AFP 06 de junio de 2018
Bajo
un puente o en un mercado callejero de Caracas, peluqueros se ganan la vida con
una rasuradora, un espejo, una mesita y una silla plástica, acicalando a
quienes no pueden pagar un salón de belleza por la crisis económica.
Hace
poco más de un año, Gilbert Arteaga instaló bajo el céntrico puente Fuerzas
Armadas la "Barbería Bolívar". El rótulo está pintado en un mural con
un rapero y un Simón Bolívar a caballo.
Lo que
ganaba como empleado en una peluquería no le rendía. Tampoco podía alquilar un
salón por el alto costo.
"En
un local hay que pagar servicios, acá no. La luz (para conectar el secador de
pelo) la sacamos de una alcantarilla y el agua nos la regalan", cuenta
Gilbert, barbero profesional de 27 años.
Por un
corte cobra 100.000 bolívares -lo que cuesta un huevo- si el pago es en
efectivo, severamente escaso; y 150.000 si es con tarjeta de débito, para lo
cual usa un dispositivo de pago electrónico que le prestan en un local vecino.
Recibe
15 clientes diarios. "La mitad de la ganancia se va en comida y el resto en
pasajes. Vivo en un ranchito, a tres horas de acá, pero le echo bolas
(ganas)", dice.
Gilbert
cuenta que algunos usuarios le agradecen haber recuperado la tradición de las
peluquerías de calle y reivindica que su barbería le quitó un escondrijo a la
delincuencia.
Menos clientes
En una
esquina del sector popular de El Valle, Franklin Aguilera, de 28 años, también
resiste a la grave crisis haciendo degradados con hojilla y arreglando barbas y
cejas.
Bajo
un desgastado toldo amarillo, cuenta que llegó allí después de que quebró su
negocio en un centro comercial.
"Entre
cinco barberos arrendamos un local, pero nunca nos rindió, estaba muy escondido
y tuvimos que cerrar. Adentro (en un salón) no se puede trabajar, es muy
caro", relata.
Franklin
se queja de que sus clientes disminuyen por la falta de dinero en efectivo, del
que depende pues no puede comprar un dispositivo de pago electrónico.
Los
billetes escasean por los altos montos que genera la inflación, proyectada por
el FMI en 13.800% para 2018.
"Trabajo
todos los días, pero no es suficiente Antes recibía de 15 a 20 clientes, ahora
la mitad porque no hay efectivo", relata este padre de cinco niños.
Según
la organización empresarial privada Consecomercio, un tercio de los negocios
del país cerró en el último año por la debacle.
Una ganga
Cortarse
el pelo en la calle cuesta diez veces menos que en un salón promedio. Luis
Guerrero, cliente de Gilbert y empleado en una tienda de ropa, se beneficia de
la ganga.
"Ya
no se puede ir a un local, sale muy caro", dice el joven de 26 años. En un
negocio formal tendría que desembolsar 40% de un ingreso básico.
También
saca provecho María Castillo, quien hizo peluquear a su sobrino por 200.000
bolívares en efectivo en un mercado a cielo abierto de Catia, donde los
estilistas conviven con ruidosos vendedores ambulantes.
Como
el banco solo entrega 100.000 bolívares diarios, tuvo que madrugar dos días
para hacer fila.
"Lo
llevábamos a una peluquería infantil, pero le subieron el doble", cuenta
María, de 29 años, quien sin ser experta le corta el pelo a su padre para
ahorrar dinero.
Los
precarios ingresos de los barberos de calle los tientan a seguir el camino de
miles de venezolanos que emigran por la situación.
Gilbert
ha recibido propuestas y el socio de Franklin ya se fue a Colombia. Pero, por
ahora, han decidido quedarse.
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