Julio Materano 16 de abril de 2018
De su
oficio militar, Alexis Gutiérrez, un oficial con 22 años de servicio en la
Guardia Nacional Bolivariana (GNB) dice que se lleva más afanes que sueños
alcanzados. Con tres hijos anémicos y una mujer en Guanarito, estado
Portuguesa, reclama una vida holgada, lejos de los aprietos económicos que,
según comenta, someten a los funcionarios de la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana (FANB). Los oficiales enfrentan una rutina desdichada, vergonzosa,
cuya mayor satisfacción es, en ocasiones, comer un plato insípido de pasta con
tajadas de plátano rancio. Un aliciente que, en su caso, le deja el sinsabor de
la pobreza y lo obliga a pedir la baja.
El
hambre, que desprofesionaliza a la FANB, se interna en los cuarteles y desata
la huida de militares. “En este país nadie está bien a excepción de la cúpula
chavista. Quien piense que estamos mejor por ser militares está equivocado. No
tenemos qué comer. Y todos pagamos por el error de un sistema que no ha sabido
reconocer a quienes disienten, a quienes piensan diferente y eso es
discriminatorio”, sostiene el sargento.
Quienes
hacen el trámite de la baja son, en su mayoría, sargentos y oficiales de menor
grado que huyen de la peor crisis que asedia a la institución. El hecho de que
10 de los últimos 11 ministros de Alimentación provengan de la FANB no
garantiza que los oficiales tengan comida suficiente en los cuarteles. En un
país con una de las mayores reservas de petróleo y oro en el mundo, ¿por qué
hay hambre en la FANB? Porque en la calle hay hiperinflación, porque faltan
alimentos, porque la gente hace colas para comprar productos regulados, porque
no hay efectivo.
Gutiérrez
no es el único en formalizar su retiro. Las solicitudes de bajas se cuentan por
cientos, de acuerdo con fuentes vinculadas al Ministerio de la Defensa, el ente
responsable de aprobarlas. Solo en la sede de Seguros Horizonte en Los Próceres
—la empresa encargada de honrar la seguridad social de la Fuerza Armada— se
formalizan por lo menos cuatro trámites de ese tipo por día; una cifra
conservadora que sitúa en 20 las peticiones de retiro por semana y que ubica en
80 las gestiones por mes en ese lugar, asegura una fuente directa de esa
institución. De mantenerse ese ritmo, a finales de año se habrían concretado
960 descensos en Caracas, un dato grueso que no incluye los retiros gestionados
en los otros 33 despachos que tiene la aseguradora en todo el territorio.
En
enero de este año, el caudal de solicitudes era tal, que algunos militares
dormían en los predios de la sede de Seguros Horizonte en la Torre La Primera,
en Chacao, para ser los primeros en la fila y solicitar la solvencia de la
financiadora de Primas Horizonte.
Aquel
hecho, que insinuaba el desespero de las tropas, no solo hizo estallar en
escándalo a los usuarios de las redes sociales, sino que trascendió súbitamente
al Ministerio de la Defensa, que contuvo la burla y las críticas con una orden
ejecutada a contrarreloj que pretendía ocultar lo ineludible: el hambre.
Desde
febrero, las diligencias para tramitar la solvencia pasaron a la sede de
Seguros Horizonte en el Instituto de Previsión Social (Ipsfa) de la FANB, en
Fuerte Tiuna, donde se centralizaron algunos trámites. Los componentes con más
solicitudes son la GNB y el Ejército, cuyos oficiales, conscriptos y
profesionales, resienten la ausencia de alimentos básicos. Otra dimensión del
drama que sacude al Ministerio de la Defensa es la partida de pilotos militares
que, seducidos por salarios dolarizados, prefieren irse a Conviasa y a empresas
privadas.
Como
antídoto, el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, publicó un video en
el cual aparece en un cuartel comiendo como si fuera uno más de la tropa.
Aun
cuando no ha sido ventilada la data oficial en torno a las bajas, hay quienes
arrojan sus propios cálculos. En mayo de 2017, Henrique Capriles Radonski
aseguró que había 1000 militares solicitando su retiro por el descontento. La
renuncia masiva de los funcionarios se remonta a 2011, cuando la FANB tuvo que
crear un plan de adiestramiento exprés para formar en cuatro meses a 400
sargentos en la Escuela del Ejército en Aragua, por la partida de militares.
Cifras extraoficiales hablan de 1500 peticiones en 2009, incluyendo la del
general Antonio Rivero. En 2010, un total de 1000 oficiales pasaron a la
reserva activa.
Atrás
quedó la época en la que el difunto presidente Hugo Chávez consentía al sector
castrense y le procuraba aumentos y prebendas por encima de los demás sectores.
Como ocurrió en 2011, cuando los premió con un aumento de 50 % por encima del
gremio médico y del Magisterio de Educación. Un año que destaca en la
cronología de recompensas a la FANB es 2013, período en el cual el presidente
Nicolás Maduro ajustó los sueldos en tres ocasiones. La primera fue en mayo,
fecha en la que el sucesor de Chávez se estrenó con un incremento de 40 %.
Cinco meses después, Maduro anunciaba otro aumento de entre 45 % y 60 % para
todo el gremio. El gesto de beneplácito fue repetido en noviembre de ese mismo
año, cuando hizo otro ajuste general.
En esa
ocasión Maduro también informó sobre la creación de un fondo de contingencia
médica y otro para el acceso a la vivienda.
Hoy la
crisis estalla en los comedores de la FANB y no hay capacidad para ofrecer
mayores lisonjas para el sector castrense.
Quizá
por el malestar, que parece atomizar a la FANB, el 19 de marzo el ministro de
la Defensa, Vladimir Padrino López, dijo en un acto público en Los Próceres que
ampliarán los planes de subsidio a los comedores militares. Y detalló que en
los primeros meses de este año han entregado 18.000 préstamos personales y de
vivienda para el sector. El pasado 2 de abril, el Ejecutivo aprobó un crédito
adicional para el Ejército por 2 billones de bolívares y de ese monto, 86
millardos de bolívares irán a la alimentación de los cadetes.
En
aquella alocución, Padrino López presumió del programa Mi Casa Bien Equipada
para llevar línea blanca a los oficiales y anunció además la “Campaña Nacional
Negro Primero”, para brindar asistencia sanitaria, social y burocrática al
cuerpo castrense en todo el país.
En
medio de la coyuntura, algunos militares cargan sus viandas de alimentos y
reciben permisos especiales durante el ejercicio de sus funciones para comer en
sus hogares. Parte de la alimentación ahora corre por cuenta propia y pesa
sobre el bolsillo de los funcionarios: se les agota la comida. Y esto ocurre en
medio de las sacudidas de las detenciones de militares, la degradación de otros
oficiales.
El
docente de la Universidad Simón Bolívar y experto militar, Hernán Castillo,
añade que el deterioro es tan profuso que en la región centroccidental hay
cerca de 4000 solicitudes de bajas entre los distintos componentes, pero todas
han sido retenidas. Argumenta que el panorama se torna devastador para una de
las instituciones más favorecidas por la riqueza petrolera.
La vergüenza de ser militar
Alexis
Gutiérrez es sargento mayor de primera y cabeza de familia. Comparte sus días
entre el rigor endeble de la academia y el quebranto de alimentar a sus hijos
de 7, 10 y 15 años. Relata que lo esperan en casa, hambrientos, mareados de
solo tomar agua para aplacar el ardor del hambre que hace crujir sus estómagos.
En el
país, 9 de cada 10 venezolanos no pueden pagar su alimentación diaria y 6 de
cada 10 han perdido 11 kilogramos de peso, advierte la Encuesta sobre
Condiciones de Vida (Encovi).
“No
puedo hacer nada con 2 millones de bolívares mensuales. Se me va la vida
esperando que la situación económica mejore y que haya condiciones dignas para
servir a mi patria. El país nos necesita, pero el Gobierno no mira a los
oficiales de bajo rango con la misma piedad con la que ve al Alto Mando
Militar”, sostiene, y enmudece de momento.
Su
decisión es inminente. Dice que cambiará su arma por un pico y en lugar de
botas militares, se calzará zapatos de hule. Ha heredado unas tierras en San
Nicolás de Guanarito y se ve allí, entre caminos de tierra amarilla y linderos
de espesa vegetación, cortando el monte para sembrar. Cree que es lo más
indicado para resguardar su hogar de la crisis. El dinero que recibe es
insuficiente y apenas le alcanza para comprar huevos y algo de queso para
compartirlo en su casa, donde el vértigo desencadenado por la crisis ha llegado
a niveles insospechables. “Cuando dices que sirves a la Patria, pero tienes que
recurrir a la reventa de cosas porque el Estado no te garantiza las condiciones
básicas para vivir, nada haces con el orgullo militar. Prefiero servir a mi
familia”, matiza.
Alexis
desgrana sus frustraciones mientras aguarda por su turno en el Ipsfa en
Caracas, donde espera gestionar su pase a la reserva activa, el estatus que
ocupa el militar profesional que deja de prestar servicio. Hace todas las
diligencias para lograrlo. Lleva 20 días de trámites y, a juzgar por la
cantidad de requisitos por zanjar, puede que le resten otros 10. La de ese
martes —27 de febrero— fue su tercera noche en Caracas, tiene poco presupuesto
para continuar en la ciudad y aún le resta un sello por tramitar en la sede de
Seguros Horizonte en Chacao. Se niega a renunciar a su derecho.
Una
lista virtual de requisitos, que guarda en su teléfono, lo separan de una “vida
libre”. El archivo digital que guarda bajo el título de “Hasta la victoria
siempre”, la misma consigna —de origen cubano— con la que el chavismo se asume
inmortalizado en el poder, es ahora una bitácora personal. 17 exigencias
completan el oficio, entre ellas, las fotocopias de la solvencia de armamento,
la liquidación de las primas de Seguros Horizonte, de la caja de ahorros, más
los resueltos de graduación y del último ascenso.
Los
programas sociales en manos de militares nada lograron frente a la situación.
La crisis recrudece casi dos años después de que el Gobierno oficializara la
Gran Misión Abastecimiento Soberano, un plan en manos del ministro de la
Defensa, Vladimir Padrino López, que era la respuesta a la escasez de insumos.
Puertas afuera, el desabastecimiento, que acorrala a los oficiales de bajo
rango, ha producido por lo menos 1308 protestas de civiles, según el
Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS).
Ingresos corroídos
A
propósito de los reclamos, el abogado y especialista en Derecho Penal, Alonso
Medina Roa, reitera que el disgusto por los bajos sueldos se afianza en la
tropa profesional. “En la década de los 60, un oficial cuando se graduaba de
subteniente tenía un ingreso promedio de 1000 dólares al mes. Hoy día un
general puede tener un ingreso aproximado de 25 o 30 dólares. Evidentemente,
esto refleja el deterioro de los ingresos por sueldos y salarios”.
El
fundador del Foro Penal Venezolano agrega que el Ipsfa, la otrora institución
que era garante de seguridad social, es ineficaz. Muchos de los oficiales que
pasaron al retiro en los 80, 90 y 2000 —matiza Medina Roa— adquirieron
viviendas en Santa Mónica, Prados del Este y Piedra Azul en Baruta.
Actualmente, los financiamientos son muy modestos y las primas de seguros HCM
no cubren las emergencias.
En
Venezuela se estima que existen 165.000 efectivos militares y 25.000 en
reserva, fuera de los integrantes de la milicia, un componente que infla la
cifra a 489.497 funcionarios, según el Presupuesto Nacional 2017. Ese año la
institución atrajo a 124.172 hombres y mujeres con respecto a 2016, cuando la
FANB sumaba 365.315 funcionarios, según datos oficiales.
La
crisis económica que permea a la FANB se torna contradictoria en un contexto
nacional en el que los militares ejercen un rol estelar en el cuadro Ejecutivo.
Su papel no es accidental. 13 de 32 ministerios existentes en el país están
ocupados por personal castrense. Para algunos expertos, es el mayor lucro del
chavismo, cuyo liderazgo político se dedicó a demoler las bases de una antigua
estructura militar, para dar paso a una nueva organización que surgió en 1999,
cuando Chávez incorporó a militares activos y retirados a su gabinete.
La
lectura que hace el sargento Alexis sobre el cuerpo castrense encarna una
sentencia de fracaso que deja al descubierto los desmanes de un Gobierno que
presume de su tejido cívico militar: “Son más los oficiales que conocen de
hambre, que de lujos. A veces ni siquiera podemos salir a la calle uniformados
porque es motivo de vergüenza, de rechazo. La gente no nos respeta y muchas
veces nos insultan”, se queja.
Su
mohín de arrepentimiento y su ceño fruncido resumen lo que intenta decir con
palabras. No solo le enfada el maltrato gubernamental, su visión de sí mismo es
pesimista. Piensa que ha perdido su tiempo, que no tiene modo de recobrarlo y
que ha sido usado por un Gobierno que desecha a las fichas de bajo rango. Lo
expresa con su verbo lacónico, su acento arrollado y sin reservas.
Mientras
la cúpula militar sucumbe al poder, Alexis, el oficial de Guanarito, no
descarta marcharse del país. Por ahora, colgará su uniforme para trabajar por
cuenta propia, una táctica de supervivencia que cada vez tiene más adeptos en
los destacamentos de la GNB. Solo en febrero, dice el oficial, más de 15
efectivos de su unidad en Guanare tramitaron la baja. El fenómeno se orquesta
con enfado en un año electoral decisivo, en el cual el Gobierno recurre, como
en todas las contiendas, a la bota militar.
Alexis
esgrime los desplantes de una institución embestida por la corrupción. El
hombre, cuya edad no supera los 45 años, cree que ha tomado la decisión más
determinante de su vida; dejar lo que hasta hace algunos años era su
inquebrantable vocación: “Servir a la patria grande”.
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