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lunes, 3 de diciembre de 2018

Cabecera a 45 grados por @Gvillasmil99


Por Gustavo J. Villasmil-Prieto


“El problema central en la insuficiencia cardíaca no es que los pacientes tengan
dificultad para respirar o que retengan líquido: el problema es que mueren”.
Arnold M. Katz, MD

El exhausto corazón de aquel pobre hombre que admitimos a la sala de hospitalización ayer parece haberlo dado todo. Después del devastador infarto que sufriera hace poco, la capacidad de bombeo de su miocardio había quedado tan mermada que su vida se redujo a una elemental dinámica entre la cama y la silla. Fue un lunes, nos cuenta, a eso de las siete de la mañana. Trataba con grandes esfuerzos de entrar a empellones en un vagón del metro en la estación de Capitolio. Eran días de mucha angustia en los que fumaba sin cesar y las carencias de casa le habían sustraído del cuidado de sí. Hipertenso y con “el azúcar alta” como era, debía seguir indicaciones en cuanto a medicación y dieta que muy mal se avenían con su precaria condición de trabajador a salario mínimo en el país del millón por ciento de inflación.

Y la resulta fue esa: el dolor opresivo instalado de súbito en pleno pecho, el “corrientazo” en el brazo izquierdo, las náuseas, el “sudor frío” y pegajoso y aquella sensación de muerte inminente que jamás olvidaría. Tendido quedó en pleno anden, rodeado de piadosos transeúntes que suplicaban auxilio al tiempo que cuidaban que el infortunado no resultara desvalijado por el malandraje que se ha apoderado de esta ciudad y sus espacios. Nadie apareció sino hasta pasadas las nueve. Lo metieron en una ambulancia. Comenzaba así el segundo acto de su drama: el del “ruleteo” hospitalario. Una hora tras otra, de hospital en hospital. Y el dolor allí. Serían las siete u ocho de la noche cuando por fin lo recibieron en el nuestro.

Habían transcurrido doce desde el inicio de los síntomas. Nada había ya que hacer sino esperar a ver qué había quedado de aquel miocardio que temprano en la mañana latía exangüe. Ahora ya lo sabemos: no puede cepillarse los dientes sin sentir que le falta el aire. El menor de los esfuerzos lo agota. Incluso reposando en su cama dice sentirse cansado

“Cabecera a 45 grados” indicó el residente. Cuarenta y cinco grados para buscar una bocanada más que alivie esa angustiosa sensación de sofocamiento, apenas una ligera elevación de su cabecera que aminore el “hambre de aire” que le atormenta. Nada más nos pide este desventurado venezolano, abandonado a su suerte por un estado que históricamente prometió curarle. Hasta su altura nos elevamos hoy aquí nosotros, mirándole a los ojos, testimoniando su infortunio, reconociendo una vez más cuán grande es la brecha entre la medicina posible hoy en el mundo y la medicina factible en la Venezuela que nos legó el chavismo.

Hasta esa misma altura llamo a que se empine la dirigencia política venezolana, en cuyas manos reposa la responsabilidad de abrir las ventanas que devuelvan la fe a los exhaustos corazones venezolanos que a diario rinden sus vidas en hospitales hediondos y desportillados, lejos de los adelantos médicos otrora disponibles y sin medios para proveérselos a sus propias expensas.

Nunca fue más penoso el balance del estado de las fuerzas opositoras que en este año que dentro de poco termina. Tras la brillante victoria en las parlamentarias de 2015, la impresionante convocatoria al referedum de 2016 y las heroicas demostraciones cívicas de 2017, nada hacía presagiar tan horrorosa postración política y discursiva apenas a fines de 2018 pese a la inocultable impopularidad del chavismo.


Se echa en falta en la dirigencia opositora un gesto de profundo carácter ético que les eleve a la altura de la cabecera de este venezolano enfermo. Un gesto que traspase cálculos, animadversiones y agendas que nada tienen que decirle a este hombre de algo más de 50 años cuya fracción de eyección cardíaca se redujo a menos del 15% tras un infarto que cursó sin que pudiera ser tratado. Urge una expresión de arrojo que traiga de vuelta ese “oxígeno”, el de la esperanza, a quien lo ha perdido todo. Les es exigible una expresión superior de magnanimidad ante la conmovedora escena de ver a estos pobres que a diario mueren aquí en silencio.

Les llamo, pues, a todos: a Julio Borges, cuya profundidad de pensamiento reconocí hace más de 20 años cuando me uní al partido que fundó; a Henrique Capriles, apelando a nuestra amistad personal de veinte años y a su larga historia de servicio a la causa democrática venezolana en la que le vi prodigar una calidad humana y una capacidad política superiores; a Leopoldo López, a quien siempre adversé, pero en quien reconozco capacidades de estadista que hacen de él un hombre indispensable para el tiempo por venir.

Apelo también al doctor Ramos Allup, hombre de discurso denso, curtido en mil y una batallas. Aprecié altamente sus “Reflexiones sobre el liberalismo” (2007) desde la lectura crítica esperable en quien esto escribe -un liberal- naturalmente opuesta a su visión de socialdemócrata, pero sin desconocer por ello la solidez argumentativa propia de un político culto. Como apelo también a Don Antonio Ledezma, enérgico gestor público a quien recuerdo haber visto muchas veces recorriendo el Hospital Vargas de Caracas con nosotros constatando el funcionamiento hasta de los tensiómetros; a Andrés Velázquez, luchador recio y sin dobleces en quien me empeño en reconocer los atributos de una especie de Lech Walesa venezolano llamado a cumplir un papel estelar en la Venezuela que viene llegando; a Henry Falcón, a cuya política me opuse siempre pero cuyo liderazgo regional solo la mezquindad más obtusa puede negar.

Y hasta a la señora Machado llamo, tan distante como me siento de su particular concepción de la historia venezolana. Porque este pobre país nuestro no aguanta más discordias. Porque a este venezolano que aquí yace le es precisa esa “unidad superior” por la que todos claman, pero bastante menos trabajan.

No me anima en este llamado “ecumenismo” político alguno, consciente como soy de las muchas y en no pocos aspectos insalvables diferencias que en el liderazgo opositor existen. Abomino de unanimidades en política y jamás le he temido al debate de ideas. Muy por el contrario, me mueve a hacerlo la constatación cotidiana del drama de un país que muere un poco todos los días mientras la dirigencia llamada a guiarle se entretiene en giras que a nadie interesan cuando no en “pescueceos” de ruedas de prensa, en diatribas bizantinas o en apuestas infantiles por salvadoras intervenciones internacionales que no tendrán lugar mientras el mundo contemple decepcionado cómo las esperanzas de todo un país se evaporan en los calderos de la vanidad de quienes están llamados a salvarlo.

“¡Aire, doctor, aire!”, clama este pobre enfermo cuyos pulmones se sofocan a merced de un corazón que late sin fuerzas. Al elevar la cabecera de su cama a 45 grados, quienes le asistimos procuramos al menos aliviar la inundación de fluidos que le ahoga al tiempo que le acercamos al vital oxígeno que necesita para no morir

Como para no morir necesita mi país que se le abran las ventanas a esperanza y se le conecte a líneas de energía movilizadora que le devuelvan otra vez a la acción política eficaz. A estas horas, mientras escribo estas líneas, numerosas voluntades se han dado cita muy cerca de aquí, en el Aula Magna. Ni el señor Almagro, ni la Unión Europea o el Departamento de Estado harán posible lo que a los venezolanos nos toca. Porque en Venezuela, como en este pobre enfermo de corazón insuficiente, el problema no es que haya hambre, violencia y escasez de todo lo necesario, sino algo mucho peor: el problema es que los venezolanos están muriendo. ¡Elévense el liderazgo político de mi país a la altura de la cabecera de este pobre enfermo que al cielo clama por auxilio!

Referencias:
Ramos Allup, H (2007) Reflexiones sobre el liberalismo. Ediciones Nueva Visión, Caracas.

01-12-18

http://talcualdigital.com/index.php/2018/12/01/cabecera-a-45-grados-por-gustavo-j-villasmil-prieto/


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