Por Andrés M. Guevara
“La edad de piedra no terminó
por falta de piedras. La edad del petróleo terminará mucho antes de que se
acabe el petróleo”.
Sheikh Ahmed Zaki Yamani
Por décadas, los observadores
y estudiosos del petróleo venezolano han estado obsesionados, fascinados,
empeñados en la Faja Petrolífera del Orinoco: un reservorio de petróleo extra
pesado, de en una escala gigantesca, alucinante. Pero, ¿y qué tal si esa
obsesión no es más que un error estratégico en el siglo XXI?
Esto es parte del argumento
que Leopoldo López y Gustavo Baquero desarrollan en su libro Venezuela
Energética, que apunta no solo a aumentar la producción de Venezuela a 5
millones de barriles diarios hacia 2035, sino a que la mitad de esa producción
provenga de crudos convencionales y no solo de los crudos extra pesados de la
Faja.
Es una meta ambiciosa y, en mi
opinión, la correcta.
Cambiar el énfasis nuevamente
hacia los crudos convencionales representaría una reversión completa de una
tendencia de treinta años. Después de heredar los cinco proyectos de la Faja
desde la apertura petrolera de los años 90, el chavismo se centró en
desarrollar aún más la Faja Petrolífera. El grandilocuentemente llamado
proyecto Magna Reserva realizó perforaciones a gran escala para demostrar la
posición de Venezuela como poseedor de las mayores reservas de petróleo del
mundo.
Esta exploración por vanidad
del crudo extra pesado tiene poco sentido económico hoy en día. El costo de
desarrollo de nuevos yacimientos (o greenfield como se conocen en
inglés) de la Faja es aproximadamente el doble de los costos para desarrollar
petróleos convencionales que no requieren mejoramiento (o upgrading como
se conoce en inglés). Los nuevos proyectos de la Faja requerirían precios del
crudo por encima de los 70 $/barril para justificar la masiva inversión aguas
abajo, de acuerdo con la consultora IHS markit. Por supuesto, la ronda
Carabobo de licitación de bloques de la Faja en 2009 generó jugosos bonos para
el gobierno en su momento y diversificó la geopolítica de la Faja, aunque
ninguno de los bloques otorgados entonces haya sido desarrollado mas allá de
escuetos esquemas de producción temprana.
Cuando uno combina los
desafíos económicos de desarrollar nuevos proyectos en la Faja con la
revolución energética mundial en curso, que prevé el pico de demanda de
petróleo ocurriendo en los próximos 10 a 20 años, no es demasiado difícil ver
que gran parte de los recursos petrolíferos de Venezuela, y específicamente de
la Faja, permanecerán bajo tierra.
Una irrelevancia estratégica
La Faja fue estratégicamente
relevante cuando no había un final a la vista para la demanda de petróleo y
pensábamos que el petróleo convencional se acabaría. Hoy, ese ya no es el caso.
De acuerdo con las previsiones
energéticas de la petrolera BP, las reservas probadas de petróleo se han
más que duplicado en los pasados 35 años (por cada barril de petróleo
consumido, más de dos han sido descubiertos). Petróleo técnicamente recuperable
—una amplia categoría que busca medir los recursos que podrían ser extraídos
con la tecnología actual— es estimado en aproximadamente 2.6 billones (o
millones de millones) de barriles. Alrededor del 65% de estos recursos están
localizados en el Oriente Medio, en la antigua Unión Soviética y en
norteamérica.
Esta abundancia de recursos
petroleros contrasta con el lento crecimiento de la demanda. Se espera que la
demanda acumulada de petróleo para 2035 esté en alrededor de 0,7 billones de
barriles (menos de un millón de millones de barriles), cantidad
significativamente menor que la de las reservas recuperables en solo el Medio
Oriente.
Al mirar más allá del 2050, la
demanda global acumulada de petróleo se estima que alcanzará a ser menos de la
mitad de los recursos petroleros técnicamente recuperables cuantificados hoy.
En otras palabras, el mundo tiene más petróleo del que jamás necesitará en el
futuro. Esto significa que solo los “mejores” barriles verán la luz del día.
Esto también explica porque la mayoría de los analistas esperan que el precio
del petróleo se mantenga alrededor de 60 $/barril.
Desde el punto de vista
venezolano, esto significa que ideas como la creación de la criptomoneda Petro,
respaldada por las reservas no desarrolladas de crudo extra pesado del bloque
Ayacucho-1, son absurdas. Pero más importante que el Petro, este contexto
significa que la Faja Petrolífera del Orinoco no es más el ser-todo ni el
fin-todo del crecimiento de la producción. De hecho, López y Baquero argumentan
que más que un país petrolero necesitamos convertirnos en tres: una
potencia de petróleo convencional, seguir siendo un país de petróleo extra
pesado y crear un nodo internacional de gas natural.
Personalmente, he abogado por
mucho tiempo la necesidad de reorientar nuestra industria de hidrocarburos
hacia el gas natural. López y Baquero comparten esta visión, principalmente
enfocada la discusión en términos de descarbonizar la generación eléctrica
doméstica. En términos de exportaciones de energía, ellos quieren cambiar el
énfasis hacia los crudos convencionales que, a diferencia de los petróleos
extra pesados, no necesitan mejorarse. Son más livianos y menos viscosos que la
“melaza” de la Faja, lo cual hace más fácil su producción y refinación, más
rentable su venta y son mucho menos intensivos en emisiones de carbono que los
crudos extra pesados.
Debido a que nuestras reservas
son tan enormes y fajacéntricas, a menudo olvidamos que nuestras reservas
de petróleo convencional son también abundantes en términos relativos;
Venezuela tiene casi tanto crudo convencional como Estados Unidos (55 millardos
de barriles), más del doble de las reservas totales de Brasil (16 millardos de
barriles) y casi cuatro veces las reservas de México (11 millardos de
barriles). Aun si tuviéramos cero crudo extra pesado, Venezuela podría ser
todavía un productor de gran porte de petróleo, respaldado por las solas
reservas de crudo convencional.
¿Por qué son importantes los
crudos convencionales?
En un mundo en el que la
demanda de petróleo crece menos rápido que la oferta, la verdadera cuestión que
Venezuela tiene que enfrentar es una de prioridades: cuál petróleo extraer y
cuál petróleo dejar bajo tierra. Sin duda alguna: querríamos producir el petróleo
más fácil, el más rentable y el menos contaminante. Y ese no es el de la Faja,
es el convencional.
Adicionalmente hay un riesgo
exploratorio relativamente bajo con el petróleo convencional. Sabemos dónde
reposa la mayor parte de él, alguno ya ha sido descubierto pero no desarrollado
y mucho del ya desarrollado podría ser extraído a través de técnicas de
recuperación secundaria como la inyección de gas o agua.
Aún hay más. La producción de
crudo convencional puede contribuir también a maximizar la producción de la
Faja. ¿Por qué? Porque el petróleo de la Faja es tan viscoso y denso que no
puede fluir naturalmente a través de un oleoducto. Para transportarlo,
necesitas mezclarlo con hidrocarburos más livianos. Enfocarnos en crudos
convencionales pondría fin a la constante inversión en nuevos mejoradores
costosos para hacer el crudo extra pesado mercadeable; ¿y sabes qué mejora los
diluentes?: Los líquidos extra livianos —también conocidos como condensados—
asociados con la producción de gas natural.
Nosotros somos tres países,
¡no solo uno! Venezuela Energética plantea la estrategia correcta.
Nuestra obsesión con la Faja está obsoleta; el petróleo parecía escaso y
reservas de extra pesados como la Faja (y Canadá) fueron vitales, pero el mundo
ha cambiado y evolucionado. El futuro de la industria petrolera estará centrado
en los barriles más ventajosos, los de crudos convencionales, y López y Baquero
lo ven claramente, una perspectiva acertada acerca de la explotación de nuestro
potencial petrolero. En un próximo artículo desarrollare la idea de cómo podría
lograrse…
***
Este artículo fue publicado
originalmente en Caracas Chronicles.
11-01-18
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