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sábado, 2 de septiembre de 2017

El rol de víctima por @cgomezavila


Por Carolina Gómez-Ávila


La antipolítica es un enemigo atroz de la República porque atenta contra el sistema de partidos múltiples, imprescindible para regresarnos a la tan ansiada alternancia democrática. Lidera un movimiento antiético destinado a sacar provecho de lo más débil que tienen los políticos: su reputación. Así confunden al común que opina de un partido político lo mismo que opina de su representante más visible, medrando de lo fútil porque no pueden hacerlo de la institución (a efectos de la democracia, los partidos políticos son instituciones).

Para influir en la opinión pública, la antipolítica dispone de muchas más cajas de billetes de las que seamos capaces de ver en cualquier camioneta, destinados a lograr que un outsider se haga del poder -como en 1998- y tratar de que, esta vez, sí permanezca bajo el control de los dueños de las cajas.

Desde ese año los venezolanos devinimos en víctimas pero no asumimos ese rol hasta que el hambre, la enfermedad y la muerte nos convirtieron en tales. Como pueblo, creo que no tenemos vocación de víctimas. Lo digo con orgullo porque, durante 4 meses y a pesar del miedo, salíamos 3 ó 4 veces por semana a protestar a pesar de la posibilidad real de resultar lesionados, heridos o muertos. Quienes se asumen víctimas quedan baldados y son incapaces de eso.

Pero el rol de víctima ofrece algunas retribuciones temporales: como la culpa es ajena, la víctima suele ser compensada con el endoso de una dosis extra de pureza; además, a partir de los hechos, la víctima goza de atención adicional y trato preferencial; finalmente, a la víctima no se le exige que cambie su conducta a pesar de que necesariamente haya accionado y reaccionado influyendo en su propio sufrimiento. En resumen, la víctima acrisola su imagen ante sí misma y ante los demás, como dije antes, temporalmente.


Un claro ejemplo de víctimas son nuestros diputados MUD. Hace más de un año que no reciben remuneración; a pesar de ello (y si fue también por ello, los apoyo) participaron activamente en las protestas de calle, donde su investidura fue irrespetada y resultaron lesionados o heridos. A pesar de la majestad de su cargo, fueron reprimidos como cualquiera de nosotros y vilipendiados por todos. He visto con estupor cómo lo han hecho compatriotas relevantes y he sentido vergüenza y dolor en mi añoranza republicana.

Yo no les llamaré apáticos por no haberse batido en el patio central del Capitolio, porque no mido su aporte a la República por la cantidad de sangre que derramen en esa fuente o estampen en los troncos de esos chaguaramos. Yo no pretenderé que alcen barricadas en el perímetro del Palacio Federal Legislativo porque no se trata de un fortín y ellos no son soldados, sino que se trata del asiento del Poder Legislativo y ellos, los diputados. Yo no los considero cobardes ni sus métodos son un baldón, porque de los parlamentarios no cabe esperar acción física. Voté por ellos para legislar en el marco de la República democrática o, en su ausencia, para encarnar la resistencia de las luces ante la dictadura. Aunque nuestra sociedad haya retrocedido dos siglos, de los diputados no quiero fuerza bruta sino su ejemplo de ilustración, inteligencia, estrategia y trabajo.

Dije trabajo. En sus curules, puntuales, denunciando los hechos que nos conturban, exponiéndolos y proponiendo; mostrando a Venezuela y al mundo que ustedes siguen allí y seguirán a toda costa -eso es resistencia- a pesar de su hambre y enfermedad si también la tuvieran, porque no son distintos al pueblo en su sufrimiento.

Y si en estos tiempos de excepción es estrategia política unitaria que sean ustedes mismos, los más reconocibles, quienes se postulen a las elecciones regionales, sea. Pero sin faltar a su deber, que para ello cuentan con los recursos de sus toldas a fin de costear lo imprescindible, porque el Parlamento necesita hombres y mujeres del tamaño de las circunstancias.

Los republicanos no exigimos más, ¡tampoco menos! Cada uno de ustedes está obligado a ser distinto de la escoria que nos mantiene secuestrados, demostrándolo con hechos. Y en ninguno de estos hechos cabe el rol de víctima.

02-09-17




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