Por Simón García
La unidad ya no puede ser
vista exclusivamente como un medio para sumar opositores y ganar unas
elecciones. Más bien, el tema interroga hoy al Gobierno, a los partidos,
a las instituciones, organizaciones y ciudadanos sobre si efectivamente están
dispuestos a ponerle el pecho a la crisis y trabajar en conjunto para
superarla. Ya unos y otros lo sabemos, aunque no queramos admitirlo: la
extensión y profundidad de las crisis requiere mucho más que respuestas
hemipléjicas.
La pluralidad, calidad y
objetivos del cambio dejarán de tener asidero a medida que se generalice la
desesperación y tome cuerpo un sálvese quien pueda que nos ponga a pelear a
dentelladas por obtener un alimento o una medicina. Los saqueos, aislados y
fragmentarios, son la primera campanada del caos que contenemos.
Hay que comprender que la
falta de opciones es producto de la desacumulación de fuerzas en la oposición y
de la imposibilidad del régimen de aportar soluciones a una crisis que es
consustancial a su naturaleza. La pérdida de lo que la MUD había ganado, que
puede ser temporal o volverse un hecho crónico la convierte en un polo
minoritario. Una condición que comparte con el Gobierno cuya influencia tiene
un techo bajo y presa de una furia contenida. La mayoría vuelve a ser los que
se mueven en el rechazo al Gobierno y la desconfianza en la oposición.
Si no se rompe este bloqueo de
opciones, el proceso de disolución económico, social y político tenderá a
acabar con los actores actuales y la desesperación dejará a la sociedad al
borde de cualquier aventura que pueda ser percibida como solución. Gobierno y
oposición, reducidas a dos minorías cerradas sobre si mismas, piensan que están
librando una batalla de una contra la otra y no perciben que se ha formado una
tormenta que está devastando a ambos y al país.
Es urgente llegar a un
entendimiento entre los bloques rivales para actuar como el eje plural de un
compromiso de país: salvar a Venezuela del desastre. Abrir un período de
transición y crear un gobierno de unidad nacional concentrado en un plan de
reconstrucción de la democracia, la producción y el bienestar. Y después,
cuando se vuelva a tener país, confrontar los proyectos sobre él.
Los dirigentes políticos y las
diversas élites que se disputan el poder no pueden permitir que se siga
ensanchando el abismo entre el mundo de las luchas políticas y el mundo del
empobrecimiento acelerado, del hambre, la búsqueda incesante de medicinas y una
vida insegura no sólo por la acción del hampa.
La destructibilidad de las
crisis exige suspender los pequeños enfrentamientos, el juego de los acomodos
mutuos, el forcejeo por el reparto de renta y poder y asumir nuevas estrategias
con sentido de país. El entendimiento es el medio y las realización de
elecciones justas, transparentes y libres es la vía para recobrar un país donde
la victoria de uno no signifique la liquidación del perdedor.
El bloque revolucionario tiene
que renunciar a imponer su violencia, fuera de la Constitución, contra los
derechos humanos y a costa de sacrificios que apenas han asomado su nariz en el
comienzo de año. El bloque democrático tiene que asegurar su ruptura definitiva
con los atajos, las soluciones mágicas, las salidas instantáneas y el descarte
de la vía electoral y pacífica.
Abajo, el pueblo comienza a
entenderse. El tic tac no suena sólo para el gobierno.
14-01-18
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