes
conforman la MUD se encuentran en medio de un proceso que marcará el futuro de
nuestra nación por décadas. Al final, la historia mostrará si la de estos
tiempos se trataba de una élite que estuvo a la altura del compromiso que le
tocó asumir.
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