Miguel Méndez Rodulfo 11 de mayo de 2017
La
protesta de la gente en la calle, si bien no ha cesado, podría enfriarse porque
de tanto repetirse una táctica deja de ser una novedad, cansa y pierde
atractivo, entre otras cosas porque la gente quiere efectividad en los
resultados y no que siga muriendo la juventud. El país entero está dispuesto a
hacer un gran sacrificio para salir de ese régimen infame, pero no quiere un
largo proceso que desgaste a la sociedad, al aparato productivo y a la
economía. El desgaste de la protesta puede volverse contra ella y terminar
fortaleciendo al gobierno, por lo que hay que buscar otras opciones pacíficas.
En este sentido se requiere planificar nuevos escenarios y plantearse nuevas
estrategias. Una de ellas es intensificar la protesta, convocar a todo el país,
paralizarlo y tomar los espacios públicos de todas las ciudades y pueblos
venezolanos. Si hacemos eso y nos reprimen para desalojar la toma de un lugar,
nos vamos a otro, pero luego de ido el aparato represor, volvemos al mismo
sitio. Así no habrá fuerza pública capaz de acabar con un movimiento ubicuo
como ese.
Según
el parte oficial, la lista de fallecidos asciende a casi 40 personas, pero el
Observatorio de la Conflictividad, según sus propias indagaciones con
periodistas y familiares, indica que son 50 las víctimas, lo que incluye una
mayoría opositora y algunos chavistas. Estas han sido unas jornadas muy duras
para la juventud, que ha pagado muy caro su derecho constitucional a protestar.
El gobierno califica de violentas las protestas, pero cuando la fuerza pública
y colectivos armados impiden el derecho de protestar hasta los sitios de
destino, da pie para que la protesta se radicalice y las piedras, cauchos y
trancas respondan a las tanquetas, a las ballenas, a la lluvia de bombas
lacrimógenas, a las balas de goma, a las escopetas de perdigones y a las balas
de verdad. Al fin y al cabo, los represores llevan escudos, se visten como
Robocop y ahora inventaron unos parabanes con los que tratan de cercar a los
manifestantes.
Afortunadamente
el liderazgo político opositor luce monolítico y sin fisuras, pero debe tener
mucho cuidado incluso si el gobierno accede a realizar una constituyente con
apego a la carta magna, porque exprofeso podría tardarse un año en ese proceso
y nada aseguraría que el régimen acate lo que esa asamblea decida. Así las
cosas, hay que abrir el abanico para plantear una serie de escenarios que
lleven a la salida del régimen, pues nada cambiará mientras éste detente el
poder. La posibilidad de que más jóvenes mueran, haya mayor desabastecimiento y
que la economía se hunda cada vez más en una vorágine inflacionaria, es
altamente posible, por tanto hay que luchar con denuedo para salir ahora de
esto.
Lo que
urge es lograr motivar la protesta en las zonas populares, articularla con las
manifestaciones ciudadanas y extenderla por todo el país. En esa labor la
oposición debe establecer un comando de protestas con una logística nacional y
una estrategia común. Hay que intensificar la lucha contra el gobierno y lograr
en un plazo perentorio el tan anhelado cambio democrático. Por otra parte, esto
debe incluir, además, la incorporación de sindicatos, gremios, asociaciones de
vecinos, grupos organizados, ONG, etc. Hay que entender que se trata de pasar a
otra etapa de la protesta, más organizada, envolvente y general, en la que
juntos echemos el resto para salir de esta pesadilla de una vez por todas. No
hacerlo implica que la protesta puede enfriarse y el gobierno fortalecerse,
cuando realmente está muy frágil y sostenido por la punta de las bayonetas;
pero no de todas, sino de las que pueden controlar los generales corruptos,
atados indefectiblemente al régimen y que saldrán con él. Recordemos que hay
una mayoría de militares que no están dispuestos a inmolarse por un gobierno
corrupto y manchado de sangre. A ellos los tendremos de nuestra parte, una vez
que hayamos hecho las movidas tácticas que son necesarias. Tengamos mucha fe y
obremos en consecuencia.
Caracas
11 de mayo de 2017
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