Humberto García Larralde 15 de mayo de 2017
Si los que ocupan actualmente el poder exhibiesen la
cordura de un ser “normal”, hace rato que se hubieran marchado ante un repudio
tan persistente y abrumador como el manifestado por la población venezolana en
su contra. En fin de cuentas, lo que se les exige no tiene vuelta atrás: elecciones,
libertad para los presos políticos, respeto al ordenamiento legal de la
Constitución y canales para la ayuda humanitaria. Pero, como se ha evidenciado
tan trágicamente desde el 19 de abril, su respuesta ha sido la represión más
brutal y desproporcionada de manifestaciones desarmadas y pacíficas, con más de
cuarenta muertos, la casi totalidad de ellos jóvenes que apenas iniciaban sus
vidas de adulto.
Tanto salvajismo y crueldad es propio de una secta
perversa, que es en lo que ha devenido el chavo-madurismo. Es la forma que
asume el fascismo en su fase de implosión. Vaciado ya de contenido popular,
ahíto de entusiasmo, incapaz de insuflarle ilusiones a nadie, languidece como
un cascarón de clichés y diatribas al vacío. Trata de revivir su época dorada,
cuando Chávez insultaba a todo el mundo, prometía el oro y el moro, y la masa
ensimismada le aplaudía. Hoy, ese cascarón cobija, dentro de una burbuja
construida a base de falsedades repetidas hasta el cansancio, a demagogos
populistas insensibles que asesinan para mantenerse en el poder. Los recluye de
un país real que airadamente increpa sus fantasías y les exime de tener que
enfrentar la dimensión de sus ultrajes.
El constructo ideológico del neofascismo
chavo-madurista se apoderó hace años de la mitología comunista. Con ello
pretendió arrogarse una supuesta “supremacía moral” que, según el imaginario de
izquierda, acompaña a quienes se proyectan como “luchadores contra la opresión”
y “campeones del pueblo”. Y Chávez respondió en buena medida a las expectativas
a que ello dio lugar mientras la bonanza petrolera le proveyó de abundantes
recursos para repartirlos entre la población, a la par que destruía la
capacidad productiva interna y desmantelaba las instituciones del Estado de
Derecho. Ahora, cuando los terribles padecimientos de quienes se profesaban ser
el objeto de sus luchas desnudan la impostura de tales pretensiones, causa
estupor la insistencia con que la dirigencia chavo-madurista se aferra al mismo
discurso. Pero no tienen de otra. El dispositivo expoliador que lograron armar
a espaldas de la constitución y las leyes no tiene cómo justificarse en un
debate democrático abierto. Por tanto, se refugian en sus disparates
“redentores” para escamotear la realidad con su propaganda. Pero en un retruque
paradójico de las prácticas Goebbelianas que tanto se esmeraron en dominar,
ahora que todo está perdido nadie se deja embaucar por sus falsedades. Solo
ellos se aferran a éstas. Y no es que realmente crean sus imposturas: es que
constituyen el único refugio que les queda para evadir el implacable juicio que
de ellos han hecho los venezolanos. Evocando grandes épicas anti-imperialistas,
masajean su propio ego y el de una cúpula militar gorila que los resguarda de
la ira popular, para así poder continuar depredando al país sin remordimientos,
a pesar de sus terribles consecuencias.
Pero se les hace cada vez más cuesta arriba sostener
su teatro. Ante las masivas manifestaciones exigiendo la restitución del hilo
constitucional, el cese a la represión y el cambio de gobierno, el
chavo-madurismo se ve obligado a malversar dineros públicos para que centenares
de autobuses acarreen suficiente gente desde distintos rincones del país, con
el fin de montar una ficción de “pueblo” en sus actos. Y ese “pueblo-a-juro”,
traído a la fuerza como nos lo hizo patente la directora del Seguro Social, lo
anteponen al mayoritario repudio de la población que, por contraste, no es
pueblo sino un hatajo de terroristas y desadaptados. Para remachar esta
aberración, se exhiben bailando para pretender que todo está normal, obviando
cruelmente que la “normalidad” que defienden se construye sobre el asesinato de
venezolanos que claman por sus derechos. En su torpeza más reciente -no
aprendieron nada de las sentencias 155 y 156 del tsj espurio-, buscan legitimar
una Asamblea Constituyente corporativa, al mejor estilo fascista, con esa
ficción de “pueblo”. Los delegados a ésta sólo serán designados de organismos
bajo su control, desconociendo así la soberanía popular consagrada en el
artículo 5 de la Constitución y la voluntad que ésta depositó en la Asamblea
Nacional. Si lo del tsj enardeció a la población, hoy existe la convicción de
que Venezuela no tiene vuelta atrás hasta sacar a estos usurpadores
sanguinarios.
Se nos ha encaramado una oligarquía sumamente cruel e
insensible, dispuesta a mantenerse en el poder a toda costa. Su razón de
existir -la expoliación de la riqueza social del país- los lleva a enfrentar
irremediablemente a los venezolanos y a condenarlos a niveles crecientes de
miseria y desamparo. Se trata de una dictadura de nuevo cuño, refractaria a
toda pretensión de actuar en apremio a situaciones de emergencia como excusa
para sus desmanes y atropellos. Se despojan de todo talante de racionalidad
política para alardear que el país es de ellos, de la secta, y que de ahí no
los saca nadie. Le declaran la guerra al país. Y están claros de que sus
perspectivas de éxito penden de la cohesión que pueda brindarles la ideología
fascio-comunista y de la complicidad de estamentos corruptos de la cúpula
militar. De lo contrario, perderán la manguangua que tanto han disfrutado.
De ahí que, en la medida en que se ven acorralados,
huyen hacia adelante. Cuando ya nadie duda del carácter fascista del régimen,
se desgañitan acusando a las fuerzas democráticas de “fascistas”. La cabeza del
gorilismo, el Gral. Padrino López, invoca a Zamora para proyectar a la fuerza
castrense pro-chavista de “anti-oligárquica”, cuando ésta constituye el pilar
principal de la nueva oligarquía expoliadora. Someten a civiles demócratas a
tribunales militares, montándoles un expediente falso para acusarlos de
“traición a la patria”, cuando la vil entrega que han hecho de Venezuela a la
dictadura castrista de Cuba está a la vista de todos. El reposero que hoy ocupa
la primera magistratura se la pasa alardeando de ser un “presidente obrero”, la
canciller pendenciera anuncia que Venezuela saldrá de la OEA “en defensa del
pueblo” y personeros tan conspicuos del fascismo criollo, como Diosdado y El
Aissami, aparecen denunciando a una “ultraderecha terrorista” que busca
derrocar a la “revolución” (¡¡!!). Desesperados, buscan proyectar en la
oposición las lacras que los distinguen, en la vana ilusión de que los
referentes de “izquierda” le darán el amparo de la Historia (con mayúscula) que
absolvería sus crímenes.
En octubre de 1968, bajo la presidencia de Gustavo
Díaz Ordaz, las fuerzas represivas del Estado Mexicano (granaderos) abrieron
fuego a mansalva contra estudiantes agolpados en la plaza de las Tres Culturas
de Tlatelolco en demanda pacífica de mayores libertades, la democratización del
país y la reforma de las universidades. Masacraron a unos 267 jóvenes y dejaron
1.200 heridos. Tan bárbara y salvaje acción quedó grabada en la memoria
latinoamericana como una de las acciones más oprobiosas y criminales de
represión que haya visto la región. Particularmente, quedó como condena desde
la izquierda a la “dictadura perfecta” del PRI. Recogida en una canción del
cantautor chileno, Ángel Parra (México 68, https://www.youtube.com/watch?v=yRT7QCzNcLc),
dice en uno de sus versos:
“¿Cómo harán los granaderos, cuando
llegan a sus casas?
¿Amarán a sus mujeres, con manos ensangrentadas?
¿Amarán a sus mujeres, con manos ensangrentadas?
Pero esas manchas no salen, ni con
jabón, ni con agua.
Te pregunto, granadero: ¿con qué has pensado lavarlas?”
Te pregunto, granadero: ¿con qué has pensado lavarlas?”
Pues, la secta enferma que hoy mata a jóvenes
venezolanos -ya van más de 40 durante el último mes, otros 40 y tantos en 2014-
pretende lavar las suyas ¡invocando cínicamente el historial de luchas, tan
caras a la izquierda, por la cual dieron su vida los estudiantes
mexicanos! En esta hora tan menguada para su malhadado proyecto, busca
resistir la ofensiva popular escamoteando sus crímenes tras una mampara moral
“revolucionaria”. No le demos el gusto a la oligarquía milico-civil de evadir
el juicio de la historia con tales imposturas y llamémosla, junto al despotismo
de la gerontocracia cubana de la que ha sido tan servil, por el
nombre con que la humanidad ha maldecido para siempre crímenes de esta
naturaleza: ¡¡fascistas!!
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