Por Félix Seijas Rodríguez
Lo que se viene el 16 de julio
no es juego. Lo que la Unidad ha planteado para ese día va más allá de un
simple hecho electoral: es un acto de rebeldía civil, el
más importante que hasta ahora haya convocado. El objetivo de
la consulta no es solo demostrar la magnitud del número de personas
que rechazan la propuesta de constituyente que adelanta el Gobierno,
sino también exponer la intensidad con la que la población se opone a tal
pretensión. Ese día se debe enviar un mensaje claro –tanto a la comunidad
internacional como a los distintos grupos del oficialismo–del carácter
ilegítimo, en lo que a apoyo popular se refiere, de quienes hoy se aferran al
poder en Venezuela. Y esto se logrará de una sola manera: haciendo que la
participación en dicha consulta sea masiva.
Por falta de gente no hay que
preocuparse. Hablamos de más de diez millones de personas que con gusto irían a
plasmar su firma para dejar tal cosa en claro. A estas alturas nadie duda
de ello, incluyendo al Gobierno, quien sí le teme al pueblo en la calle porque
sabe que hoy le adversa. Los hechos del 2002 le enseñaron a lo que puede
conducir algo así. Por eso no espera a que la protesta se masifique, sino que
le pica adelante reprimiendo y llamando a la violencia. El régimen sabe
que tal cosa ahuyenta a las mayorías, quedando unos pocos miles dispuestos a
enfrentar lacrimógenas y a correr riesgos. Sin embargo, lo planteado el 16 es
distinto, ya que representa aquello que ocupa un sitial de honor en la escala
de valores del venezolano: expresar la voluntad a través del voto, a
través de una consulta. A este acto se siente convocado desde la escudera
dispuesta a batirse en el asfalto, hasta el abuelito en silla de ruedas.
Si a una marcha acuden miles,
a un evento como el del 16 acuden millones, y el Gobierno hará todo lo posible
por evitarlo. Para ello intentará sabotear la logística de preparación para
montar el evento –de hecho, comenzó a hacerlo desde la detención
de Roberto Picón, el cerebro mejor capacitado para esta labor, y continuó
con el anuncio del CNE de un simulacro del evento del 30 para ese
día-, así como también intentará inhibir la participación ciudadana amenazando
a empleados públicos, a beneficiarios de misiones y a quienes aspiran a ellas,
pero también tratando de investir a ese día de un aura violenta. Y todo
esto tratará de hacerlo con la colaboración de los opositores, tanto
pueblo como organizaciones, sin que estos se den cuenta, aprovechando sus
flancos débiles para usar contra ellos su propio impulso. La principal
oportunidad que ve el Gobierno es la diversidad de la masa democrática y su
carga anímica, que le hace desconfiar hasta de su propia sombra. Y nadie le
está dando ideas al régimen: cuando se trata de pensar en maldades, los malos
siempre llevan la delantera. La pregunta es si la gente y los líderes políticos
de oposición están dispuestos o no a prestarle “una ayudaíta” al opresor.
El 16 está ahí mismito, a
pocas horas. Parpadeamos y llegó. Ese día no se acabará el mundo ni caerá el
régimen. Nadie ha prometido ni espera eso. Tenemos un tobo al que se le ha
venido arrojando piedras todos los días esperando a que se fracture, y lo del
16 representa un peñón. Se trata de una jugada que no admite grises. Nadie dirá
el domingo en la noche que la cosa salió más o menos, y que para la próxima se
hará mejor. Ese día hay solo dos posibilidades: éxito o fracaso. No
hay ensayos. El tiempo apremia. Así que no es momento de mirar al pasado. No se
puede desperdiciar ni un solo segundo. De los líderes esperamos unidad,
coherencia, lealtad a objetivos superiores. Los ciudadanos, por nuestra
parte, debemos actuar con menos aprensiones, ser flexibles –sí, los líderes
pueden equivocarse y rectificar, son humanos-, entender, colaborar, y no
dejarnos distraer por quien quiere y necesita distraernos. Arrojemos entre
todos el peñón al tobo.
11-07-17
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