Editorial
El Nacional
De nuevo estamos de vuelta
hacia el comienzo de la carretera, tras tiempo perdido y esfuerzos consumidos,
avergonzados por los errores cometidos y por la ceguera que padecemos cada vez
que se nos coloca en la antesala de unas elecciones, no importa si son
presidenciales, regionales o de simples concejales y desconocidos alcaldes del
interior del país. Llegamos intoxicados a la vieja encrucijada que tantos
sinsabores nos ha causado en tiempos no tan lejanos.
Hemos perdido el rumbo, las
ganas de triunfar, la ambición de arrollar al adversario, de celebrar en las
calles nuestra superioridad en los votos y, por ende, de reiniciar el rescate
de una democracia que se ha ido consumiendo entre las trampas y las cartas
marcadas del oficialismo. No podemos apelar a nuestra ingenuidad ni a la
bribonería superior y experimentada de Maduro y su camarilla de civiles y
militares que, si vamos a ver, no es que sean la “craneoteca de los genios”.
Si a estos adversarios no se
les puede derrotar y mucho menos arrinconar para que cedan a nuestras modestas
exigencias, pues es hora de pensar en enterrar tantos insultos, tanta rabia y
sobrado odio, que a nadie le presta satisfacción como no sea a quienes habiendo
sido figuras escaladoras burocráticas quieran volver a degustar aquellos
momentos que ya no quedan ni en el recuerdo.
Los venezolanos han
aprendido mucho en estos últimos tiempos, pero todavía existen personajes histéricos
que confunden su desgracia y su mala sombra con la necesidad de construir una
oposición que, al menos en lo práctico, pueda anunciar una unidad tan deseada
como obstaculizada.
Nos olvidamos que en el seno
de la oposición conviven, a veces y en ciertas circunstancias, lo mejor de
nuestra generación formada en una carrera de obstáculos infinitos, objeto de
las más grandes canalladas y de las más asquerosas jugadas del oficialismo.
Basta con mencionar que, con mentalidad militar, se ha diseñado y llevado a la
práctica una estrategia que tiene como objetivo central la neutralización de
quienes pueden agregar no solo fortaleza en la resistencia, sino en la
reconstrucción del liderazgo que tanto costó levantar en medio de grandes
dificultades y que, no se puede negar, nos llevaron a triunfos reconocidos,
aceptados y acompañados por muchos sectores sociales.
No se puede insistir en la
mediática y errática descalificación de quienes dentro de la oposición pueden
objetar otros caminos, como si la simple presentación de unas palabras adversas
pueda alcanzar la categoría de un insulto. El escenario para la discusión no
debe ser un ámbito de violencia y descalificación, sino lugar para un debate
ejemplar que nos ayude no a promover una candidatura ni un personaje en
especial sino la victoria y la conquista del poder.
Dicho esto, es bueno,
necesario e indispensable recordar a los venezolanos de buena voluntad que, por
primera vez en mucho tiempo, contamos con líderes que, con sus imperfecciones,
son infinitamente superiores al oficialismo bandolero. ¿Por qué cierta gente de
la oposición se entrega a la tarea vulgar de rebajarlos a la categoría de
politiqueros? ¿Por qué no aceptamos que sus esfuerzos nutren nuestras
esperanzas?
13-02-18
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