Por Sergio Arancibia
El 11 de septiembre se
conmemora la muerte de Salvador Allende, ocurrida en el Palacio de Gobierno de
Chile en la mañana de ese día, en 1973. A pesar de los años que distan de esos
hechos, su vida, el proyecto político que impulsó y su resistencia al golpe
militar, al precio de su propia vida, siguen siendo objeto de respeto y
admiración por millones de personas a lo largo del planeta.
¿Qué tenía de peculiar el
proyecto político de Salvador Allende? ¿Por qué se le recuerda con cariño y
admiración dentro y fuera de su patria?
Intentando dar respuesta a
estos interrogantes es necesario partir por recordar que en la década del 60 y
del 70 el mundo estaba preso en el paradigma de la Guerra Fría, en que la URSS
y Estados Unidos se disputaban el poder mundial y todo hecho político en
cualquier parte del planeta se medía en función de los intereses de estos dos
bloques políticos, ideológicos y militares.
El bloque liderizado por la Unión
Soviética no manifestaba confianza en las instituciones democráticas,
electorales, legales y/o parlamentarias, sino que seguía en alta medida atado
al esquema insurreccional que fue exitoso en la Rusia zarista. A lo más, se
valoraba la conveniencia de utilizar en determinados momentos los mecanismos
parlamentarios y electorales, pero meramente como una vía para alcanzar un
sistema político en que esos mecanismos no tendrían mayor significación
institucional.
Allende no compartía en
absoluto esa visión meramente instrumental de la democracia. Para él la
democracia, las libertades políticas, el pluralismo, la división de poderes, el
funcionamiento de un parlamento plural, la realización de elecciones
periódicas, libres, plurales e informadas, la plena vigencia de los derechos
civiles y político y en general todo el cuerpo de libertades que se habían
venido conquistando a través de un largo batallar histórico en el propio Chile
y en otros países - sobre todo de Europa y de América - constituían conquistas
de la Humanidad contemporánea, que era necesario defender, mantener y
profundizar, pero jamás atacar o aniquilar.
La vía chilena encabezada por
Allende era, por lo tanto, un intento de compatibilizar la justicia social con
la democracia política. Se trataba de un camino no solo propio y original,
enraizado en el desarrollo político e institucional de Chile, sino que era una
vía que rompía con las opciones que imponía la Guerra Fría. Por ello el
proyecto político de Allende no fue adecuadamente comprendido ni apoyado por
las fuerzas dominantes de la esfera internacional. Fue, sin embargo,
comprendido en toda su grandeza y su amplitud por un amplio abanico de fuerzas
sociales, políticas e ideológicas, que abarcaban desde los viejos partidos
marxistas, hasta los más recientes partidos cristianos de postura post
conciliar, pasando por los partidos de tradición laica y racionalista, con
fuerte presencia masónica. Esas fuerzas componían la coalición que llevó a
Allende a la Presidencia de la República.
El proyecto político de
Allende era un proyecto que se definía como socialista. Es importante que nos
detengamos en esta calificación, pues son muchos los proyectos políticos en el
mundo que se definen como socialistas, sin tener mucho en común los unos con
los otros, como no sea la común utilización de ese calificativo.
El socialismo, desde sus
albores en el siglo XIX, y a pesar de sus muchas variantes, significa, en su
esencia, llevar adelante las banderas inconclusas de la revolución francesa y
de las revoluciones que abrieron paso a la democracia y a la economía moderna,
en Europa y en el mundo, es decir, a la libertad, la igualdad y la fraternidad,
banderas que desde luego, tienen concreciones diferentes en cada país y en cada
momento histórico.
Socialismo, en Chile, en la
década del 60 y 70 del siglo pasado, significaba justicia social, es decir, una
distribución del ingreso más justa, y condiciones de vida más dignas para las
grandes mayorías laborales del país. Socialismo significaba también llevar
adelante las grandes transformaciones económicas que entrababan el desarrollo
económico y social del país. En este campo, eran tres las grandes
transformaciones que presidian el programa que se levantó en 1970: reforma
agraria, nacionalización del cobre y de las grandes riquezas mineras del país,
y expropiación de las empresas monopólicas más importantes en el sector
manufacturero.
Hablar de reforma agraria en
Chile no tiene el mismo significado que tiene en Venezuela. En Chile imperaba
una estructura agraria heredada de la Colonia en que los campesinos pertenecían
de generación en generación a la tierra y al patrón, sin acceso a la cultura ni
a los bienes y servicios propios del mundo moderno. El inquilinaje y el
latifundio no solo eran social y moralmente inaceptables, sino que entrababan o
impedían, además, el desarrollo económico del país. La reforma agraria no
surgía, por lo tanto, como una bandera extraída de los libros o de las
ideologías, sino como una necesidad y una bandera de lucha del campesinado
nacional. Durante el gobierno de Allende se expropiaron más de 4.400
latifundios, que pasaron desde el primer día a manos de los propios campesinos.
Era condición ineludible para proceder a la expropiación de cualquier predio el
contar con el consentimiento expreso de los campesinos que allí vivían. Y jamás
se dejó de expropiar un latifundio por no contar con la aceptabilidad
campesina. Esa política permitió liquidar el latifundio, erradicar el
inquilinaje, dignificar al campesinado, y abrir paso a una agricultura dinámica
y moderna. Se puede decir, que la reforma agraria llevada adelante en el
gobierno de Salvador Allende es la base sobre la cual se levanta la agricultura
moderna, tecnificada y exportadora del presente. La reforma agraria es un
legado imperecedero del gobierno de Allende a la economía y a la sociedad
chilena.
La nacionalización del cobre
era otra gran necesidad nacional. Igual como el petróleo en Venezuela, el cobre
determinaba los ciclos económicos del país, y se trataba de un bien cuya
explotación y comercialización estaba íntegramente en manos de empresas
extranjeras, que acumulaban en función de ello inmensas ganancias sin dejar
mucho a las arcas del país o del gobierno. La nacionalización del cobre llevada
adelante en el año 1971, con apoyo mayoritario de todas las fuerzas políticas
del país, incluida la derecha, ha significado hasta el día de hoy la
apropiación por parte del gobierno y del país de una renta que era de toda
justicia que quedara en Chile, para construir con ella justicia y bienestar
para todos los chilenos. También se nacionalizó el hierro, el carbón y el
salitre pero se trataba de minerales que tenían menos ponderación económica que
el cobre. Hasta el día de hoy, nadie - ni siquiera la dictadura militar, que
pactó con las antiguas compañías cupríferas para otorgarles una indemnización
que la ley original les negaba - ha podido revertir esa medida profundamente
patriótica.
En el campo de la expropiación
de los grandes monopolios manufactureros, se avanzó en el Gobierno de Allende
hasta conformar un poderoso sector social de la economía. A pesar de las
inmensas dificultades administrativas, financieras, logísticas y tecnológicas
que implica ese sector social de la economía, la producción manufacturera no
solo no decreció sino que se incrementó, durante el período de gobierno de
Salvador Allende, gracias a los inmensos esfuerzos de los trabajadores. Ese
fue, desgraciadamente, el campo donde la dictadura pudo en mayor medida
revertir la obra de Allende, privatizando todas esas empresas que estaban en
manos de los trabajadores.
Todo este accionar generó
indudablemente reacciones de los grandes sectores afectados. Hicieron lo
posible por desestabilizar al Gobierno de Allende. Ya antes de que este
asumiera la Presidencia de la República asesinaron al Comandante en Jefe del
Ejército y trataron de generar con ello un clima contrario a la toma de
posesión. No lo lograron. Después siguieron con los asesinatos, con la quema de
sembradíos, con la voladura de las torres de alta tensión, con la dinamitación
de los camiones que distribuían fertilizantes por los campos de Chile, con el
cese de todos los prestamos financieros de los bancos y organismos
internacionales dominados por Estados Unidos, con el bloqueo comercial, con las
medidas de embargo contra los embarques de cobre en los principales mercados de
destino, y con todas las medidas imaginables de destrucción de la economía. No
lo lograron. Los campos en manos de los campesinos lograron mantener los
niveles de producción. Lo mismo sucedió en el sector manufacturero. El cobre,
desgraciadamente bajó su precio en los mercados internacionales, causando un
grave daño a la economía nacional, aun cuando la nacionalización fue plenamente
exitosa al poder mantener en plena producción, con técnicos y directivos chilenos,
las minas de cobre más grandes del mundo. Allende conto en todo momento con un
Parlamento Nacional tenazmente opositor, y con una prensa mentirosa y golpista,
pero no hubo un solo preso político, ni un periódico ni una radio clausurada.
Todas las libertades civiles y políticas se mantuvieron en pleno vigencia. Es
probable que se cometieran errores políticos y técnicos, pero fue un gobierno
honesto y consecuente.
No lograron derrotar a Allende
ni por la vía económica, ni por la vía parlamentaria, ni por la vía electoral.
La única alternativa que
finalmente les quedó fue el golpe de estado, usando como instrumento unas
fuerzas armadas que se prestaron para traicionar a la patria y al gobierno al
que le habían jurado lealtad.
Lo demás es conocido por la
historia de América. Fueron 17 años de la dictadura más brutal que se haya
conocido en nuestra América. Asesinatos, desapariciones, cárceles, destierro,
violación sistemática de todos los derechos humanos y de todas las libertades
civiles y políticas.
Allende murió en la mañana del
11 de septiembre de 1973, en el Palacio de Gobierno de los Presidentes de
Chile, al negarse terminantemente a rendirse frente a los militares que ya
habían bombardeado por aire y por tierra la casa de Gobierno.
Él, que siempre fue un hombre
apegado a la legalidad, no iba a rendirse ante la violencia.
Él, que había jurado defender
el cargo y las responsabilidades que el pueblo le había encomendado, estaba
dispuesto defender ese cargo incluso al precio de su vida.
No estaba tampoco dispuesto a
dejarse humillar entregándose a los golpistas, ni estaba dispuesto a que su
vida y su libertad fueran una eventual carta de negociación nacional o
internacional en manos de los golpistas.
En las últimas palabras que
pudo dirigir por radio al pueblo de Chile, en esa fatídica mañana, Allende lo
dijo con claridad:
“Colocado en un trance
histórico pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”
Eligió morir con dignidad, tal
como había vivido.
En su discurso ante Naciones
Unidas, un año antes, hablando de los grandes valores de la Humanidad, Allende
cerró sus palabras diciendo:
“Es nuestra confianza en
nosotros lo que incrementa nuestra fe en los grandes valores de la Humanidad,
en la certeza de que esos valores tendrán que prevalecer, no podrán ser
destruidos”.
Allende vivió y murió por esos
grandes valores de la Humanidad.
sergio-arancibia.blogspot.com
08-09-16
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