Por Simón García
Aunque afirmemos que estamos
convencidos, hay aspectos de la situación que debemos comprender mejor. Una
parte de las desventuras opositoras derivan de las discrepancias entre
percepción, discurso y acción.
La más común de ellas es
denunciar al régimen como dictadura y esperar que actúe democráticamente. La
concepción clasista y “revolucionaria” del oficialismo sobre la democracia
busca desmantelar los valores y reglas de la que ellos tipifican como burguesa.
Su misión es liquidar esta versión “capitalista” de la democracia para imponer
un modelo comunista que está hundiendo el país en el infierno.
El Gobierno siempre seguirá el
ADN de su modelo: perpetuarse por los medios que sea, control absoluto de
la sociedad y eliminación del mercado, la democracia representativa y el Estado
de Derecho. Se socializará la pobreza, excepto para la nueva clase de
boliburgueses, enchufados y funcionarios que viven con más privilegios que los
de un odiado capitalista.
La ruta convencional del
modelo conduce de un poder autoritario a uno totalitario, aprovechando la
democracia cuando conviene y negándola cuando la superioridad de ventajas lo
permita. El Gobierno hará concesiones sólo si advierte un grave riesgo a su estabilidad
y de modo temporal, mientras reconstruye una relación de fuerzas que lo coloque
en condiciones de retomar la confiscación del poder por cualquier medio.
Una lección que se desprende
del reiterado extravío de las fuerzas de cambio es que sin compartir una
definición sobre la naturaleza del poder dominante en Venezuela, en lo cual no
hay consenso político y muchos académicos disputan por acuñar la realidad a sus
esquemas ya hechos, resultará difícil obtener triunfos sostenibles.
Otra, es que la lucha por la
democracia y una justicia social vinculada al desarrollo humano dentro del
mercado es un territorio desventajoso para el régimen y en el cual agota sus
márgenes de juego. Pero la proclamación de una estrategia democrática,
electoral, pacífica y constitucional ha sido, en ocasiones, sustituida por una
confrontación radical, a veces con sesgo insurreccional y siempre con altos
costos que han debilitado a las fuerzas de cambio. Esta ambigüedad, esta
oscilación recurrente entre dos líneas de acción contrapuestas es la raíz de
los fracasos de la oposición y una de las causas de la crisis de
representatividad y credibilidad de la disuelta y vapuleada MUD.
Hay que examinar por qué
después de la victoria electoral del 2015 la oposición entró en una fase errática
que ha contribuido a que el Gobierno, siendo socialmente minoría haya podido
recuperar su electorado tradicional; mientras que la oposición, con un rechazo
mayoritario de la sociedad al Gobierno, pierde apoyo electoral. Análisis
urgente ante la aparición de una desafiliación emocional de la base opositora
respecto a su dirección.
Por obra de partidos y
ciudadanos, el lunes amaneceremos con un Gobierno fortalecido por el control
del poder local. Un camino que si nos empeñamos en seguir, eternizará a Maduro
y los carteles en el poder.
10-12-17
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