Francisco Fernández-Carvajal 25 de diciembre de 2020
@hablarcondios
— Calumnias y persecuciones de diversa naturaleza por
seguir a Jesucristo.
— También hoy existe la persecución. Modo cristiano de
reaccionar.
— El premio por haber padecido algún género de
persecución por Jesucristo. Fomentar también la esperanza del Cielo.
I. Las
puertas del Cielo se han abierto para Esteban, el primero de los mártires; por
eso ha recibido el premio de la corona del triunfo1.
Apenas hemos celebrado el Nacimiento del Señor y ya la
liturgia nos propone la fiesta del primero que dio su vida por ese Niño que
acaba de nacer. «Ayer, Cristo fue envuelto en pañales por nosotros; hoy, cubre
Él a Esteban con vestidura de inmortalidad. Ayer, la estrechez de un pesebre
sostuvo a Cristo niño; hoy, la inmensidad del Cielo ha recibido a Esteban
triunfante»2.
La Iglesia quiere recordar que la Cruz está siempre
muy cerca de Jesús y de los suyos. En la lucha por la justicia plena –la
santidad– el cristiano se encuentra con situaciones difíciles y acometidas de
los enemigos de Dios en el mundo. El Señor nos previene: Si el mundo os
odia, sabed que antes me ha odiado a mí... Acordaos de la palabra que os he
dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a
vosotros os perseguirán3.
Y desde el mismo comienzo de la Iglesia se ha cumplido esta profecía. También
en nuestros días vamos a sufrir dificultades y persecución, en un grado u otro
y en diferentes formas, por seguir de verdad al Señor. «Todos los tiempos son
de martirio –nos dice San Agustín–. No se diga que los cristianos no sufren
persecución, no puede fallar la sentencia del Apóstol (...): Todos los
que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución (2
Tim 3, 12). Todos, dice, a nadie excluyó, a nadie
exceptuó. Si quieres probar si es cierto ese dicho, empieza tú a vivir
piadosamente y verás cuánta razón tuvo para decirlo»4.
En los mismos comienzos de la Iglesia, los primeros
cristianos de Jerusalén sufrirán la persecución de las autoridades judías. Los
Apóstoles fueron azotados por predicar a Cristo Jesús y lo sufrieron con
alegría: salieron gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían
sido hallados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús5.
Los Apóstoles recordarían, sin duda, las palabras del
Señor: Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y os
calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra
recompensa será grande en el Cielo: de la misma manera persiguieron a los
profetas que os precedieron6.
«No se dice que no sufrieron, sino que el sufrimiento
les causó alegría. Lo podemos ver por la libertad que acto seguido usaron:
inmediatamente después de la flagelación se entregaron a la predicación con
admirable ardor»7.
Poco tiempo después, la sangre de Esteban8,
derramada por Cristo, será la primera, y ya no ha cesado hasta nuestros días.
De hecho, cuando Pablo llegó a Roma, los cristianos ya eran conocidos por el
signo inconfundible de la Cruz y de la contradicción: de esta secta –dicen
a Pablo los judíos romanos– lo único que sabemos es que por todas
partes sufre contradicción9.
El Señor, cuando nos llama o nos pide algo, conoce
bien nuestras limitaciones, y las dificultades que encontraremos en el camino.
Jesús no deja de estar a nuestro lado cuando llega la hora de la dificultad,
ayudándonos con su gracia: En el mundo tendréis tribulación, pero
confiad: Yo he vencido al mundo10,
nos dice.
Nada nos debe extrañar si alguna vez en nuestro andar
hacia la santidad hemos de sufrir alguna tribulación, pequeña o grande, por ser
fieles a nuestro camino en un mundo con perfiles paganos. Pediremos entonces al
Señor imitar a San Esteban en su fortaleza, en su alegría y en el afán de dar a
conocer la verdad cristiana, también en esas circunstancias.
II. No siempre la
persecución ha sido de la misma forma. Durante los primeros siglos se pretendió
destruir la fe de los cristianos con la violencia física. En otras ocasiones,
sin que esta desapareciera, los cristianos se han visto –se ven– oprimidos en
sus derechos más elementales, o se trata de llevar la desorientación al pueblo
sencillo con campañas dirigidas a minar su fe. Incluso en tierras de gran
solera cristiana se ponen todo tipo de trabas y dificultades para educar
cristianamente a los propios hijos, o se priva a los cristianos, por el mero
hecho de serlo, de las justas oportunidades profesionales.
No es infrecuente que, en sociedades que se llaman
libres, el cristiano tenga que vivir en un ambiente claramente adverso. Puede
darse entonces la persecución solapada, con la ironía que trata de ridiculizar
los valores cristianos o con la presión ambiental que pretende amedrentar a los
más débiles: se trata de la dura persecución no sangrienta, que no
infrecuentemente se vale de la calumnia y de la maledicencia. «En otros tiempos
–dice San Agustín– se incitaba a los cristianos a renegar de Cristo; ahora se
enseña a los mismos a negar a Cristo. Entonces se impelía, ahora se enseña;
entonces se usaba de la violencia, ahora de insidias; entonces se oía rugir al
enemigo; ahora, presentándose con mansedumbre insinuante y rondando,
difícilmente se le advierte. Es cosa sabida de qué modo se violentaba a los
cristianos a negar a Cristo: procuraban atraerlos a sí para que renegasen; pero
ellos, confesando a Cristo, eran coronados. Ahora se enseña a negar a Cristo y,
engañándolos, no quieren que parezca que se los aparta de Cristo»11.
Parece que el santo hablara de nuestros días.
También quiso prevenir el Señor a los suyos para que
no se desconcertaran ante la contradicción que viene no ya de los paganos, sino
de los mismos hermanos en la fe, que con esa actuación injusta, movida
ordinariamente por envidias, celotipias y faltas de rectitud de intención,
piensan que hacen un servicio a Dios12.
Todas las contradicciones, pero esas especialmente, hay que sobrellevarlas
junto al Señor en el Sagrario; allí adquiere especial fecundidad el apostolado
que estemos llevando a cabo entonces.
Esas circunstancias expresan una especial llamada del
Señor a estar unidos a Él mediante la oración. Son momentos en los que se deben
poner de manifiesto la fortaleza y la paciencia, sin devolver nunca mal por
mal. Es más, nuestra vida interior necesita incluso de contradicciones y de
obstáculos para ser fuerte y consistente. De esas pruebas, el alma, con la
ayuda del Señor, sale más humilde y purificada. Gustaremos de una manera
especial la alegría del Señor y podremos decir como San Pablo: Estoy
lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones13.
Señor, concédenos la gracia de imitar a tu mártir San
Esteban, que oraba por los verdugos que le daban tormento, para que nosotros
aprendamos a amar a nuestros enemigos14.
III. El
cristiano que padece persecución por seguir a Jesús sacará de esta experiencia
una gran capacidad de comprensión y el propósito firme de no herir, de no
agraviar, de no maltratar. El Señor nos pide, además, que oremos por quienes
nos persiguen15, veritatem facientes in caritate16.
Estas palabras de San Pablo nos llevan a enseñar la doctrina del Evangelio sin
faltar a la caridad de Jesucristo.
La última de las Bienaventuranzas acaba con una
promesa apasionada del Señor: Bienaventurados seréis cuando os
injurien, os persigan y os calumnien por mi causa. Alegraos y regocijaos,
porque vuestra recompensa será grande en el cielo17.
El Señor es siempre buen pagador.
Esteban fue el primer mártir del cristianismo y murió
por proclamar la verdad. También nosotros hemos sido llamados para difundir la
verdad de Cristo sin miedo, sin disimulos: no temáis a los que matan el
cuerpo y no pueden matar el alma18.
Por eso no podemos ceder ante los obstáculos, cuando se trata de proclamar la
doctrina salvadora de Cristo, de forma que se nos pueda decir: «No tengas miedo
a la verdad, aunque la verdad te acarree la muerte»19.
El día en que los cristianos son perseguidos,
calumniados o maltratados por ser discípulos de Jesús, es para ellos un día de
victoria y de ganancia: Vuestra recompensa será grande en los cielos.
También en esta vida paga el Señor con creces, pero será en la otra donde nos
espera, si somos fieles, un inmenso premio. Aquí la alegría no puede ser plena;
pero cuando estamos cerca del Señor, por la oración y los sacramentos, gozamos
de un anticipo de la felicidad eterna. Tengo por cierto, escribía
San Pablo a los primeros cristianos de Roma, que los padecimientos del
tiempo presente no son nada en comparación de la gloria que ha de manifestarse
en nosotros20.
La historia de la Iglesia muestra que a veces las
tribulaciones hacen que una persona se acobarde y enfríe su trato con Dios; y
en otras ocasiones, por el contrario, hacen madurar a las almas santas, que
cargan con la cruz de cada día y siguen a Cristo identificados con Él. Vemos
constantemente esa doble posibilidad: una misma dificultad –una enfermedad,
incomprensiones, etcétera–, tiene distinto efecto según las disposiciones del
alma. Si queremos ser santos es claro que nuestras disposiciones han de ser las
de seguir siempre de cerca al Señor, a pesar de todos los obstáculos.
En momentos de contrariedades es de gran ayuda
fomentar la esperanza del Cielo. Nos ayudará a ser firmes en la fe ante
cualquier género de persecución o de intento de desorientación. «Y con ir
siempre con esta determinación de antes morir que dejar de llegar al fin del
camino, si os llevare el Señor con alguna sed en este camino de la vida, daros
ha de beber con toda abundancia en la otra y sin temor de que os haya de faltar»21.
En épocas de dificultades externas hemos de ayudar a
nuestros hermanos en la fe a ser firmes ante esas contrariedades. Les
prestaremos una gran ayuda con nuestro ejemplo, con nuestra palabra, con
nuestra alegría, con nuestra fidelidad y nuestra oración; y hemos de poner
especial delicadeza al vivir con ellos la caridad fraterna en esos momentos,
porque el hermano, ayudado por su hermano, es como una ciudad amurallada22;
es inexpugnable.
La Virgen, Nuestra Madre, está particularmente cerca
en todas las circunstancias difíciles. Hoy nos encomendamos también de modo
especial al primer mártir que dio su vida por Cristo, para que seamos fuertes
en todas nuestras tribulaciones.
1 Antífona
de entrada de la Misa. —
2 San
Fulgencio, Sermón, 3. —
3 Jn 15,
18-20. —
4 San
Agustín, Sermón, 6, 2. —
5 Hech 5,
41. —
6 Mt 5,
11-12. —
7 San
Juan Crisóstomo, Hom. sobre los Hechos de los Apóstoles,
14. —
8 Cfr. Hech 7,
54-60. —
9 Hech 28,
22. —
10 Jn 16,
33. —
11 San
Agustín, Comentarios sobre salmos, 39, 1. —
12 Jn 16,
2. —
13 2
Cor 7, 4. —
14 Oración
colecta de la Misa. —
15 Cfr. Mt 5,
44. —
16 Ef 4,
15. —
17 Mt 5,
11. —
18 Mt 10,
28. —
19 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 34. —
20 Rom 8,
18. —
21 Santa
Teresa, Camino de perfección, 20, 2. —
22 Prov 18,
19.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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