Por Mirla Pérez
Han pasado más de 100 días
de protesta. Cada momento pesa porque han sido días duros, soportados en
la base sólida que da la decisión de todo un pueblo de tomar la calle
en desobediencia civil. El dilema se va evidenciando: o quedamos en
un régimen que atenta contra la convivencia y propone el sometimiento
a partir del hambre hasta llegar a la sumisión política o construimos una vía
socio-política que nos permita el restablecimiento de la democracia y
la libertad e, incluso, la posibilidad de poder comer.
El paso de una experiencia de
sometimiento a otra de libertad, implica un mundo de decisiones con raíces
culturales muy fuertes. Esto es, para poder someter se necesita tener un pueblo
dócil, sumiso, manso, sometido a la dictadura, estas serían garantías de
dominación, pero cuando la democracia no es sólo un sistema político sino
un modo de vida le coloca una enorme barrera al sometimiento.
En este sentido, en Venezuela
la democracia, como realidad política y de convivencia puede ser
perfectible, pero tiene la virtud de garantizar la distinción y la libre
determinación del pueblo. Después de más de 100 días de protesta y de una
auténtica rebelión popular, nos asalta la inquietud de poder saber
qué ocurrirá en el futuro inmediato. No podemos predecirlo, pero seguramente
lucharemos con constancia y determinación hasta restituir la democracia.
Hablando en estos días con una
mujer muy humilde de más o menos 45 años de edad, de procedencia étnica wayú,
me decía (parafraseo): “para mí es muy importante la historia, la que me
cuentan mis abuelos y la que he vivido. Yo puedo decir que esto que estamos
viviendo en Venezuela no había ocurrido nunca. Los pobres hemos tenido muchas
limitaciones, pero no hambre, cuando alguien tenía una necesidad, la
familia o la comunidad acudía en tu auxilio, hoy nadie puede ayudar al
otro porque todos estamos padeciendo la misma pobreza y la misma
hambre. ¿Cómo ayudo yo al otro o cómo el otro me ayuda a mí? Esto ha afectado
la manera como nos hemos relacionado hasta ahora, por eso yo no quiero este
sistema de vida, yo quiero que esto cambie. Ni Gómez, ni Pérez Jiménez fueron
tan feroces como estos. En ese tiempo había comida, había toques de queda, pero
luego vino la democracia, podíamos elegir a un nuevo presidente cuando el que
estaba lo hacía mal. Con este gobierno tenemos ya muchos años y no logramos
cambiarlos. Por eso voy a votar el domingo 16. Los diputados que yo elegí dicen
que esa es una manera de decirle a los que gobiernan que no los queremos y que
hemos decidido decirles que se vayan. Nosotros, el pueblo, tenemos el poder y
ellos no pueden seguir haciendo lo que les da la gana…”
Esta conversación fue muy
reveladora para mí como investigadora e interesada por comprender el devenir
socio-político de nuestro país. En cada palabra que iba pronunciando caía el
prejuicio que se tiene del venezolano popular, según el cual: no
tenemos memoria, no hay aprendizaje social, somos un montón de sumisos.
Cuando en realidad lo que se
muestra en el relato es un gran sentido de la historia, una vivencia de la
democracia que permite mirar la alternancia en el poder y el derecho
a la rebelión, y una convivencia basada en la solidaridad que en la
mayoría de los casos ha funcionado como la más expedita “seguridad social”, que
hoy es atacada desde sus cimientos por este régimen totalitario.
Mi amiga, aunque no lo dice,
sabe diferenciar entre democracia y dictadura y sabe, además, que esta última
es distinta a la que hoy nos domina. ¿Intuye la existencia del totalitarismo o
de un proceso más radical de sometimiento? Como lo intuye quiere frenarlo por
eso no está de acuerdo con la constituyente. Agrega en la
conversación: “la constituyente es algo que Maduro quiere hacer para quedarse
gobernando por tiempo indefinido y someternos a todos con el hambre…”
Esta experiencia tan
importante en la que todo un pueblo lucha contra la dictadura y ésta trata de
imponerse, ha favorecido que algunos hayan sacado lo peor de sí, porque han
hecho suya la maldad de un régimen y desde allí han construido política,
pero, al mismo tiempo, esta lucha ha permitido que el pueblo, en general,
muestre su realidad más radical: la lucha, la constancia, la decisión, la
rebeldía y su capacidad de soñar basada en la esperanza y solidaridad.
Para cerrar, quiero dejar como
testimonio la reciente acción de valentía de una comunidad como el barrio La
Lucha, que a pesar del hambre (he visto como sus habitantes buscan en la basura
algo que comer), con una gran dignidad y audacia sacaron a los agentes del
régimen que llevaban el Clap y les chantajeaban de no seguir
recibiendo el “beneficio” si no votaban en la constituyente. Los propiciadores
del hambre amenazan con ella, pero la gente no permite que esto siga ocurriendo.
Desde nuestro pueblo sobran
las razones para tener esperanza. Decisión y valentía, eso es el 16 de julio…
13-07-17
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