Por Arnaldo Esté
Uno va saltando de un canal a
otro y siente que no cambian. Todos están en lo mismo. Hay cadena. No puede
evitar ver al presidente de la República insultando al presidente y al
vicepresidente de la Asamblea Nacional, y en la misma toma manda a los
constituyentes a ponerse de pie, aplaudir, levantar las manos… Se humilla a
todo el mundo, se humilla a sus escogidos.
Ese gobierno, jugando al
“palito mantequillero”, deja escapar una fecha para las elecciones regionales:
el 15 de octubre. Uno podría pensar en sesudas discusiones que terminan en no
menos sesudas decisiones. Pero lo cierto es que el cuadro de aislamiento
internacional, los tres meses de revuelta y la crisis general que aflora cada
vez más como hambre y mengua, le obligan a cierto pragmatismo.
Unas regionales, que se
asomaron con alguna timidez hace solo unas semanas, ahora se abren como una
decisión, como un curso necesario. Ya tienen un cuerpo y una presencia tal que
el gobierno las tendrá que aceptar a no ser que prefiera provocar otra revuelta
de calle.
Escuchamos algunos candidatos
y, con ellos, la intención de ofrecer programas que pudieran comunicar
angustias y necesidades de los estados. Tímidos intentos que no reflejan el
soporte de buenos y adecuados estudios y conocimientos. Lo que refleja la
necesidad (y posibilidad) de la formación de cuadros y nuevos líderes, apoyados
mucho más en sus propias competencias que por los trajines politiqueros.
La descentralización que ahora
se podría realizar sin la presión y exigencia de partidos y cogollos, debería
resultar exigente y creativa para cultivar propuestas que valoricen la
diversidad regional: social, cultural, ecológica, y crezcan como alternativa a la petrofilia, con
una actividad económica que les permita autosustentarse.
Esto no es nada nuevo, la
historia de muchos países reseña los logros de la descentralización acompañada
de un adecuado ejercicio del poder central. En Venezuela quedaron estudios y documentos
importantes para la reforma del Estado (ver, entre muchos otros: la
Constitución de Cúcuta 1821, la Constitución de 1961, las publicaciones de la
Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, Copre, 1984; la ley sobre
elección y remoción de los gobernadores, 1989, y la actual y vigente
Constitución). Todo eso deberá ser retomado, discutido y actualizado con las
exigencias que ahora plantea la construcción del país partiendo de su
descoyuntamiento actual y con el propósito de una profundización de la
democracia. Es un tema de los muchos que la Asamblea Nacional, con una
disposición prospectiva, debería asumir. Nada fácil ni sencillo y que tomará
varios años hacerlo.
09-09-17
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