Por Froilán Barrios
Reconocer la naturaleza humana
es el puente conquistado por la literatura civilizatoria para lograr la
posteridad, capaz de traspasar fronteras, idiomas, culturas que ilustren un
imaginario donde nos identificamos las razas de todos los colores, en este
curso han transcurrido milenios relatados por genios, bien sea en las clásicas
tragedias griegas, el universo cervantino de Don Quijote y Sancho Panza o si
nos ubicamos en terruños vecinos, en el mundo mágico del Macondo descubierto
por el Nobel de Aracataca.
Todo este legado de la
humanidad tendría hoy en Venezuela un material de primigenia calidad para
reinventar el universo imaginario garciamarquiano, sobre las aventuras
inverosímiles de un país tan cojonudo capaz de sobrevivir a dos parlamentos
nacionales, que, por cierto, conviven en el mismo recinto; desde el exterior
nos preguntan cómo hacen los diputados de uno y otro para no confundirse, ya
que pudiera suceder a más de un legislador despistado, víctima de una resaca,
que se equivoque y entre en la sesión del otro. Incluso, que hasta el
presidente de la República termine extraviado al pretender cumplir con la Constitución
vigente de presentar su balance anual de gestión y asista al parlamento que no
le convenga.
En fin, esto es lo que hay, un
parlamento constituyente, valga la redundancia, inconstitucional, productor de
leyes dialécticas pletóricas de amor y de odio, cuya aplicación ya tiene sus
primeras víctimas en prisión –dos infractores de mensajes de texto
proimperialistas–, con capacidad infinita de destituir gobernadores, alcaldes,
ilegalizar partidos, y por otro lado, el otro parlamento que es legal y constitucional
que, por su tímido accionar, terminó convertido en un reality
show semanal.
El universo de cien años de
soledad se potencia con un presidente obrero que anuncia, con ínfula de récord
Guinness, hasta seis aumentos de salario en un año, ante unos trabajadores
postrados y genuflexos, quienes le imploran no continúe con esa letanía, cuyo
destino culminará con desproveerlos de alimentos, junto con los abuelitos que
embriagados de felicidad agradecen al mandatario haber agotado la abundancia de
efectivo.
La imaginación no tiene
límites ante la pretensión de habitantes de la capital de la república, la
sultana del Ávila, cuyos moradores buscan “tesoros” en aguas servidas, tal vez
con la esperanza de conseguir algún anillo extraviado, o una morocota, para venderla
luego en cualquier joyería de la esquina de la Francia de la plaza Bolívar
caraqueña, y así poder continuar su agonía, ante la promesa del prócer de
Sabaneta y del alcalde de Caracas de bañarse juntos en las cristalinas aguas
del río Guaire.
Y de esta manera transcurre la
historia, próxima a cumplir 19 años, de un país cuyos habitantes pueden añadir
a estas anécdotas decenas, centenas de relatos de todo género, donde el
realismo mágico literario se trastocó en tragedia, al extremo de motivar la diáspora
de millones de sus afligidos habitantes por todos los confines del planeta
Tierra.
10-01-18
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