Por Arnaldo Esté
El fraude está en curso y el
gobierno no entregará el poder, así pierda cualquier elección.
Llegamos a la cúspide de la
petrofilia consumista y producimos una dictadura que nos pone a chapotear en el
hambre. Con una hábil e inescrupulosa acción política y una muy mediocre
administración que, sin embargo, es de eficaz capacidad destructiva.
Pero es nuestro producto a
pesar de las paletadas de mierda que lanzan desde las redes los que quieren
exculparse.
Con otros, hemos mencionado
la experiencia de la Junta Patriótica que en 1958 logró unificar a la gente e
imponerles a los líderes exilados una manera de actuar y gestionar la acción política.
En pocos meses se propició una incorporación sorprendente que superó las
aspiraciones plebiscitarias del dictador y llevó a su derrocamiento.
La unidad es el recurso y el
camino de una larga y dura tarea.
***
La participación como
ejercicio de la dignidad.
La mendicidad, que es una
merma de la dignidad, no implica participación.
Se participa en el encuentro
con los otros y con las cosas. De los otros buscamos respeto y reconocimiento.
De las cosas buscamos su recreación. Pero con la mendicidad solo se busca la
supervivencia.
Participar es mucho más que
el simple gregarismo instintivo de la vida elemental o de las fuerzas y
energías de la naturaleza que hacen que se condensen cristales como motas de
nieve o agujeros negros en el cosmos. La participación hay que cultivarla. Va y
crece con la cultura y es inherente a la profundización de la democracia. Como
valor ético, se cultiva en su ejercicio, en una práctica cotidiana que hace que
cada quien se sienta como constitutivo de un todo social. En un incremento e
intensificación de la condición humana que nos permite, entre muchas otras
cosas, dejar de ser simple espectadores ante una obra de arte, para ser y estar
en ella. Es el crecimiento de lo que nos hace humanos.
La pedagogía como método
para la formación de las personas debe inducir, propiciar la participación como
recurso cotidiano. No es “dejar” que ella ocurra cuando sabemos que como valor
no se ha logrado establecer. Hay que inducirla, y es allí donde hablamos de la
intriga y la problematización. De hacer que el aprendiz se sienta convocado
para buscar y encontrar en sí mismo lo que la intriga o el problema ha
suscitado.
Lamentablemente, las aulas,
los ambientes escolares tradicionales persistentes, son autoritarios. Responden
a la vieja concepción de que la palabra y el discurso reiterado, de por sí,
genera aprendizajes. No hay teoría pedagógica o epistemología que defienda esas
tradiciones. Pero allí están y una mayoría de los docentes las practican. En
las aulas se prepara el autoritarismo.
10-02-18
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