Simón García 05 de agosto de 2018
@garciasim
Es
probable que la referencia esté en el Libro de las hazañas de Ardeshir Babakan.
Sea o no cierto, se dice que hacia el año 200 después de Cristo, este rey de
Persia invitó a 40000 sacerdotes a debatir las interrogantes que albergaba
sobre el cielo y el infierno. Uno de
ellos, muy respetado por el dominio de la magia, experimentó una experiencia
mística de siete días con sus noches y despertó de esa comunicación con Dios,
con todas las respuestas a las dudas del
rey.
Ampliando
esta anécdota en su Diccionario, Voltaire comenta que al Concilio de Nicea,
convocado por el emperador Constantino, asistieron 398 obispos, cuyas disputas
arrojaron 40 tomos. Pero en 39 días, 318 llegaron a dos acuerdos, sobre la
divinidad de Jesús y la fecha exacta de la pascua, que unificaron a toda la
cristiandad. 80 no firmaron y quedaron fuera.
Regresando
de ese remoto Concilio de los 318 a esta nueva era de incertidumbres, resulta
increíble imaginar que cinco líderes no puedan llegar a un entendimiento mínimo
y evitar que sus diferencias sean el muro infranqueable que separa a quienes se
atribuyen toda la razón, mientras patean al otro lado a los declarados
traidores, colaboracionistas o radicales. La autocracia llegó a la oposición.
En la
confusión de los desaciertos todos se niegan a discutir, ordenada y
sosegadamente, el desempeño opositor durante los dos años y medio en los que se
pasó del resonante triunfo de las elecciones del 2015 a un estado general de
sospechas recíprocas. Pareciera que, aún personas de experiencia y probada
suficiencia racional, no perciben el debilitamiento ni la amenaza de ser
percibidos como prescindibles.
Hay
que aliviar con premura el fardo de las desavenencias. Ardorosos defensores de
la unidad insisten en defender la versión de que al gobierno le interesa crear
su propia oposición, piedra que terminará por caer en su propio tejado.
Atribuirse el derecho a decidir cual es la buena y la mala oposición, ya es una
perspectiva excluyente. Se ignora con ceguera que el poder ha tenido una línea
bien exitosa para recortarle a toda la oposición sus espacios de acción,
neutralizarla, descomponerla y sumirla en la desesperanza. El poder ha
aprendido a descifrar la gramática opositora, adivinarla e inducir en ella las
respuestas que más convienen al oficialismo. Por allí hundimos el éxito del
2015 en 30 fatídicos meses.
El
signo predominante de la oposición y del país es el descalabro. Las derrotas
nos han llevado a sustituir la realidad por los deseos; a rehuir tocar a la
gente con ojos y manos; a desnaturalizar la relación con la sociedad civil; a
encasquetar a un líder o a un partido por delante y contra una sociedad
que, rumbo a la destrucción, exige un liderazgo compartido y exitoso para
cambiar de rumbo. Por añadidura, siguiendo el modelo de la eterna oposición
cubana contra los Castro, ahora tenemos un exilio que quiere dirigirnos por
control de redes.
Se
dice que se ha producido la segunda reunión del concilio de los cinco. Esta vez
por iniciativa del Cardenal Porras. ¿Se habrá comprendido que el primer escalón
es reconciliar y reunificar al país para salvarlo?
Simón
Garcia
@garciasim
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