Por Simón García
Estoy en la oposición desde
antes de 1992. Redacté el borrador sobre la posición del CEN del MAS ante la
intentona golpista. No resultó extraño diferir del 90% del país, seducido con
el “por ahora” del Teniente Coronel. A fin de cuentas, éramos el partido del 6%
histórico.
Ya hay un dictamen de la
historia. El proyecto Chávez, originalmente revolucionario, desató
consecuencias contrarias a los ideales que invocó: menos democracia y más
desigualdades, corrupción y populismo. Hemos retrocedido en todo y la gente
vive peor.
Ahora el 90% rechaza o está
insatisfecho con el gobierno chavista. Pero la oposición partidista es una
porción mínima en la gigantesca oposición social. La asimetría deriva de su
resistencia a la unidad y de su estrategia errónea, según los hechos.
La oposición necesita el
cese de su falta de éxitos. Ya debería haber aprendido que no todos los caminos
conducen a la democracia. Requiere debates, no descalificaciones. Urge
transparencia y tratar las disidencias como fuentes de mejoras al conjunto. Su
naturaleza antiautoritaria debe inclinarla al acuerdo y la unidad en
pluralidad. Su norte debe sumar voluntades para reformar y cambiar al régimen,
no desconocer y excluir a quienes piensen distinto.
Se puede concluir, error por
error, que la estrategia basada en derrocar al régimen, sin recursos ni
alianzas para rendirlo, nos coloca a la defensiva, muy dependientes de la
presión internacional y de una esperada acción salvadora de EEUU como potencia
democrática.
Lo duro de explicar es por
qué dirigentes del talante de Henry Ramos o Capriles lucen indiferentes al
cariz insurreccional de esa estrategia en vez de fortalecer la lucha de la
gente por su sobrevivencia y el arma secreta de los votos.
La aparición de la pandemia
en nuestro territorio replantea la disyuntiva: actuar para salvar vidas o
afincarse en extraer a Maduro, salir del virus o del régimen. Para justificar
lo segundo, con déficit de racionalidad y con fecha incierta, se insiste en
invertir el orden de las soluciones: el conflicto humanitario sólo se atenderá
después de desatado el conflicto político.
No hay que ocultar bajo la
alfombra que el team gubernamental está ganando este round. Pero persiste el
riesgo de un desbordamiento exponencial que requerirá concertación entre el
Ejecutivo y la AN. ¿Decidirá el presidente Guaidó y el G4 echarle gasolina al
fuego de la crisis o propondrá un alto, parcial y temporal, en la batalla
política para atender objetivos humanitarios?
El gobierno simbólico de
Guaidó anunció la buena iniciativa de bonificar al personal de salud. Gesto
tardío e incompleto, pero excelente si vislumbra una rectificación. Su
continuación exige proponer un plan de acciones conjuntas para prevenir y
vencer el Covid-19; ejecutar medidas para proveer alimentos y medicinas; apoyar
a la industria vinculada a combatir el virus o reducir costos sociales; lograr
financiamiento internacional con ejecución conjunta y supervisión de la ONU y
formular orientaciones para la reconstrucción post pandemia del país.
Atender lo urgente es
compatible con abrirle paso a una transición gradual con cohabitación, gobierno
provisional y elecciones libres.
Es parte del marco de
negociación propuesto por el Departamento de Estado. La disyuntiva de fondo
está clara: Fuego o tregua. Unidad o seguiremos disolviendo país y futuro.
19-04-20
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