Luis Manuel Esculpi 12 de septiembre de 2017
@lmesculpi
Por
razones que no vienen al caso detallar -aunque el lector puede suponer- todo
este año no he podido disponer de mi vehículo. Aunque siempre me he considerado·”un
hombre de a pie”, en su acepción más
general, este tiempo lo he sido literalmente. El espacio disponible no me
permite relatar las peripecias de un peatón, o más bien, de un pasajero del
Metro y de camioneticas; que ocasionalmente regatea el precio de una carrera a
un taxista “pirata”, porque en algunos casos ellos suelen resultar más
económicos.
No
puedo dejar de mencionar la generosidad de amigos y compañeros que con
periodicidad facilitan mi traslado, para así poder cumplir con obligaciones y
compromisos adquiridos.
En el
Metro me he acostumbrado en las “horas pico” -ahora son casi todas- a entrar
después que pasan dos o tres trenes donde es imposible ingresar. Corre el rumor
entre los empleados que algunos están
fuera de servicio por falta de repuestos y mantenimiento. El comportamiento de
los usuarios y el sistema en general está colapsado, no tiene nada que ver con
el que alguna vez existió. El deterioro es un reflejo de la situación del país.
No hay
vagón -igual ocurre en las camionetas- donde no ingrese un vendedor de
barrilete de menta o de coco, es también reflejo de la crisis; tienen un
discurso único – en eso se asemejan más al gobierno que a la oposición- en los
siguientes términos: “Buenas días…buenas tardes Venezuela, gracias por su buena
educación…para que refresque su aliento tengo los barriletes de menta tan solo
por cien bolívares…por acá quien quiere etc.
En los
dos medios de transporte los vendedores tienen un mínimo de organización, un
acuerdo para ingresar, con alguna frecuencia se plantean disputas cuando alguno
no respeta lo convenido. Entrar o salir de la estación de transferencia Plaza
Venezuela constituye un verdadero suplicio. Hay que preparase con anticipación,
para no salir a empujones o entrar de la misma manera.
En
medio del caos del sistema de transporte subterráneo hay cambios para bien, ya
desde hace algún tiempo el color dominante en la vestimenta no es el rojo y en
las frecuentes discusiones que se presentan el rechazo al gobierno es
abrumador. Presencié una polémica donde la inmensa mayoría de los pasajeros del
vagón discutieron airadamente con un defensor del gobierno, cuando los ánimos
se caldearon un miliciano uniformado, discretamente le pidió preventivamente al
chofer que le permitiera ir a su lado.
Las
conversaciones normalmente están referidas a la situación económica, la
escasez, inflación y la inseguridad. El viernes pasado se concentró en el
aumento de salarios, la mayoría de quienes opinaron estaban en desacuerdo, la
experiencia le enseñaba que tal como se venían decretando generaban más
inflación.
Recientemente
en una camioneta que se dirigía a Petare me correspondió sentarme al lado de un
pasajero joven, delgado y con muletas, vestía de franela y bermudas conversaba
en voz alta con otro que no detallé, sobre su situación física; ambos habían
recibido varios disparos que provocaron sus lesiones. Lo hacían con mucha
naturalidad, como algo perfectamente normal mostraron las cicatrices para
asombro del resto de los presentes. No
sabíamos si la charla era la preparación para uno de los atracos que
frecuentemente se producen en ese medio, o era parte del discurso que para
intimidar pronuncian los que
solicitan ayuda argumentando
acaban de salir de prisión y no tienen como trasladarse al interior.
Afortunadamente la tertulia no tenía esos propósitos. A diario los caraqueños
que usan el transporte público viven las experiencias más insólitas, donde se
hace realidad el slogan de lo extraordinario como cotidiano. Las consecuencias
del deterioro de la calidad de vida experimentado en los últimos diez y ocho
años la sufren a diario quienes para trasladarse en la ciudad usan estos medios
viviendo en su día a día una verdadera odisea.
@lmesculpi
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