Humberto García Larralde 13 de junio de 2017
La “Guerra popular” es uno de los mitos favoritos de
los “revolucionarios”. Es una figura de raigambre rural, reminiscente de
guerras campesinas contra crueles terratenientes. En el imaginario
comunistoide, se invoca la gesta del octavo ejército de ruta durante la Gran
Marcha liderada por Mao Dzedong, o la guerra del Vietcong contra la ocupación
estadounidense de lo que era Vietnam del Sur. En Venezuela, la mitificación de
Ezequiel Zamora (“General de hombres libres”), hizo de la batalla de Sta. Inés
un antecedente “popular”, anti-oligárquico, de la lucha anti-imperialista, que
tanto provecho le sacó el “eterno”. Una muestra de hasta dónde llegó lo ridículo
de este afán, se aprecia en laamenaza de Chávez en 2006 a eventuales
invasores yanquis en su programa Aló Presidente Nº 251:
“Por
allá (en Bolívar) un capitán, ¿saben lo que me dijo?... Comandante, tengo 500
indios que lanzan unas flechas y le ponen en la punta el veneno ese, curare. …
Esos indios no pelan a 200 metros. La flecha hay que lanzarla con viento a
favor y el indio sabe cómo es. Yo no he tenido tiempo de practicar, pero voy a
hacerlo con arco y flecha. Si a algún gringo invasor hubiera que meterle un
flechazo aquí (señala con un dedo en el cuello), con curare del bueno, en 30
segundos usted está listo querido gringo, usted estaría listo. (…) Con arco y
flecha los indios tuvieron en jaque a los españoles durante siglo y medio desde
las montañas que rodean a Caracas, ideales para la guerra de resistencia…”[1]
Lo
cierto es que la fulana “guerra popular” entró a formar parte de la doctrina
militar de nuestra (¿?) Fuerza Armada. ¿Y cómo se ha preparado el contingente
castrense para esta eventualidad?
La evidencia nos indica que, entre los
preparativos de la “guerra popular” en Venezuela, está la importación de
tanquetas nuevecitas, equipadas con paneles que cierran calles y con
dispositivos bélicos; “ballenas” capaces de arrollar y lesionar personas con
chorros de agua a altísima presión; bombas lacrimógenas a montón, mejor caducas
para mayor efecto tóxico; escopetas que disparan estas bombas y todo tipo de
proyectiles metálicos; bastones y cachiporras; e indumentaria de tortugas
ninja, con escudos de flexiglass, que protegen a los valientes guardias contra
viejitas y jovencitos desarmados. En contraste, se prohíbe la importación
privada de máscaras antigás, cascos y otros bienes que pudiesen ser usados por
aquellos desalmados que pretenden protegerse de los “gloriosos” GNB. Porque la
guerra en que se viene preparando la Fuerza Armada es “popular” porque es contra
el pueblo.
Entre las tácticas de esta guerra contra el
pueblo está el cierre de muchas estaciones del metro para incomodar a los
caraqueños, el bloqueo de calles para impedir el desplazamiento de automóviles
y buses, y la destrucción de puentes a la autopista que el mismo gobierno
construyó hace poco para aliviar el congestionamiento vehicular. Todavía peor
son las arremetidas, disparando y lanzando bombas lacrimógenas
indiscriminadamente, contra edificios residenciales y barriadas populares, en
las que someten a sus pobladores -incluyendo ancianos y niños- a asfixias y
atropellos crueles. En estas salvajadas no se salvan centros comerciales y
clínicas, ni los heridos (y enfermos) ahí atendidos.
Para estos militares (y PNBs) depravados, el
ciudadano se ha transformado en objetivo de caza. Todo es válido. Alimentan sus
escopetas con metras de metal, tornillos y clavos para que la investigación
balística no sepa con qué arma fue asesinado un manifestante. Saquean negocios
y apartamentos, abusan de mujeres a quienes detienen y les roban celulares,
dinero y otras pertenencias como “trofeo de guerra”. Amparan y alientan a
colectivos de sicópatas armados -los fascii di combattimento de
Maduro- para asesinar y perseguir a quien pueda asomarse a protestar por sus
derechos, y colocan francotiradores agazapados en azoteas de edificios cercanos
a donde han sido convocadas protestas, para que el trabajo sucio no les sea
achacado. Detienen arbitrariamente a cualquier manifestante y lo someten a
juicio militar por “asalto a centinela”, “ofensa a la fuerza armada” u otras
ridiculeces. Por último, torturan a detenidos y los vejan con todo tipo de
crueldades y bajezas, como si se tratara de saldar afrentas entre caudillos
montoneros del siglo XIX.
Y uno se pregunta, ¿son éstas “nuestras gloriosas
fuerzas armadas”? ¿Las que supuestamente son “herederas del Ejército
Libertador”? La crueldad y malicia exhibida por muchos de los Guardias y/o
Policías Nacionales contra los muchachos, capturados en tantos videos, desafían
toda comprensión. Al comienzo, se corrió la especie de que eran cubanos
disfrazados. Luego, que la ministro Varela había soltado a criminales para
lanzarlos, vestidos de Guardia, contra los manifestantes. Tristemente, la
verdad es bastante más fea: son venezolanos egresados de escuelas militares
“bolivarianas”. ¿Cómo fueron formados? ¿No tienen familia, madre, hijos? ¿Viven
en Marte para no entender lo que está pasando?
Auxilia a nuestras mentes perplejas la
explicación de Hannah Arendt sobre la terrible banalidad del mal. Pero es
menester algunas precisiones referentes a la situación venezolana actual. Toda
empatía con la población venezolana objeto de estas atrocidades ha sido
deliberadamente destruida descalificando a los manifestantes como
“desestabilizadores de ultra-derecha”, “traidores” o, incluso, de “fascistas”.
Los conceptos en sí no importan -estos criminales ignoran su significado- sino
su uso como etiquetas hacia donde canalizar el odio. ¿Qué sentido tiene, para
un proyecto tan primitivo y retrógrada como el de Maduro, descalificar a otros
de “ultra-derecha”? ¿En qué mente cabe que los “fascistas” son los que salen a
manifestar pacíficamente y no los gorilas que los reprimen salvajemente? Como
en el caso nazi, el uso de epítetos denigratorios sirve para quitarle todo viso
de humanidad al otro, degradarlo de manera de facilitar su aniquilación. No hay
fundamentación racional de tan brutal represión, sino ponzoñosos resentimientos
viscerales. Se atropella, no gente de carne y hueso, sino a la expresión del
mal, a los “terroristas” que quieren destruir la “revolución bolivariana” y
que, por ende, traicionan a la patria.
Visto así, la Guardia Nacional asume la función
de ejército de ocupación en urbanizaciones y barriadas, conquistadores de un
territorio en el que residen pobladores enemigos que constituyen un peligro y
que es menester aplastar. P’al carajo la admonición del Libertador,“Maldito
el soldado que empuñe su arma contra su propio pueblo”, pues no
pertenecemos, no somos pueblo sino habitantes extraños. De ahí que para
ellos pierde todo sentido lo dispuesto en el artículo 68 de la constitución:
“Los ciudadanos y ciudadanas tienen
derecho a manifestar, pacíficamente y sin armas, sin otros requisitos que los
que establezca la ley.
Se prohíbe el uso de armas de fuego
y sustancias tóxicas en el control de manifestaciones pacíficas. La ley
regulará la actuación de los cuerpos policiales y de seguridad en el control
del orden público.”
Ese es el cruel legado de los simbolismos
maniqueos que animan ese odio para defender, a sangre y fuego, a la oligarquía
expoliadora que ha destruido a Venezuela. “Justifica” el uso de los medios de
violencia del estado para aplastar las garantías constitucionales y librar una
guerra de rapiña contra el país. ¿Es ésta la “guerra popular” con que se caen a
embustes en los cuarteles para disfrazar sus semejanzas con los Pinochet,
Videla y Somoza, que tanto han azotado el continente?
Generales Benavides, Reverol y González López,
son demasiadas las evidencias, testimonios y videos de las atrocidades
cometidas. ¿Detrás de qué clichés “revolucionarios” van a intentar esconderse
para negarlos y evadir sus culpas? Y usted, Gral. Padrino López, no basta con
haber reconocido, ¡al fin!, que la Guardia Nacional comete atrocidades. Si no
procede en consecuencia a imputar a los esbirros responsables por asesinato y/o
graves violaciones a los derechos humanos y a desmarcarse de este régimen
fascista, usted también es cómplice. ¿Hasta cuándo defender lo indefendible?
[1] Citado
en el artículo de Pedro Llorens, “Usted está listo, querido gringo”, El
Nacional, Pág. A-8
02/04/06.
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