Por Carolina Gómez-Ávila
El martes pasado, el canciller
dominicano Miguel Vargas fue el primero en votar la “Resolución sobre la
situación en Venezuela” aprobada en la Organización de Estados Americanos. Su
“A favor” levantó un murmullo en la sala y una ebullición en los corazones de
los venezolanos que por meses seguimos, en vilo, las sucesivas reuniones que se
daban en esa hermana del Caribe.
El significado y alcance del
voto de Vargas, abriendo la ronda, se diluyó para quienes estaban ansiosos de
seguir el conteo y apurar el resultado final. Pero ese no era un voto más, ni
representaba solamente un apoyo a otra resolución de la OEA sobre el caso
venezolano. En la voz de Vargas había que escuchar a la de su presidente,
Danilo Medina, volteándosele abiertamente a la dictadura
Un quiebre que luce
irreversible porque el voto de Vargas estuvo precedido por un duro testimonio
de lo que fueron las negociaciones en su país, difíciles de recoger para
regresar a un apoyo a la dictadura. En esa declaración Vargas destacó lo que
creo medular: que sin la participación de todos los partidos y líderes
políticos, sin el restablecimiento real y efectivo de los derechos políticos de
todos los partidos y posibles candidatos, no habrá acuerdo definitivo.
¿Cuántos y cuáles otros apoyos
a Venezuela movió Vargas en las horas previas? Lo ignoro, pero sospecho que más
de uno. ¿Cuántos moverá a partir de ahora? Seguramente más de uno. Cuidándolo
como un potosí, de él obtendremos rédito.
¿Cuánto nos costó ese voto?
Meses de duelo y llanto, de enfermedad y hambre. Y meses de trabajo de la Mesa
de la Unidad Democrática mientras estaba siendo atacada a dentelladas desde
afuera y desde adentro por la dictadura y sus infiltrados.
Ojalá que con el caso de
República Dominicana se haga pedagogía política para enseñar que los avances en
el tablero internacional se logran lenta y dolorosamente. Pero más doloroso y
lento es ver a las facciones internas minimizarlos o magnificarlos a
conveniencia. Está claro que para quienes lideran la iniciativa internacional
ese es el tablero más importante y que, para quienes no figuran en él, lo más
importante es destruir la reputación de quienes sí y sabotear, torcer o
desfigurar sus logros y alcances. Por eso la opinión pública sufre tanto con
cada cambio de escenario.
Así fue como, sin dejarnos
tiempo para complacencias, sin casi aire para reconocer como se merece a la MUD
por lograr que República Dominicana cruzara a la acera de enfrente de la
dictadura, Ecuador –una de las abstenciones relevantes de la votación–
introdujo una propuesta novedosa.
El presidente de ese país,
Lenín Moreno, propone diálogo como todos, rechaza las sanciones económicas internacionales,
testimonia la ola migratoria por la insoportable situación social, económica y
política, convalida la crisis humanitaria y se hace eco de denuncias puntuales
sobre el 20 de mayo: “puntos rojos”, falta de observación internacional, alta
abstención y ausencia de garantías para la oposición. Para solucionarlo,
propone una Consulta Popular sobre la legitimidad de ese evento, una suerte de
referendo sobre si los resultados nos parecieron justos o si preferimos nuevas
elecciones en un plazo cercano.
Moreno acota que esta consulta
debe brindar garantías de transparencia y participación sin exclusión alguna y
que debe realizarse con total apertura a la observación de todos los partidos
políticos, de la sociedad civil organizada y de organismos internacionales como
la propia OEA.
Son sensatas condiciones. Es
más, son casi todas las que pidió la MUD en República Dominicana, excepto
porque estas están enfocadas en revalidar el proceso del 20 de mayo que todos
rechazamos. Celebraría la propuesta de Ecuador si, en vez de tener por
finalidad una Consulta Popular sobre si la farsa fue farsa, culminara en el
proceso electoral presidencial al que todos aspiramos.
Sí, es cierto que a veces hay
que retroceder para avanzar mejor. También es cierto que aún no sabemos si la
dictadura aceptaría esta propuesta y que, aunque quisiéramos que Moreno fuera
su portavoz para una transición honorable, todos dudamos que a la dictadura le
quede algún resto de honorabilidad. De modo que la única manera de aceptar
sería entendiéndolo como una apuesta: si ganamos, habrá transición; si
perdemos, quizás haya un nuevo aliado.
Para Henri Falcón la propuesta
es una trampa jaula. No podría negarse sin retractarse de sus denuncias, pero
aceptarla implicaría volver a competir –en primarias o rompiendo otra vez la
unidad– con todos los líderes y partidos habilitados, lo que lo pondrá muy
abajo en la lista de preferencias.
No me agrada la propuesta de
Moreno porque implica un retroceso y frenado para emprender un nuevo viaje
lleno de riesgos. Otro más, largo y doloroso, lento y sin garantías de final
feliz. Un proceso sobre el que no me hago ni podría recomendar hacerse
ilusiones. ¿Se abre, entonces, una ventana de oportunidad para convertir a
Lenín Moreno en un aliado como se hizo con Danilo Medina? Por lo aprendido, no
podremos determinarlo pronto.
09-06-18
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