TRINO MARQUEZ 08 de agosto de 2018
@trinomarquezc
Después
de varios días de ocurridos los sucesos de la Av. Bolívar, algunas cuestiones
van quedando claras. La operación con los dos drones fue adelantada por el
grupo de irreductibles ligado al asalto al Fuerte Paramacay, que logró
mantenerse en libertad cuando Juan Caguaripano fue capturado por los cuerpos de
seguridad del Estado. Este núcleo -vinculado con sectores de la “Resistencia”,
tan activa en las calles de Caracas durante el largo ciclo de protestas de
2017- considera que la crisis venezolana no se resolverá por la vía pacífica,
ni electoral, sino a través de una conjura o un acto heroico que deponga al régimen de Nicolás Maduro por
la fuerza. Así como el gobierno cuanta con su fracción guerrerista, en el vasto
cosmos de la oposición también existen los Rambos, que se consideran
predestinados a ejecutar misiones espectaculares, no importa que
carezcan de toda relación orgánica con las fuerzas organizadas.
La “Operación Fénix”, como ha sido
calificada por sus promotores, no sirvió para enviar al plano astral a Nicolás
Maduro y al Alto Mando, pero sí contribuyó a enrarecer aún más el turbio
ambiente nacional, proporcionándole al ruinoso y desangelado gobierno de Maduro
argumentos para atacar sin misericordia a la oposición y desviar el foco sobre
los graves problemas nacionales. Las primeras víctimas de la escalada represiva
fueron Julio Borges, en el exilio desde hace varios meses, y el joven y
combativo Juan Requesens, ambos miembros de la Asamblea Nacional y de Primero
Justicia. Probablemente, la espiral incluya a otros dirigentes en el futuro
cercano. En la arremetida contra Borges y Requesens, de paso, se violó una vez
más la Constitución, artículo 200, que establece de forma taxativa el
procedimiento a seguir para allanar la inmunidad de un diputado.
El episodio de la Av. Bolívar ocurre
en medio de la coyuntura económica y social más grave registrada en Venezuela.
Cuatro días antes se había producido un apagón que dejó sin luz a Caracas y a
más de la mitad interior del país. Frente a esta falla, que se repite
maquinalmente en períodos cada vez más cortos, las “explicaciones” de Luis
Motta Domínguez fueron de un descaro obsceno. Incapaz de admitir su abismal
ineptitud, volvió a hablar de saboteo de la ultraderecha. Mostró ante la nación
y el mundo unos cables, parecidos a los de una computadora, que supuestamente
habían sido cortados por los saboteadores con el avieso plan de provocar la interrupción del servicio
eléctrico. Las protestas de las valientes enfermeras y los médicos, se
mantienen. La inflación continúa devorando el ingreso de los venezolanos. Los
enfermos se mueren de mengua y los niños no reciben alimentos en los
hospitales. La diáspora hacia el exterior crece con las horas.
La responsabilidad del régimen de
Maduro frente a la desintegración del país ha quedado atenuada por algunos
días, porque el mandatario convirtió el incidente del 4 de agosto en una tabla
para surfear la crisis junto al Alto Mando Militar, la otra cúpula afectada.
A la “Operación Fénix” el gobierno le
opuso la operación desmesura. En un país donde prevalezca la sindéresis, el jefe del Estado habría delegado en el
Ministro del Interior o en el jefe de la Policía el esclarecimiento de los hechos.
En la Venezuela exagerada de Maduro, el propio presidente asumió la denuncia e
investigación. Resulta obvio que el mandatario necesita construir su propia
leyenda. Convertirse en un héroe prometeico. ¡Soy tan importante que mis
enemigos quieren asesinarme!
Su drama es que nada de lo que dice o
hace resulta creíble o transcendental. Los esfuerzos que realiza para dotar de
majestad lo ocurrido en la Av. Bolívar no cristalizan. Ninguno de los gobiernos
democráticos, ninguno de los parlamentos o de los medios de comunicación
importantes del planeta les confieren credibilidad a sus palabras. No logra
equipararse a Chávez, mucho menos a Fidel Castro. Rómulo Betancourt le queda
demasiado grande. En torno a su figura,
sus declaraciones y discursos sólo provocan suspicacias. Dudas arraigadas en su
comportamiento desmedido. En la interminable cadena de pretendidos intentos de
magnicidio que jamás se concretaron y cuyos responsables nunca aparecieron. En
la ausencia de instituciones u organismos independientes capaces de llevar
adelante una investigación seria e independiente que elabore una radiografía de
los hechos y muestre su concatenación. Mostrar el testimonio de un delator en
cadena nacional, antes que favorecerlo dibujó de una forma más opaca su imagen.
En este vértice el plano
comunicacional la labor del gobierno ha fracasado. Ha podido distraer un poco
la atención nacional, pero no ha logrado transformar el atentado en un
magnicidio, con toda la carga emotiva que el hecho conlleva. La estampida de la
gloriosa Guardia Nacional y la dramática soledad y desamparo de Cilia ese día,
fueron otros signos de la decadencia del régimen que los drones mostraron.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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