Por Michael Penfold
El Referendo Revocatorio
encierra la siguiente paradoja política: la recolección de las manifestaciones
de voluntad del 20% de los electores va a ser tan fulminante como su
convocatoria final. Es por eso que el debate sobre la fecha del revocatorio
—aunque relevante— no será necesariamente el factor definitivo. Y todos los
eventos que lo anteceden son tan importantes políticamente como su consumación.
Aunque avance lentamente, el
referendo va dejando secuelas que son cada vez más determinantes. Es como una
bola de nieve que va creciendo con el tiempo. La marcha del 1 de septiembre
pareciera reflejar un punto sin retorno y lo que sucedió en Villa Rosa
demuestra un efecto de esa misma bola de nieve que ya alcanza a los estratos
más bajos de la población.
Si el chavismo hubiese
querido detener el referendo a través del Tribunal Supremo de Justicia ya lo
hubiese hecho. Es precisamente lo que el “madurismo” hubiese querido sentenciar
hace meses, pero que curiosamente no ha podido materializar. Ha sido mas fácil
para el gobierno disolver (en la práctica) a la Asamblea Nacional, a través de
la Sala Constitucional, que impedir definitivamente los avances
procedimentales para su convocatoria.
Las razones son evidentes:
el referendo tiene amplio apoyo entre todos los venezolanos, ha sido bien
encauzado políticamente por la oposición y tiene simpatizantes dentro del mismo
chavismo y del mundo militar.
En estos momentos tan
delicados, el país está unido en torno al Referendo Revocatorio y la inminente
necesidad de estabilizar la economía. Mas de 85% de los venezolanos quiere un referendo, según
las encuestas más serias del país. La población se aferra a esta esperanza,
incluso si implica aguardar con penurias para ver cumplida su materialización.
Ese mismo 85% de la población reconoce que el desabastecimiento y la inflación
son los principales problemas nacionales, incluso superando el tema de la
inseguridad. La gente entiende que el cambio económico implica una
transformación política que debe tener un carácter tanto pacífico como
electoral. Este fue el principal mensaje detrás de la masiva movilización
ciudadana del 1-S.
¿Qué puede pasar después de
tener el 20% de las voluntades?
Una vez que se hayan reunido
las voluntades, tanto el Presidente como su anillo de poder más cercano van a
quedar políticamente aislados. Con una economía en ruinas, es imposible que
Maduro gane alguna consulta. Y la verdad es que el debate sobre los
tecnicismos que rodean la forma de recoger manifestaciones de voluntad es algo
que quedará como material para un buen seminario sobre reglas electorales. Pero
lo cierto es que a estas alturas tienen poca relevancia política. Sin importar
qué tipo de reglas bizantinas sean seleccionadas (seguramente regulaciones
absurdas, como a las que nos tiene acostumbrado el CNE), la meta del 20% va a
ser superada y reflejará una mayoría abrumadora.
El “madurismo” anticipa, por
lo tanto, que no puede impedir la recolección de las manifestaciones de
voluntad y que tampoco puede ganar el referendo. Y por eso reacciona con tanta
vehemencia. Su única tabla de salvación es una confrontación violenta que
permita justificar la suspensión del proceso. Pero ese evento no lo quiere
nadie: ni la oposición, ni el mismo chavismo y mucho menos los militares.
Tampoco lo quiere la sociedad en su conjunto.
A estas alturas todos los
actores relevantes sospechan un desenlace. Lo que se desconoce es cuál va a ser
su modalidad. El Presidente Maduro, una vez que la oposición haya recogido el
20% a finales de octubre, apostará a la abstención. Tratará de convencer a su
propia militancia de que, si bien no puede ganar el referendo, puede impedir
que la oposición consiga suficientes votos para revocarlo. Pero el chavismo
luce agotado después de una resistencia fútil y es muy probable que lo
abandonen públicamente. Maduro pasará a ser una apuesta sin sentido alguno para
el PSUV y para sus satélites organizacionales.
Y en caso que el chavismo
continúe resistiendo incondicionalmente, el PSUV corre un riesgo real de
dividirse ante la negativa de encarar la magnitud de un crisis política y
económica sin precedentes.
¿Y qué puede pasar con el
chavismo y los militares?
El chavismo tratará de
contener las aguas crecidas hasta comienzos del próximo año —quizás con algún
tipo de apoyo militar— y pretenderá controlar un proceso de cambio de gobierno
para impulsar una renovación de su propio liderazgo, preferiblemente sin
activar ningún proceso electoral. La fórmula sería la renuncia del Presidente a
comienzos del 2017 (antes de la realización del referendo). Y eso tendría como
corolario el nombramiento de un vicepresidente que satisfaga los intereses de
grupos muy diversos.
Bajo estas circunstancias,
el chavismo aceptaría la necesidad de articular un nuevo programa económico,
buscaría renovar el liderazgo de su partido e intentaría rescatar
simbólicamente un legado revolucionario y un capital político que ha sido
dilapidado por la peor gestión que haya experimentado el país en su historia
republicana.
Es una apuesta que luce
complicada, pero no es una propuesta desquiciada.
Los militares enfrentan una
encrucijada similar. Las Fuerzas Armadas han venido, deliberadamente, tomando
el control de todas las esferas de gobierno para lograr dos objetivos: el
primero, aumentar su poder de negociación con cualquiera de los factores
políticos (sean chavistas, maduristas u opositores) para poder garantizar así
su continuidad histórica y minimizar los daños colaterales que un proceso de
cambio pueda producir; el segundo, los militares (en especial los más
institucionales) buscan quedar en una posición de poder que les permita definir
la modalidad del proceso de cambio que experimentaremos en los próximos meses.Y
esa modalidad no es única, sino más bien múltiple y perfectamente puede mutar
en el tiempo.
El país puede desviarse por
distintos senderos o incluso cruzarse nuevamente. Y todos estos caminos llevan
a resultados muy diferentes.
Estamos entrando en un delta
turbulento.
¿Cuáles son esos cambios que
pueden venir?
Una de las tantas
modalidades de cambio puede implicar un control directo del sistema político y
económico por parte de las mismas Fuerzas Armadas, sin ningún tipo de
intermediación política una vez que tomen control de la vicepresidencia y,
posteriormente, de la presidencia. Todo esto por vía constitucional. Otra
modalidad supone una renovación del chavismo con apoyo militar, sin
necesariamente permitir una apertura democrática hacia la oposición. Tampoco es
descartable que los militares decidan sacrificar al chavismo y precipiten el Referendo
Revocatorio, así como unas elecciones presidenciales. Y, finalmente, existe un
escenario en el cual los militares pueden convertirse en un factor determinante
para impulsar un acuerdo amplio entre el chavismo y la oposición para restaurar
tanto la democracia como el estado de derecho.
Es difícil anticipar qué
opción prefieren los verdeoliva. Lo cierto es que las Fuerzas Armadas se han
convertido en el actor silente que va a mover el país por un sendero u otro. Y
es indudable que las condiciones objetivas (tanto políticas como sociales)
influirán en su decisión, pues su principal objetivo será preservar la
institución, así como todos (sí: todos) sus privilegios.
No en vano, el expresidente
Ramón J. Velásquez, quien además era un gran historiador, hablaba
del partido histórico: es imposible contabilizar y entender
cualitativamente los cambios políticos venezolanos sin tomar en cuenta la
influencia de esta institución tan particular.
¿Cómo se percibirían estos
escenarios?
La primera modalidad de
cambio es internacionalmente inaceptable, pero tampoco es inverosímil: tenemos
como muestra a Egipto con Al-Sisi. La segunda supone un relanzamiento de una
coalición cívico-militar chavista bajo un presidente interino, quien asumiría
después de enero de 2017 pero que continuaría cercando a la oposición y al
Parlamento nacional. Y la última consiste en que sean los mismos militares
quienes obliguen —bajo la cooperación internacional— a un proceso de
negociación entre chavismo y oposición que culmine con un gobierno de
cohabitación dirigido por una figura de consenso con perfil chavista. Este
gobierno conllevaría a la restauración de la Asamblea Nacional, a la elección
de gobernadores y alcaldes y, muy posiblemente también incluiría una profunda
reforma constitucional. Esta última modalidad de cambio implica el otorgamiento
de garantías mutuas a todos los actores políticos relevantes.
Frente a esta realidad, la
oposición tiene una sola posibilidad: continuar ejerciendo presión a través de
la movilización social para acelerar la velocidad del referendo e incrementar,
simultáneamente, su poder de negociación frente al chavismo y la esfera
militar. Después del 1 de septiembre, la oposición logró romper con la idea que
era un actor que podía ser manipulado por los factores disidentes chavistas
para activar el referendo y que podría ser ignorado posteriormente durante el
proceso de cambio al posponer su realización hasta el año entrante. Para el
chavismo no madurista, pareciera evidente que la oposición es una fuerza plural
que no sólo tiene una gran fuerza electoral —con control de la Asamblea
Nacional— sino que también comienza a ser un factor de poder que es fundamental
para poder estabilizar el país.
¿Cuáles son los escenarios
que abre la oposición?
De modo que la movilización
social abre dos escenarios potenciales para la oposición. El primer escenario
es uno en el que, gracias a la presión de calle, se logra adelantar el
Referendo Revocatorio antes de fin de año y se precipita una nueva elección
presidencial que sin duda alguna ganarán cómodamente. El otro escenario
conlleva a que esa misma presión social obligue a los militares a forzar al
chavismo a aceptar la mediación internacional (bajo otras condiciones) para
convenir los nuevos términos políticos y constitucionales de una convivencia
democrática que provea garantías mutuas entre las partes.
El primer escenario implica
un colapso del chavismo como consecuencia de la movilización popular. El
segundo es lo que en ciencia política conocemos como un cambio por “extricación”:
implica una negociación para lograr concesiones por parte de quienes tienen un
control absoluto sobre el ejercicio del poder a cambio de protecciones
institucionales. De hecho, estas concesiones muchas veces implican aceptar
mecanismos no democráticos para proteger a quienes ceden espacios de poder a
cambio del restablecimiento de derechos políticos y civiles.
Aunque el revocatorio no
haya ocurrido aún, sus consecuencias comienzan a ser notorias: el cambio en
Venezuela es inevitable pero su direccionalidad es incierta. Existen múltiples
modalidades que pueden activarse una vez que se recojan las manifestaciones de
voluntad y que son modalidades que pueden ir mutando con el paso de los
meses. Uno de esos tantos caminos puede implicar un proceso con las características
democráticas que muchos deseamos pero también pueden abrirse otros senderos
mucho más sombríos.
Ciertamente, una oposición
movilizada y con una gran fuerza electoral aumenta considerablemente los
probabilidades de un cambio que precipite un proceso de negociación creíble
tanto con el chavismo como con el mundo militar. Un chavismo descontento y
dispuesto a abrir un diálogo creíble también ayuda en este mismo sentido. Eso
sería lo mejor para Venezuela. Pero lo que sí es cierto es que ya estamos en
una coyuntura histórica definitiva y la forma cómo el liderazgo chavista,
militar, pero también opositor, afronten políticamente el conflicto actual
marcará la vida del país durante las próximas décadas: para bien o para mal.
Michael Penfold es
Investigador Global del Woodrow Wilson Center, Profesor Titular del IESA en
Caracas y Profesor Invitado de la Universidad de Los Andes en Bogotá. Es Ph.D
de la Universidad de Columbia especializado en temas de Economia Politica y
Politica Comparada. Fue Director de Politicas Publicas y Competitividad de la
CAF Banco de Desarrollo de America Latina. Es Co-autor junto con Javier
Corrales de Un Dragon en El Tropico: La Economia Politica de la Revolucion
Bolivariana (Brookings Institution) que fue seleccionado por Foreign Affairs
como mejor libro del Hemisferior Occidental. Autor también de Dos Tradiciones,
Un Conflicto: El Futuro de la Descentralización (Mondadori) Editor del Costo
Venezuela: Opciones de Politica para Mejorar la Competitividad y Las Empresas
Venezolanas: Estrategias en Tiempo de Turbulencia.
10-09-16
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