RAFAEL LUCIANI 13 de agosto de 2016
@rafluciani
El 15
de agosto de 1917 nació Oscar Arnulfo Romero. Estamos por celebrar el 99
aniversario de su natalicio. La mayoría lo conoce por haber sido el Arzobispo
de San Salvador asesinado el 24 de marzo de 1980 durante la celebración de la
eucaristía en la capilla del Hospitalito. Apenas tenía tres de haber tomado
posesión como Arzobispo. Durante ese tiempo su honradez humana se vio sumida en
un proceso de conversión al entrar en contacto con la realidad que vivían los
pobres. ¿Qué actualidad puede tener un obispo como Romero hoy?
Una de
sus aportes más extraordinarios son sus homilías, que compartía cada domingo
por la mañana en la Catedral. Ellas eran legendarias y se podían escuchar por
radio. Una gran mayoría de salvadoreños, incluso de aquellos que no eran
afectos a su posición, las escuchaban. En una primera parte explicaba las
Escrituras para dar un mensaje de esperanza en medio de tanta violencia. En una
segunda parte hacía un discernimiento evangélico con su aplicación a las
circunstancias concretas del país. Repasaba los eventos sociopolíticos más
importantes de la semana, especialmente lo que vivía cada comunidad cristiana,
y luego de discernirlos en público emitía un juicio desde la fe. En ellas
denunciaba públicamente a los victimarios urgiéndolos a cambiar. Pero también
dirigía palabras de acompañamiento a las víctimas para fortalecerlas en sus
luchas.
Todo
lo escribía.
Vida
Su
causa fue la defensa de la vida y su inspiración los evangelios: «este es el
pensamiento de mi predicación. Nada me importa tanto como la vida humana. Es
algo tan serio, más que la violación de cualquier otro derecho, porque es vida
de los hijos de Dios y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar
nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz» (Homilía 16-03-1980).
Siempre
fue fiel al magisterio. Entendió que la salvación pasaba por el reconocimiento
de la dignidad humana, el desarrollo socioeconómico y el respeto por la
libertad. Así lo había proclamado el Concilio Vaticano II (1962-1965) en la
Constitución Gaudium et Spes 1: «los gozos y las esperanzas, las tristezas y
las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo». Él hizo suya esta opción teológico-pastoral que fue
expresada por vez primera en el magisterio latinoamericano cuando los obispos
reunidos en Medellín (1968) proclamaron la opción de Dios por los pobres. Por
ello, pedía «que todo lo que ha querido impulsar el Concilio Vaticano II, la
reunión de Medellín y de Puebla, no sólo lo tengamos en las páginas y lo
estudiemos teóricamente, sino que lo vivamos y lo traduzcamos en esta
conflictiva realidad» (Homilía 23-03-1980).
Como
pastor antepuso la verdad y la profecía antes que lo políticamente correcto, y
superó la tentación clerical de vivir el poder como privilegio antes que como
servicio. Encontró a Jesús entre los pobres y desesperanzados, a quienes acogió
como los nuevos crucificados de la historia. Desde esa entrega llamó a
construir una civilización del amor, sin odio ni violencia, donde todos
pudieran convivir superando las ideologías que dividen. Sus palabras resuenan hoy:
«no a la venganza, no a la lucha de clases, no a la violencia. Sólo uno que
esté ciego no puede ver que en estas circunstancias de violencia y persecución,
hemos estado con el que sufre, sea pobre o rico. No estamos, pues, por una
clase social» (Homilía 08-05-1977).
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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