Vladimiro Mujica, 03/09/2016
Cuando se escriba la historia de estos tiempos, el 1S será recordado
como el comienzo del fin de un régimen que ha dilapidado el mejor capital
político que gobierno alguno puede tener: la confianza de su pueblo. La
ausencia de las masas es aún más notoria que su presencia, sobre todo para la
oligarquía chavista que se precia de ser la voz del pueblo. El espectáculo de
Maduro en la soledad de la avenida Bolívar, alternativamente insultando y
riendo para espantar a la gran sombra del fantasma de la deserción del pueblo,
habla por sí solo. No hacen falta grandes ejercicios de interpretación y
análisis para concluir que el gran demiurgo de la demagogia que fue Chávez le
entregó el bastón de mando a un heredero que ciertamente verá perecer a la falsa
revolución del socialismo del siglo XXI en sus manos.
Lo que la oligarquía chavista pretende hoy por hoy, tanto del pueblo
venezolano como de la comunidad internacional, es que le reconozcan el derecho
a gobernar aún siendo una minoría evidente, tanto en las urnas electorales como
en la calle. Más aún, se pretende ejercer este pretendido derecho a fuerza de
represión y amenazas. La ola de arrestos de dirigentes de Voluntad Popular y de
otras organizaciones opositoras, así como los obscenos intentos por impedir el
libre tránsito en el país evidencian una clara conducta represiva y de
violación de la Constitución.
Excepto para los más desvergonzados aliados internacionales del régimen
venezolano, un reducido club que reúne a países como Cuba, Rusia, Siria,
Zimbawe, Nicaragua y Bolivia, y a organizaciones como el partido Podemos en
España, el eclipse del chavismo ha terminado por ser inocultable. La gran
mayoría de las organizaciones políticas de tendencia socialista e izquierdista,
pero con una clara vocación democrática, han pasado del entusiasmo abierto por
la aventura pseudo-socialista tropical al distanciamiento discreto o abierto.
La palabra más común para describir el estado de cosas en Venezuela es
“crisis”, pero los más realistas observadores están hablando de una catástrofe.
En la misma dirección, a la valiente actuación del secretario general de la
OEA, Luis Almagro, con quien el pueblo venezolano tiene una importante deuda de
gratitud, se le ha unido la voz de la ONU y la UE.
Desaparecidos del escenario político están también los así llamados
Ni-Ni, un bloque social y político intermedio que culpaba de la situación del
país tanto a la oposición cómo al gobierno. Todos los estudios de opinión
indican que la situación se ha decantado hacia un escenario de polarización
extrema donde un increíble 80% de los venezolanos responsabiliza al gobierno
por la desastrosa situación de la República. Mas preocupante aún para la
oligarquía chavista es el hecho de que parte del crecimiento del descontento
popular es absolutamente inexplicable si no se incluye en la estadística a una
parte importante del propio chavismo de base. Es decir, que hasta su propia
gente se ha tornado en contra de la camarilla atrincherada en Miraflores y en
todas las instituciones del Estado con excepción de la Asamblea Nacional.
En rigor, la camarilla chavista retrograda y represiva ha inventado en
la práctica un novel concepto de usurpación de la soberanía popular. Según la
Constitución Nacional la soberanía reside de manera intransferible en el
pueblo, lo cual se traduce, entre otras cosas, en que el pueblo puede revocar
el mandato de cualquier funcionario electo. Pues bien, el gobierno sin pueblo y
su partido pretenden confiscar esa soberanía utilizando la represión y la
manipulación impúdica de las instituciones secuestradas del poder público, y la
amenaza y empleo de la violencia ejercida a través de las Fuerzas Armadas y el
uso de bandas armadas. Es decir que el gobierno sin pueblo se sostiene ahora
solamente en tres pilares: las instituciones públicas secuestradas; su partido
y las bandas armadas, y un sector de la FAN.
Tal estado de cosas es no solamente inaceptable desde el punto de vista
constitucional y jurídico, sino que constituye un acto trascendente de
corrupción ética y moral, perpetrado por quienes se creen asistidos de un
mandato eterno. El concepto clave que define a la oligarquía chavista es la
pretensión de impunidad ante su carrera corrupta contra la historia. Hasta un
dictador como Pinochet abandonó el poder con un margen de satisfacción popular
más alto del que goza Maduro hoy. Y sin embargo Maduro, Cabello, Rodríguez y el
resto de la oligarquía chavista pretenden secuestrar a Venezuela de los
venezolanos.
La ruta de resistencia ciudadana, no violenta y constitucional liderada
por la MUD dio ayer resultados muy importantes. Contrariamente a lo propagado
por voces agoreras y a las posiciones de muchos guerreros del teclado, que
siguen sin entender que las salidas violentas sólo pueden favorecer a quienes
tienen la violencia para ejercerla, que no somos precisamente nosotros, los demócratas,
la marcha y toma de Caracas fueron un éxito rotundo. Los mismos se
transformaron en actos extremadamente visibles ante un mundo que contempla
atónito concentraciones humanas de dimensiones inmensas para un país
relativamente pequeño como Venezuela. Pero son aún más visibles para la cada
vez más descorazonada militancia chavista que ve como los herederos designados
por comandante Chávez destruyen el inmenso capital político que les legaron. Es
esa militancia de base, los cada vez menos que todavía creen en el destemplado
y represivo discurso del gobierno, quienes sentían ayer la mayor soledad, la de
sentirse apoyando a un gobierno sin pueblo y sin salida.
Es difícil predecir como terminaran estos tiempos. El gobierno está muy
mal herido desde el punto de vista político y del cada vez más menguado apoyo
internacional. Eso, sin embargo, no los hace inofensivos, porque si algo han
demostrado tener es un apego sin mengua al poder y una clara vocación
represiva. Seguirán viniendo tiempos muy difíciles para Venezuela, pero el 1S
marca con mucha claridad el camino a seguir para salir de esta pesadilla.
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