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viernes, 11 de mayo de 2018

Carlos Cruz-Diez, el prisma vital, por @crisraffalli ‏




Cristina Raffalli 10 de mayo de 2018

Entre las muchas interrogantes que han vertebrado la obra de Carlos Cruz-Diez (Caracas, 1923) ha persistido, durante décadas, la de la existencia y el comportamiento del color sin soporte, sin anécdota, libre, físico y térmico en la vastedad del espacio. Cuando tuvo las certezas necesarias para afirmar que lo que él había sospechado era cierto, redescubrió a la vez el espacio y el fenómeno cromático, y sus Cromosaturaciones atravesaron la esquiva tradición de la utopía. Y pasaron los años. Y de su mano, el color siguió expandiéndose en nuevas revelaciones. Y llegó el día en que millones de personas en el mundo experimentaron los hallazgos del maestro en el más abstracto de los soportes concebibles: el pensamiento. Carlos Cruz-Diez. El maestro Cruz-Diez. Basta decir su nombre para que la imaginación de quien lo escucha se convierta en espacio del color.

La asociación Diálogo por Venezuela, fundada en Francia en 2002 ha convocado, como cada mes desde 2013, a un encuentro en la Maison de l’Amérique Latine. Esta vez la sala, cuyo aforo se ha quedado corto, recibe al maestro. En su presencia tendrá lugar la proyección de Carlos Cruz-Diez, la vida en el color, del cineasta venezolano Oscar Lucien, un documental imprescindible que forma parte de ese acervo que algún día, cuando volvamos a ser un país, tendremos que visitar para saber quién somos: el Cine Archivo de Bolívar Films.

El artista responderá preguntas al final de la proyección. Los años van dejando en él aún más vuelo, más agilidad de pensamiento, consistencia, más brillo, ideas más agudas e iluminadas por el efecto de una vida entera dedicada a pensar y a crear. “Las ideas que no se realizan nos intoxican”, dice. El sentido del humor, ese lenguaje festivo de la inteligencia, también sigue emitiendo sus fulgores en Cruz-Diez. Al maestro le gusta reír. Ríe con avidez y con afecto, ríe con todo el cuerpo y con todos los sentidos.

Culminada la proyección y la ronda de preguntas, la estela cromática perdura. Pocos días más tarde, el maestro abre un espacio en su agenda exigente para conceder esta entrevista.

¿Qué debe hacer un artista para encontrar su lenguaje? ¿Qué es lo fundamental?

Analizar la historia del arte, la historia de la pintura, y reflexionar. El arte de hoy ya no debería repetir los maravillosos discursos del pasado, ni ser referencia y transposición de la realidad, sino la invención de un discurso inédito.

¿De qué debe cuidarse, cuál es el principal peligro que puede acechar a un artista, ya sea en formación o en cualquier otro momento de su trayectoria?

De algo extremadamente peligroso que se llama el “éxito” y de otro peligro que se llama la “crítica”.  Los halagos y las críticas no deben afectar al artista sino ayudarlo a estructurar y a hacer cada vez más eficaz su discurso.  El único que sabe realmente lo que quiso decir, es el artista. Las críticas son respetables interpretaciones individuales, opiniones de quien las escribe, que a veces resultan una sorpresa para el artista.

En el documental Carlos Cruz-Diez, la vida en el color, usted dice que la ciudad, las ciudades, serán el soporte del arte en el futuro. ¿Podría explicarnos esta idea?

He dicho muchas veces que el arte es el más bello y eficaz mecanismo de comunicación que ha inventado el hombre, y la calle es soporte idóneo para comunicar al mayor número de personas.  Las grandes metrópolis se han vuelto extremadamente agresivas y compulsivas, donde el peatón se desplaza en una actitud condicionada, casi robótica.  Muchas ciudades sólo nos ofrecen agresión y obediencia a normas. Si en ciertos sitios de nuestro trayecto, nos encontráramos con obras de arte, recibiríamos un mensaje de poesía que nos invitaría a mitificar, que es una de las propiedades del arte. Las obras de arte en las edificaciones y en los espacios públicos despiertan las percepciones dormidas del que las observa, sacándolo de su rutina y estimulando su imaginación a otras lecturas de la realidad.

¿Cómo puede una obra de arte incidir en la vida ciudadana cuando esa obra forma parte de un espacio público? ¿En qué medida eso impacta la psicología y la identidad de los habitantes?

Las obras en los espacios públicos son verdaderos patrimonios cuya importancia en términos de significación, trascendencia y valor nunca deja de aumentar. De allí que puedan convertirse en imágenes y símbolos de una ciudad, una región y hasta de un país. He podido comprobar que la gente se apropia de las obras de arte ubicadas en espacios públicos. Las hacen suyas.  Cuando las destruyen o se deterioran, la gente reclama, porque es parte de su patrimonio espiritual, de sus vivencias.

Su larga vida creativa le ha permitido observar uno de los cambios más interesantes a los que ha asistido el mundo contemporáneo: el de la aparición del lenguaje numérico y, con él, de la virtualidad. ¿Ese mundo paralelo que es la virtualidad ha impactado su obra, ha permeado hacia ella?

Estamos al comienzo de una nueva civilización, un nuevo humanismo, el tiempo se ha compactado, la comunicación es instantánea, eso nunca había sucedido. Nuevos instrumentos para la creación han surgido, la fotografía perdió su carácter de veracidad para convertirse en invención de imágenes. Los ordenadores permiten hacer operaciones inimaginables, de las cuales yo me sirvo para ver virtualmente cómo va a ser mi obra antes de ser construida. En el pasado yo trabajaba como un músico que en la partitura crea sonidos sin oírlos físicamente.

Muchos de los artistas que viven en esta Venezuela destruida, saqueada, humillada, y también quienes la viven desde la diáspora, sienten la necesidad de plasmar en su obra ese dolor que es el país. ¿Qué les diría usted? 

El problema es que la incursión del arte en política, queriendo ser revolucionaria resulta totalmente reaccionaria. El arte comprometido y panfletario marxista fue tradicional, copió el arte del pasado y no dio nuevas soluciones a la invención arte.   La política y la economía, son hechos circunstanciales, mientras que el arte es un discurso revolucionario que permanece en el tiempo. Para ser eficaz en la participación de la situación de nuestro país, habría que enfrentarla con hechos y actitudes también circunstanciales. Yo experimenté el fracaso cuando en mi época figurativa pintaba la miseria, tenía la esperanza de sensibilizar a la gente para que hicieran las correcciones sociales necesarias.  Vendía mis cuadros muy bien y la miseria seguía aumentando. Me di cuenta de que ese no era el camino para enfrentar los problemas sociales.

Al mirar usted su vida, su obra apasionada, libre y profundamente desarrollada. Al detenerse a pensar en su familia, sólida y hermosa, unida, presente. Al considerar el amor de su país, el reconocimiento mundial que ha merecido su trabajo, y frente al hecho de saber que ocupa un espacio fundamental en la historia del arte: ¿qué siente, qué pensamientos suscita en usted esa conciencia?

En una entrevista con el crítico de arte Ariel Jiménez, le decía que en los años 50 yo me sentía vivir en un submundo, donde todo sucedía fuera, en ningún libro de arte figuraban pintores venezolanos, no figurábamos en la historia y yo sentía la necesidad de decir, de enfrentar mi pensamiento cara a cara a un europeo, a un norteamericano, por eso decidí continuar mis investigaciones sobre el color, primero en España y después en Francia, proponiendo algo novedoso, porque el arte es invención. Esa situación felizmente ha cambiado, y ahora tenemos más o menos audiencia, lo que comprueba que para obtenerla, hay que proponer nuevas soluciones al arte y crear discursos de apertura. A pesar de haber vivido tantos años fuera, mi país siempre me ha concernido y si no hubiera integrado a mi familia en los quehaceres de mi taller, hoy en día no podría cumplir con los compromisos que me exige la profesión.


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