Por Nicmer Evans
Andrés Manuel López Obrador,
líder político mexicano, aspirante por tercera vez a la Presidencia de México
(hoy con amplias posibilidades de representar la primera opción frente la
crisis social, económica y política que vive su país), ante la crítica que se
le hace a todo aquel que se declara de izquierda al asociarlo con Chávez y
ahora con Maduro, respondió de manera absolutamente contundente: “Ni Maduro ni
Donald Trump”, cosa distinta a organizaciones de izquierda europeas como
Podemos, cuya cúpula no ha podido zafarse de las fuertes vinculaciones
económicas de financiamiento, que al final han deteriorado la potencialidad de
esta organización que se ofreció como novedosa, y que ya parece del siglo
pasado, o como algunas organizaciones de izquierda en Venezuela, que se han
convertido en franquicias del madurismo pesuvista.
López Obrador ha dado en el
clavo. Todo aquel que hoy quiera levantar las banderas de la izquierda en el
mundo tendrá que hacer un esfuerzo inmenso por dejar claro que Nicolás Maduro
no es de izquierda, y esto de inmediato no te tira a los brazos de las
políticas neocoloniales de la política exterior de los gobiernos
estadounidenses y de sectores económicos trasnacionales que alimentan esa línea
de acción.
Maduro dejó de ser una
referencia para la izquierda honesta ya desde el momento de poner en evidencia
cómo manejó la enfermedad y muerte del presidente Chávez. Pero son muchas otras
cosas las determinantes, tales como la creación de las zonas económicas
especiales (2013) que transgredían ya para ese momento la Constitución
bolivariana, o cuando impidió el referéndum revocatorio (2016), por no hablar
de la brutal violación de los derechos humanos (2017) o la cantidad de presos
políticos que hoy existen, sin dejar de lado la entrega de 12% del territorio
nacional a más de 150 trasnacionales expoliadoras de la riqueza mineral y de la
biodiversidad de nuestro ecosistema, gracias al desarrollo del decreto del arco
minero del Orinoco.
Pero Obrador en esa frase,
además, logra sintetizar claramente una realidad mexicana que se expresa
también en nuestro país, ya que el respeto a la soberanía también se aplica
contra el injerencismo extranjero, y es fundamental dejar claro que una cosa es
la solidaridad internacional, valor que cree y promueve la izquierda mundial, y
otra cosa es querer determinar los destinos de otros países así como lo
pretende hacer el “Big Brother” estadounidense expresado hoy en la política de
Donald Trump, por ejemplo, con el muro ante México.
La izquierda mundial, y la
venezolana en especial, tienen un reto trascendente: cómo reconectarse con las
necesidades de la gente, cómo hacer que la justa valoración del trabajo y la
dignificación de la vida sean producto de una mayor conciencia ciudadana, y
asumir que su destino estará determinado por concretar el ejercicio directo del
poder político.
Pero, para ello, otro de los
retos es desprenderse del discurso populista y demagogo, y de hiperliderazgos
que desmoronan la posibilidad real de la democracia participativa y
protagónica. Y eso aplica también para México.
Ni Maduro ni Donald Trump
sintetiza el deseo de los pueblos de América Latina por ser independientes y
soberanos, libres de populismo y demagogia.
07-09-17
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