Por Gioconda Cunto de San
Blas
En 1926 mi papá llegó a
Caracas desde Tórtora, un pueblecito agreste del sur de Italia, cuando apenas
tenía 14 años. Turbada por la miseria de entonces en su tierra natal, su madre
tomó la dolorosa decisión de aventarlo solo a estas latitudes, océano de por
medio, para que cobijado por parientes en esta orilla, pudiese “hacer la
América” y ayudar desde aquí a quienes habían quedado atrás.
No volvió más hasta los años
posteriores a la segunda guerra mundial (viajar era privilegio para pocos)
cuando, alarmado por las historias de penuria que le llegaban, decidió
visitarlos para constatar la situación de su familia en ese país arruinado por
la guerra y el fascismo.
De allí volvió un par de
meses más tarde, cargando con un baúl de flejes en cuya tapa destacaban en
bronce las letras A M. Cual Melquíades, el gitano que periódicamente visitaba
Macondo con su baúl lleno de maravillas que atrapaban invariablemente a José
Arcadio Buendía, así mi papá abrió su baúl de donde salió como por arte de
magia un acordeón más grande que yo, la niña de 4 años que era entonces, y con
el cual comencé a hacer pininos en educación musical. No fue lo único. Del
baúl inagotable salieron regalos para mi mamá, mi hermano y otros familiares. Y
delicias: higos rellenos con nueces, orejones de frutas diversas, charcutería,
quesos, también lencería, todos hechos por las laboriosas manos de mi abuela,
la nonna, y mis tías italianas. No faltó el gustoso panettone de navidad,
una exquisitez milanesa que entonces comenzó a marcar todas nuestras navidades,
al lado de la hallaca y el dulce de lechosa que salían de las manos de mi mamá,
con esa sazón oriental típica de su Anzoátegui natal.
Las iniciales, luego supe,
eran las de mi nonna: Anna Marsiglia. En el baúl ellas eran
centinelas de tradiciones centenarias calabresas, muy propias de finales del
siglo XIX cuando la nonna nació. A cada niña se le proveía al nacer
de un baúl para que allí, desde sus primeros días en este mundo, sus padres
fuesen llenándolo con vestidos, lencería y demás detalles primorosamente hechos
y bordados a mano, que constituirían parte de la dote cuando la niña llegase a
la edad de casar y formar hogar. Armada con su baúl, sus padres tendrían algo
que ofrecer al novio como promesa de intercambio para asegurar el desposorio y
llegar a un acuerdo satisfactorio entre las familias. ¡Cuántas veces mi
papá presenció la ruptura de un compromiso porque lo ofrecido por la familia de
la novia no fue considerado adecuado por la del novio!
Las niñas, por tanto,
llegaban al mundo con su vida programada: prepararlas para casarse y casarse
bien. Desposarse previa negociación entre familias, más allá de los
sentimientos de los enamorados. Además del baúl y su contenido, de cualquier
otro valor de recambio pecuniario o en especie, la joven debía tener una
condición imprescindible, sin la cual nada valía: ser virgen. A él, por el
contrario, se le exigía experiencia…
Hoy el baúl de la nonna está
en mi habitación. Mis padres no tuvieron que llenarlo con un ajuar matrimonial,
ni negociar mi boda, ni pensar que mi única misión en la vida era casarme. Los
tiempos han cambiado para bien en cuanto al valor de la mujer en
sociedad. Lo que sí ha cambiado para mal es la vida en Venezuela. Esa
que hizo a mi nonna empujar a su hijo en travesía transoceánica desde
Italia no existe más. Tanto ha cambiado que ahora mis hijos han hecho el camino
inverso al de su abuelo, en búsqueda de un futuro amable y de posibilidades en
tierras lejanas.
Quién sabe si cualquier día
uno de ellos me pida el baúl de la nonna para recorrer con él la ruta
emprendida en busca de su destino, lejos de la patria que lo vio nacer, con la
misma motivación de aquel jovencito de 14 años, su abuelo, que noventa años
antes hizo lo mismo en reverso al embarcarse en trayecto trasatlántico a esta
tierra de gracia, persiguiendo ese futuro que su propia tierra le había negado.
Mientras tanto, yo seguiré
aquí, con el baúl de la nonna a mi lado, como mudo testigo de ese
pasado que toca en sus ausencias a mi presente, cofre que a la vez asumo
como fuente matriz de donde van brotando deseos y sueños por un porvenir
auspicioso para todos en 2019.
20-12-18
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