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jueves, 7 de diciembre de 2017

La malaria, ese huésped indeseado, ha vuelto por @daVinci1412


Por Gioconda San-Blas


“Se tendió en el chinchorro y se dispuso estoicamente a recibir la acometida del acceso palúdico… Se le descuadernaba la quijada en el castañeo de los dientes. El dolor de la cabeza remontaba en una escala enloquecedora. Sebastián se arqueó al borde del chinchorro y se volcó en un vómito amargo y turbio. Tenía el rostro amarillo como el corazón del huevo, como las flores silvestres de la sabana. La fiebre seguía subiendo… la lengua densa comenzó a modular incoherencias… Se estaba muriendo pero no perdía la conciencia del trance…”

Cuando Miguel Otero Silva publicó “Casas muertas” en 1955, ya la legendaria cruzada de Arnoldo Gabaldón y su Dirección Nacional de Malariología y Saneamiento Ambiental contra la malaria había dado sus frutos. Hablamos de un país, Venezuela, cuya población en su tercera parte la sufría en las primeras décadas del siglo XX y de los cuales 112 personas por cada cien mil habitantes morían de paludismo en 1945 (malaria y paludismo son la misma cosa y no hay vacuna contra ella, aunque el farmacéutico ministro de salud no se haya enterado). La sostenida campaña hizo posible reducir la cifra mortal a 1 por cien mil diez años después, un record que puso a Venezuela en el mapa mundial como ejemplo de óptima política pública en salud, al punto de que muchos técnicos de otros países vinieron a entrenarse en el país. En 1961 la Organización Panamericana de la Salud declaró a Venezuela erradicada de malaria en 68% de la zona malárica (unos 400 mil Km2), siendo el primer país en alcanzar una extensión tan grande, ampliada en 1971 a 77%.

“La División de Malariología (creada en 1936 y  desmantelada en estos años ignominiosos) hizo mucho más que erradicar la malaria, le dio un futuro al país”, escribió Juan Carlos Gabaldón en un sentido recuento de esta proeza, a la vez que cita a Arturo Uslar Pietri, quien manifestó entonces que “los cambios sociales y políticos que el país está experimentando son no solo la consecuencia de una Venezuela con petróleo sino también de una Venezuela sin malaria”.


Esas victorias yacen ahora en el cementerio de las instituciones destruidas por el régimen. El pasado 29 de noviembre la Organización Mundial de la Salud publicó su informe mundial de malaria 2017 que resalta el alarmante aumento de casos en el continente americano, de los cuales Venezuela aporta 83%, desplazando a Brasil en el primer lugar de incidencias. La tasa de mortalidad por malaria a nivel del continente es de 0,5 fallecidos por cien mil habitantes por año, mientras en Venezuela es 24 veces mayor. En el informe destaca el dudoso honor que Venezuela comparte con Nigeria, Sudán del Sur y Yemen en ser los cuatro territorios en situación compleja de malaria. De ser el país con mayores logros en el control del paludismo a ser el de mayor recrudecimiento en incidencia y mortandad. ¡Todo un éxito revolucionario!

La población en zonas de riesgo de transmisión de malaria en Venezuela llega ahora a casi 11 millones de habitantes (34% de la población, a niveles de 1930), lo que indica una diseminación creciente del paludismo a espacios que por muchos años estuvieron libres de la enfermedad. El Observatorio Venezolano de Salud señala que en 16 años, desde 2000, los casos de paludismo se incrementaron en 525%, mientras que los estimados para el cierre de 2017 suman más de medio millón de enfermos. Sumemos al cuadro la desidia gubernamental en la provisión de medidas de protección mediante insecticidas y mosquiteros, que estaba  en 4,1 millones de habitantes en 2014, reducida a apenas 30 mil personas (0,7%) en 2016, la falta de medicamentos, la inacción de las autoridades de salud para erradicar los mosquitos y el abandono total del programa antimalárico, más un pretendido programa de “vacunación” (vacuna inexistente en el mundo). ¿Resultado? El retorno a las peores épocas de aquella Venezuela palúdica en la que todos sus pueblos replicaban a Ortiz, el de las casas muertas.

Un país extraño el nuestro, en el que los triunfos pasados, que debieron servir de peldaños para conquistas mayores, han sido pulverizados por una nomenklatura que se ha propuesto permanecer en el poder a costa de la miseria de su pueblo. Pero allí está el ejemplo de Gabaldón: ya sabemos qué hacer, con las actualizaciones del caso, para rescatar a Venezuela de las garras del paludismo, de las cuales alguna vez nos liberamos. Tendrá que ser un propósito prioritario para 2018.

TUITEANDO      

Esta es mi última nota de 2017. Espero que la llegada de un nuevo año pueda significar para nosotros, los habitantes de esta tierra dolida, el renacer de la esperanza y la acción por un futuro mejor. Con ese deseo en el corazón, nos reencontraremos el jueves 18 de enero de 2018.

07-12-17





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