Por Daniel Fermín
Por más de cuarenta días, el
pueblo venezolano ha resistido heroicamente en las calles. Es la misma protesta
de siempre, y al mismo tiempo una protesta enteramente nueva. Es la de siempre
porque alza la voz en defensa de la democracia, la libertad y la calidad de
vida. Es nueva, porque ha cambiado la composición de la masa, que hoy se
confunde en un mar heterogéneo de procedencias y reclamos y, sobre todo, porque
hoy presenciamos la articulación política de la protesta social. Atrás quedaron
la polarización política entre dos mitades, y las divisiones artificiales de
clases sociales y puntos cardinales, asociadas a la filiación política. Es el
país todo contra un pequeño grupo, tornado en casta conservadora de los
privilegios y el statu quo.
No es fácil hacer el balance
de la protesta, sobre todo porque casi cuarenta familias lloran hoy a las
víctimas de la represión oficial y la arremetida paramilitar gobiernera. No son
meros números ni estadísticas, son los nombres y apellidos de nuestros vecinos,
amigos, hijos y compañeros; de los que salieron de sus casas a construir un
futuro mejor y no pudieron regresar. Son hoy los mártires de la democracia del
mañana. Sí, la protesta ha dejado un dolor profundo en el alma de la Nación
pero, lejos de lo que podía apostar el aparato represor, el carácter decidido y
no violento de la ciudadanía en las calles ha respondido a la saña criminal con
más calle, más determinación y más protesta.
No han tardado en mostrarse
públicamente las fisuras que la presión ha generado en el régimen. La Fiscal
General de la República ha tomado una distancia considerable, retomando la
senda institucional; voces del Polo Patriótico se levantan en defensa de la
Constitución que el presidente pretende desechar por no servirle a su proyecto
de dominación; la disidencia chavista ha protestado enérgicamente las
pretensiones autoritarias del poder. Incluso efectivos policiales y militares,
en el marco de la ley, alzan la voz en contra del abuso. Hoy la colectividad
tiene el reto importantísimo de abrirle la puerta a la disidencia. No es el
tiempo del “¡¿Ahora sí?!”, no es momento de pasar factura. Es el tiempo de la
reconciliación y de la construcción de un futuro compartido.
También fuera de nuestras
fronteras las grietas, producto de las desafecciones logradas por la protesta y
el búmeran de la represión contra un pueblo desarmado, le ha restado aliados a
un chavismo que se va quedando solo, asumiendo una posición cada vez más
aislacionista y esquizofrénica en el tablero mundial.
Han sido días de avances
importantes en la senda democratizadora. También días de profundo e inmenso
dolor, el de la juventud truncada, el de la indignación y la rabia. Al final
prevalece la luz, la que se asoma al final del camino con la promesa de un
futuro mejor para todos los venezolanos.
¿Cuánto más puede durar esto?
¿Qué hay del agotamiento de las personas? No hay respuestas mágicas, pero la
capacidad de resistencia de los venezolanos ha sido inspiradora para el mundo
entero. Lo que sí es urgente es darle mayor conducción política a la protesta,
socializar los logros, y plantear un punto de llegada, uno que incluya lo que,
sea lo que sea, terminará ocurriendo: sentarse a conversar. Y en este contexto,
la conversación será siempre con el otro, así el otro represente la cara más
oscura del oprobio. Que se trate de una negociación con una agenda concreta y
la presión de millones en las calles, y no de un show estéril es un desafío
crucial para el liderazgo. Del mismo modo, es fundamental no ceder ante la
violencia que, como hemos comentado, es el único terreno que favorece al
régimen autoritario.
Mientras tanto, Venezuela
resiste. Resiste el abuso y la represión. Resiste el atropello, la
criminalización de la protesta y de la juventud, la vagabundería de
funcionarios policiales y militares convertidos en viles bandidos que roban a
la gente con las excusas que da la patente para reprimir. Y resiste lo que
llevó a la gente a las calles en primer lugar: un país en ruinas, sin comida, a
merced del hampa y con un gobierno divorciado de las necesidades de la gente,
empeñado en un proyecto de control total ajeno al espíritu de la venezolanidad.
¿Y qué queda? Resistir, e
insistir en las convicciones, en la tarea de construir un país distinto, sin
odios, lleno de oportunidades para todos, abierto a la reconciliación. No
queremos más muertes, no queremos más violencia. No queremos un gobierno
enemigo de su pueblo. Lo que queremos todos los venezolanos es un país donde
podamos vivir la vida que tenemos razones para valorar, en paz y en libertad.
Que el esfuerzo y los sacrificios se cristalicen en una Venezuela libre y
próspera es algo que la Patria sabrá recompensar a sus hijos, a los que luchan
hoy y a los que la disfrutarán mañana.
Publicado en PolítiKa UCAB
13-05-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico