Carlos Zapata y Pablo Cesio 10 de febrero de 2018
@Zapatacar
y @pcesio
Llegan
por millares. Unos para quedarse y otros buscando salida hacia otros países. De
un lado y otro de la frontera claman por una solución humanitaria que
establezca un centro de refugiados similar a los establecidos en Grecia o en
Italia. En los últimos días empezó a funcionar el primer centro para migrantes.
El
problema superó las previsiones. Los desplazamientos aumentan a un
ritmo vertiginoso, tan descomunal como la grave crisis generada por el gobierno
de Nicolás Maduro que hace huir a los venezolanos en busca de un mejor futuro.
Cambió
por completo la situación de la frontera. Y no para mejor. Lo advierte el
sacerdote José Laureano Ballesteros Blanco, en conversación exclusiva con Aleteia,
al analizar la particular situación que se vive entre Colombia y Venezuela.
Ballesteros
es actualmente párroco de Cristo Rey en San Cristóbal, tras estar casi veinte
años a cargo de la parroquia Divino Maestro de la Universidad del Táchira.
También es director del Diario Católico, producto editorial de la
Diócesis de San Cristóbal que cuenta con casi un siglo de existencia y que
debido precisamente a la crisis se vio obligado a dejar de circular todos los
días.
Además
de sus estudios en periodismo, es psicólogo de profesión y sacerdote. Sus
trabajos pastorales con jóvenes en Roma y Alemania le dieron el sustento para
insertarse en Colombia, donde durante muchos años fue rector del Seminario de
Cúcuta y más tarde responsable de la parroquia del Espíritu Santo.
Conoce
la frontera, en medio de un tejido social que impide distinguir con claridad
dónde termina Venezuela y dónde empieza Colombia. Históricamente, la fusión de
sus culturas hace que se mimeticen, casi sin lograr una distinción precisa
entre ambos lados del puente internacional y las trochas que separan a estos
pueblos hermanos.
¿Cómo
está la situación? ¿Qué se observa al cruzar el puente en zona fronterizo?
Un
descomunal desplazamiento de la masa humana que cambió la cotidianidad de la
frontera. Estuve en Cúcuta hace dos días. Aquello fue tremendamente impactante:
ver jóvenes sentados ahí en la calle esperando que los cucuteños les den
comida. ¡Eso es lo que se ve! Sentados en la calle, como perritos, allí,
esperando que les den comida…
Entonces,
¿se ha intensificado la mendicidad?
La
mendicidad y el crimen, porque la gente roba. Algunos lo hacen porque se
desesperan al no tener comida y terminan atracando a los cucuteños. La gente de
Cúcuta está haciendo protestas sumamente fuertes en contra de los venezolanos.
¡Es terrible!
¿Cómo
es la posición con respecto a los venezolanos que tradicionalmente han vivido
allá?
El
venezolano que está trabajando y que tiene a su familia está bien, lo quieren,
lo aceptan, comprenden su situación y no tienen problema con ellos. El problema
es el que llega de última hora que no tiene trabajo, ningún oficio, se sienta
en una esquina a esperar que le den comida; o que vende un pedazo de pan porque
lleva de aquí para vender allá, o pone una soga de un lado a otro de la calle
para pedirle dinero al que pasa, como si fuera un pago obligatorio, en realidad
es un robo…
Esos
son los que no caen bien de ninguna manera.
¿Con
todos es así?
No. Al
venezolano normal lo quieren, lo aprecian. En Colombia hay una campaña de que
también en Venezuela, cuando hubo persecución y muerte y todo allá (en
Colombia), Venezuela les brindó la mano; sobre todo cuando había muerte y
persecución y guerrilla. Muchos barrios, por ejemplo, el de Petare (en
Miranda), se formó con un promedio de 800 mil colombianos que llegaron allí;
eso lo dicen claramente las noticias y la historia…
Así
como Venezuela le abrió las puertas a Colombia en un momento de crisis, también
Colombia recibe a los venezolanos, siempre y cuando lleguen a portarse bien,
como hace la mayoría.
¿Dónde
está el mayor problema de la migración?
Es que
están llegando en masas completamente indocumentados. Llevan apenas una caja de
cartón. ¡Es que es muy doloroso! ¡Si usted viera! Fui nuevamente el viernes a
dar una vuelta, aquello es terrible. Lo que uno ve: una masa de jóvenes, de
adultos y no son solamente jóvenes: están llorando, esperando que alguien les
dé un pedazo de pan; van tristes, con las caras más desencajadas, usted no se
imagina. ¡Aquello es terrible!
Y cómo
maneja esa situación tan delicada la Iglesia, más allá de que la Diócesis de
Cúcuta ha estado sumamente activa desde hace más de 4 años…
De dos
maneras: pidiéndole al gobierno (de Juan Manuel Santos) que declare la zona
como una especie de ‘zona de refugiados’. Que definitivamente monte una zona de
refugio, como hay en Grecia, como hay en Italia y como hay en otros países
adonde llegan por millares.
¿Tan
así? ¿Comparables con esos sitios?
¡Sí,
señor! Esa es la conclusión que yo saco. Que se monte, apoyado por la
Organización de Naciones Unidas (ONU) un lugar de abastecimiento, de salud, de
comida, de bienestar para la gente; porque es tal la cantidad que ya el
gobierno (colombiano) no puede resistir.
En las
últimas horas se pronunció en términos similares a los suyos la excandidata
presidencial y dirigente política, Noemí Sanín, en un duro tuit en el que hacía
reclamo directo a Juan Manuel Santos…
Es que
es así. Es la verdad. Es con números este gravísimo problema. El gobierno
colombiano ha invertido grandes sumas de dinero en atender a los venezolanos
que han llegado incluso a Barranquilla.
Son
miles de millones de dinero invertido. Ellos dicen: esto nos desangra, porque
tenemos proyectos de salud para los colombianos; y por humanidad han tenido que
atender primero a los venezolanos, porque no se pueden dejar morir. Ni dejarlos
en la calle.
Ellos
dicen: hemos tenido que invertir en los venezolanos. Y aunque no se arrepienten
de haberlo hecho, dicen es que el gobierno debe pedir ayudas internacionales
para continuar con ese servicio.
¿Qué
hace la Iglesia concretamente?
La
Diócesis de Cúcuta diariamente le está dando 12 mil almuerzos a la gente, y lo
hace a través de las parroquias: dos parroquias o tres se ponen de acuerdo, por
ejemplo hoy, y llevan la comida a los lugares donde están los venezolanos.
Mañana otras dos o tres parroquias lo hacen. Como son 100 parroquias, tienen
para darles cada mes un almuerzo a la gente: una olla comunitaria, como le
llaman: una olla gigante en la que echan todo lo que donan los vecinos y
aportan y llevan esa sopa con un pan a las personas…
Similar
al programa de Ollas solidarias que realiza Cáritas en Venezuela…
Lo
mismo. Ahí la llaman Olla comunitaria, pero es básicamente lo mismo.
Usted
fue rector del Seminario… y estuvo en la parroquia del Espíritu Santo.
Mientras
fui rector, estuvieron personas tan brillantes como los que ahora son miembros
del Congreso y candidatos a presidente. Son muchachos muy distinguidos, que no
entraban al seminario porque querían ser curas sino por obtener buena
formación. Mucha gente que hoy está bregando por darle una orientación al país
pasó por ahí.
¿Usted
se imaginó que algo como esto podría ocurrir?
¡No,
jamás! Porque la frontera siempre ha enriquecido a parte y parte. En Cúcuta el
diferencial cambiario era completamente distinto. Y yo viví en esa época de
bonanza. ¡Todo era muy diferente!
Usted
que conoce el drama humanitario de ambos lados y que es testigo de la labor de
la Iglesia en ambos lados de la frontera, ¿qué les pide a las autoridades de
ese país?
Que
continúen haciendo eso. Que sigan brindando tan hermoso servicio. Que sigan el
ejemplo de la Iglesia católica, que habiendo tomando esto muy en serio ha
asumido su responsabilidad: el obispo de Cúcuta unido con el de San Cristóbal
no han dejado de trabajar para brindarles soluciones a estos pueblos históricamente
hermanos, ¡hoy más unidos que nunca!
Apertura
de centro para migrantes
Recientemente,
en Cúcuta, zona fronteriza con Venezuela, empezó a funcionar primer centro para
migrantes en la frontera denominado Centro de Atención Transitorio para
el Migrante (CATM) gracias a una alianza entre el gobierno colombiano,
Naciones Unidas y Cruz Roja.
Este
hogar transitorio, ubicado frente al comedor comunitario “La Divina
Providencia” perteneciente a la Iglesia y responde a la situación
humanitaria dramática que se vive en la frontera. Entre los primeros
beneficiarios están María José y Carlina junto a sus respectivas familias, dos
mujeres que tuvieron que abandonar sus hogares en Venezuela, recuerda El
Tiempo.
“Todo
esto ha sido una bendición, porque acá estamos mucho más tranquilas,
resguardándonos de la lluvia que nos sorprendió en la madrugada. En mi
caso, fui enviada acá por recomendación de Migración Colombia que me vio con mi
niño en brazos y me dijo que por mi condición podía pasar la noche en este albergue. Vinimos
con mi esposo y ya nos estamos acomodando, porque en la noche viajamos hacia
Bogotá”, expresó a ese medio Carlina.
Con el
aval de Migraciones Colombia, las personas que pasan por el albergue reciben
kit de alojamiento y aseo para estar de forma transitoria (no más de ocho
horas) antes de seguir hasta otros puntos del país.
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