Fernando Mires 09 de septiembre de 2016
Ya
estamos en Septiembre del 2016 y aún no asoma humo blanco en los vaticanos de
la política española. Todos los dirigentes políticos aducen que quieren evitar
unas terceras elecciones donde nadie, con excepción del abstencionismo,
ganaría. Todos piensan, a la vez, que la parte más grande de la responsabilidad
política yace en las inexpertas manos de Pedro Sánchez. Lamentablemente eso es
cierto
El
PSOE tiene tres opciones. La primera, mantener el bloqueo al PP y a Rajoy y con
ello abrir el camino hacia terceras elecciones. La segunda, aliarse con Podemos
y las autonomías. La tercera, abstenerse y facilitar el acceso del PP -apoyado
por Ciudadanos- al gobierno.
La
primera es la peor para la política del país. La segunda es la peor para el
PSOE. La tercera permite al PSOE asegurar su rol de oposición sin comprometerse
con el PP y a la vez salvar el principio de gobernabilidad sin el cual ninguna
democracia puede existir. Frente a ese panorama tan simple, la pregunta es ¿qué
impide al PSOE tomar posición por la tercera alternativa y no postergar más un
parto que ya está llegando a los nueve meses?
Las
encuestas han hablado claro. Gran parte de los votantes del PSOE prefieren un
gobierno PP a nuevas elecciones (INE 20.08 2016). El problema hay que buscarlo
entonces al interior del propio PSOE,
vale decir, en las aspiraciones de algunos de sus miembros por alcanzar
posiciones de poder en un próximo gobierno, sea con la ayuda de Podemos o con
las del mismísimo demonio.
La
alternativa pretendida por Sánchez, la de formar una tríada con Podemos y
Ciudadanos hay que descartarla. Ciudadanos y Podemos han llegado a ser, después
de las erráticas aventuras de Pablo Iglesias, partidos antagónicos. La
alternativa de aliarse con Podemos significaría para el PSOE ceder toda la
iniciativa al populismo de Pablo Iglesias y a los secesionismos de ultraderecha
y ultraizquierda que lo secundan. Esa alianza llevaría a la destrucción del
PSOE. Tal vez por eso Iglesias apuesta a ella.
Puede
ser que los dirigentes del PSOE teman una crisis de partido si abren el camino
a Rajoy. De ahí que a última hora, los socialistas andaluces y Felipe Gonzáles hayan convertido el antagonismo
PSOE-PP en una cuestión personal. La exigencia de que el señor de la
investidura sea otro, no Rajoy, dada la inmensa corrupción amparada por ete
último, podría ser posible. Pero
serviría únicamente para salvar las apariencias. Con o sin Rajoy el PP es el
mismo PP.
El
PSOE, es cierto, puede perder más de algunos puntos si permite que Rajoy sea
investido. Pero si no apoya a esa investidura, será sindicado como el partido
más egoísta, el que impidió la gobernabilidad, el que dejó en ridículo a la
política de España.
Ya no
hay más que explorar. Nada más que conversar. El PSOE debe elegir entre
Guatemala o Guatapeor. Rajoy, con todos sus defectos a cuestas debe ir al gobierno y así el PSOE tendrá tiempo para
reinventarse (que mucha falta le hace) en la oposición, único lugar en donde
puede combatir al principal enemigo de España. Ese enemigo no es Rajoy. Es el
populismo ultranacionalista que cercena a la nación.
Bien
harían los dirigentes del PSOE en recordar las tres virtudes de la política
expuestas por Max Weber en su clásico libro “Política como profesión. Esas
virtudes son la pasión, la mesura y la responsabilidad. De las tres, la
sobredeterminante es la última. La pasión sin responsabilidad lleva a la
locura. La mesura sin responsabilidad lleva a los peores oportunismos.
En el
PSOE luchan en este momento la pasión contra la mesura. La responsabilidad
todavía no ha aparecido en escena.
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