Maristella Svampa* 11 de junio de 2017
En los
últimos días recibí numerosos ataques y agresiones por la vía de las redes
sociales debido a la declaración que difundimos sobre Venezuela con varios
amigo/as y colegas, declaración de la cual me reconozco como una de las
promotoras.
Aunque
lo haya explicado en varios lugares, hace ya tiempo que considero que el
proceso bolivariano ha caído en una deriva autoritaria, por lo menos desde
2015. Creo que el régimen que lidera Maduro –y ello en el marco de una crisis
social y económica sin precedentes-, reforzó los peores elementos ya presentes
en el chavismo (más concentración de poder, enorme corrupción, radicalización
del extractivismo y estado rentista, entre otros), al tiempo que licuó lo mejor
que éste tenía en términos de populismo plebeyo (dispositivos de democracia
participativa, empoderamiento de los sectores populares, cierta redistribución
de la riqueza). También, como aparece en la declaración citada, del otro lado
(aunque esto no incluye toda la oposición y movilización callejera) existe una
derecha violenta y antidemocrática que busca borrar de la faz de la tierra todo
lo que ha significado el chavismo en términos simbólicos y políticos para el
mundo subalterno.
En
razón de ello, la declaración que impulsamos apuntaba a salir de la
polarización, a restablecer un cierto equilibrio, si ello era posible,
ilustrando la complejidad de la crisis venezolana. Buscábamos ser objetivos, de
ningún modo imparcial o neutros, colocando matices, ahí donde muchos solo veían
la realidad en blanco o negro. En consecuencia con ello, apoyamos la propuesta
de Plataforma Cuidadana, una iniciativa de autoconvocados surgida
en Venezuela, en la cual se destaca Edgardo Lander, un intelectual cuyas
credenciales de izquierda democrática y su apoyo a las luchas sociales en este
continente son incuestionables. Nadie con dos dedos de frente podría decir que
Lander es un “reaccionario” o que es “funcional a la derecha”.
El
documento contó con firmas muy significativas; desde Anibal Quijano, Alberto
Acosta, Arturo Escobar, Boaventura de Sousa Santos, Luis Tapia, Pierre Salama,
Raquel Gutierrez, Carlos Porto Gonçalvez, Enrique Viale, Horacio Machado Araoz,
Roberto Gargarella, Attac Francia, así como varios exministros y ex compañeros
de ruta del proceso boliviariano; en fin, más de dos centenares de firmas de
todas partes del mundo, muchas de las cuales provienen de intelectuales de
izquierda ligados a procesos de lucha en sus respectivos países, no pocos de
ellos/as contra el extractivismo y los procesos de despojo y acaparamiento
de tierras en el marco del actual modelo de acumulación del capital. Otras
firmas provienen de la izquierda académica, con todas las variaciones, en
términos de mayor o menor radicalidad política y de vínculo con organizaciones
sociales, que esto involucra. (véase http://llamadointernacionalvenezuela.blogspot.com.ar/2017/05/llamado-internacional-urgente-detener_30.html)
La
declaración de llamado a detener la escalada de violencia en Venezuela obtuvo
una gran repercusión internacional en diferentes medios (Francia, Alemania,
Bolivia, Argentina, entre los lugares que he podido seguir), pero sobre todo
abrió la posibilidad de pensar el proceso de caos y violencia que hoy
atraviesa Venezuela sin caer en una lectura simplista y conspirativa (todo es
“culpa de la derecha y el imperialismo”), y sin desconocer tampoco lo que
intenta hacer la derecha violenta (apoyada por Estados Unidos). Por último,
para nosotros también era importante mostrar a nivel internacional que no
existe una sola izquierda, alineada con los progresismos realmente existentes,
la cual suele potenciar las hipótesis conspirativas, despreciar todo aquello
que llame a defender el pluralismo y las libertades civiles como si se tratara
de “libertades burguesas”, e, incluso, en algunos casos puntuales, llegando a
hacer un llamado bochornoso e indefendible a “aplastar” la movilización
callejera. Buscábamos mostrar que Otra izquierda es posible, una
que mire y pueda acompañar el proceso venezolano críticamente, sin dejar por
ello de renunciar a nuestras convicciones y principios político-ideológicos.
De la
política de insultos a los puntos ciegos
No
habíamos terminado de actualizar las firmas de la declaración en el blog creado
a tal efecto, que ya andaban circulando respuestas airadas e insultos
multiplicados por las redes sociales, que lejos de significar un llamado
a un debate amplio sobre estos temas, clausuraban cualquier posibilidad de
diálogo fraterno y anunciaban una pretensión de verdad asentada en un
doble monopolio: una, respecto de la “verdadera” lectura del proceso
venezolano; otra, sobre el “el verdadero compromiso de la izquierda” o más
precisamente, de los/as intelectuales de izquierda firmantes.
Una
parte importante de estas respuestas descalificatorias a la declaración
provenía de la Argentina. En razón de ello es que escribo estas líneas, en las
cuales quisiera destacar dos cuestiones diferentes.
Lo
primero a destacar es la lógica de linchamiento desatada. No hay
que dejarlo pasar. Lamento decirlo, pero estoy cada vez mas convencida de que
las redes sociales no constituyen un ámbito interesante, mucho menos
democrático, de debate. En Argentina, espacios como facebook alientan
respuestas compulsivas y virulentas (antes siquiera de leer los textos
completos), al tiempo que promueven una lógica salvaje de linchamiento,
donde cada comentario pretende superar en tono e insulto al anterior, o bien,
busca asentarse y potenciar el insulto anterior (en el estilo que de modo
ejemplar marcó el programa televisivo kirchnerista 6,7,8,
¿se acuerdan?).
Sucedió
entonces que, mientras en Venezuela seguía muriendo gente en las calles,
mientras Edgardo Lander era tratado de “reaccionario” y hasta Boaventura de
Sousa Santos salía a defenderlo y a explicar porque firmó la declaración; en
Argentina los muros de facebook de varios de los firmantes de la declaración
comenzaron a llenarse de insultos. Muy probablemente por ser una de las
promotoras visibles de la declaración, eso sucedió conmigo en las redes
sociales. Ahí se desató una lógica de linchamiento, motivada además por
la ausencia de respuesta de mi parte (estaba en viaje), lo cual impulsó a
los “más valientes” a competir entre sí –en diálogo incluso entre ellos- en
grado de insulto y descalificación hacia mi persona, y el resto de los
firmantes. Como dijera atinadamente Pablo Alabarces, otro de los firmantes
argentinos, “La mayoría proponía un nivel de condena que me hace temer que, el
día que triunfe la “revolución” que estos compañeros proponen en nuestro país,
nos van a fusilar (si no zafamos en un campo de reeducación)”.
La
segunda cuestión, más de fondo, tiene que ver con los sujetos involucrados en
las respuestas en las redes sociales y las contracartas que se sucedieron desde
Argentina. En realidad, quienes reaccionaron de modo tan violento a la
declaración, redoblando la apuesta en defensa de la Venezuela de Maduro,
adjudicándonos a los firmantes de la declaración las peores responsabilidades e
intencionalidades políticas, no fueron sectores ligados a las organizaciones
kirchneristas. Repito: más allá de los casos puntuales, no fue el “oficialismo
de izquierda” (la expresión se la debo a Horacio Machado Araoz) ligado directa
o indirectamente al kirchnerismo el que se manifestó, el cual es bastante
indiferente a lo que sucede en América Latina; muchos de ellos desconocen
incluso el ABC de los progresismos a nivel latinoamericano o bien contribuyen a
reproducir a una visión romantizada de los mismos (pensemos en el proceso
boliviano, visto desde la Argentina). En verdad, quienes reaccionaron de modo
condenatorio fueron más bien colegas y referentes intelectuales y militantes
vinculados a organizaciones sociales territoriales,
filopopulistas/autonomistas.
Quisiera
aclarar que no sólo conozco muy bien este sector del campo militante; más aun,
he sido parte activa de él antes de involucrarme más directa y a fondo con las
luchas socioambientales de la región e incorporar otras narrativas de cambio.
Con no pocos/as de los/as que han venido desgranando insultos y
descalificaciones varias en estos días, hemos compartido espacios de lucha y
debates, a partir de Diciembre de 2001. Hay otros/as que no conozco (aunque me
interpelan como si me conocieran y supieran todo de mi), tal vez porque son
jóvenes, vaya a saber, pero sin duda parecen ser muy poco abiertos al debate
respetuoso de ideas, quizá porque algunos han sido socializados políticamente
en las redes sociales (¡lo cual es lamentable!) y no en los espacios políticos
de los barrios y las calles.
Son
varios los defensores del proceso venezolano que buscan trazar paralelos con otras
dinámicas históricas (Chile, bajo Allende; la revolución cubana). No voy a
entrar en esa discusión, pues creo -como muchos otros- que el chavismo–al menos
hasta hace poco tiempo y desde abajo- podía ser homologado con el primer
peronismo, en tanto experiencia transformadora a nivel de la subjetividad
política de las clases populares. Sin embargo, las maldiciones que desató en
Argentina nuestra declaración crítica respecto del gobierno de Venezuela, no
tiene que ver con leer el chavismo en el espejo del primer peronismo, con
interpretarlo como una repetición de la “Batalla de Chile”, o proponerlo como
un reto similar al de “Bahia de los Cochinos”…
Desde
mi punto de vista, considero que el problema consiste en que una parte
importante de organizaciones y colegas de la izquierda nacional-popular y
autonomista argentina encontró en el chavismo un anclaje latinoamericanista y
antiimperialista imprescindible desde el cual definirse; la forma de escapar al
dilema político identitario al que los/nos sometió durante más de una década el
kirchnerismo. Dichos sectores populistas-autonomistas encontraron en el
chavismo la solución, a saber, la forma de seguir integrados en los avatares
del progresismo regional, sin adherir por ello necesariamente a la política nacional
del kirchnerismo. Su adhesión incondicional al chavismo pasó entonces a
sintetizar una manera de seguir –legítimamente- con “los pies adentro” a escala
regional, durante el ciclo de cambio progresista, aun estando “afuera” a nivel
nacional -cuando el kirchnerismo era gobierno-... En consecuencia, el apoyo al
proceso venezolano estuvo asociado a la construcción de una determinada
identidad política, capaz de dar coherencia y estabilidad a los
posicionamientos de dichas organizaciones a nivel regional, en medio de la
hegemonía kirchnerista. En esa línea, el chavismo devino la clave de bóveda de
una identidad política, asumiendo por ende un carácter inamovible e
innegociable.
En los
últimos años, hacia el fin del kirchnerismo, muchas de estas organizaciones
territoriales populistas/autonomistas, a las cuales yo misma había apostado en
términos políticos personales, eclosionaron dividiéndose; algunas intentaron
una alianza (asimétrica) con la izquierda clasista más tradicional; otros
continuaron haciendo de furgón de cola del kirchnerismo en los actos
prochavistas e incluso algunos terminaron absorbidos por éste. Otros sectores
buscaron reinventarse positivamente en la actual coyuntura, potenciando la
militancia cultural y la lucha antipatriarcal. Pocos intentaron incorporar
otras dimensiones estructurales de la lucha –como la crítica al extractivismo,
por ejemplo-; pocos lograron disputar el monopolio que el trotskismo ostenta o
al menos busca establecer desde la narrativa clasista en los medios trabajadores
urbanos… Mientras tanto el chavismo continúa siendo el anclaje identitario
mínimo, el eje inamovible, el último bastión –todavía en pie- de un conjunto de
organizaciones y colegas de izquierda, cuyos esfuerzos políticos y militantes
no han sido –infelizmente en los últimos tiempos- coronados por un avance
importante en las luchas anticapitalistas. No es casual entonces, mucho menos
en un contexto de fin de ciclo progresista, que la defensa dogmática e
incondicional al chavismo tienda a combinar la diatriba desmesurada con la
apelación mitológica, acelerando los dispositivos de clausura ideológica, pues
lo que está detrás de ello es nada menos que la defensa de una determinada
identidad política…
En
Argentina, el final del progresismo como lingua franca nos
enfrenta a una cruda realidad. Al interior de las izquierdas, el panorama es
desolador, pues efectivamente no hemos sabido –no hemos podido- articular las
diferentes narrativas emancipatorias en un lenguaje común. Sabemos que el
progresismo selectivo del gobierno kirchnerista terminó por abrir heridas
profundas al interior de este espacio, difíciles de sanar. Es por ello que
necesitamos tender puentes entre las diferentes izquierdas realmente
existentes, así como necesitamos también incorporar aquellas otras matrices
político-ideológicas que hoy recorren el campo contestatario e interpelan el
actual patrón de acumulación del capital. Tal vez me equivoque, pero sin ello,
no hay posibilidad de recomposición alguna de ese espacio político e intelectual
que pretendemos llamar izquierda. En otras palabras, tanto en Argentina como en
América Latina, la izquierda posprogresista a (re)construir, si ello es
posible, tendrá que ser no sólo regional y popular, clasista y antipatriarcal
sino también profundamente plural y ecologista.
Sería
lamentable que la discrepancia en relación con lo que sucede en la actual
Venezuela –la cual no puede resolverse a través de la escalada de la violencia
ni a través de la injerencia externa- instale nuevas barreras político-ideológicas
o ahonde las diferencias en este espacio ya de por si fragmentado y en crisis.
No sólo porque hay muchas cuestiones que en el régimen venezolano no han
funcionado y nos interrogan o deben interrogarnos acerca de qué entendemos por
socialismo y horizonte de cambio; sino porque además como izquierdas nos
debemos un debate fraternal y respetuoso, que recupere y recree los puntos de
convergencia y las gramáticas emancipatorias de los movimientos sociales en
lucha, sobre todo en los tiempos que se avecinan.
Buenos
Aires, 5 de junio de 2017
*Socióloga
y escritora. Miembro del Grupo Permanente de Alternativas al Desarrollo y de
Plataforma 2012.
Tomado de: http://www.lateclaene.com/maristella-svampa
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