Gustavo Roosen 09 de marzo de 2021
@roosengustavo
Los ojos del mundo no pueden dejar de mirar la crisis
humanitaria que afecta a Venezuela. Al gobierno venezolano, sin embargo, le
molesta que se ocupen de ella, que la observen, que den testimonio. Solo así se
explica la incomodidad y el tono oficial altisonante para referirse a la visita
de la canciller de España a Colombia, donde se palpa el drama de la emigración
venezolana. ¿Por qué esa reacción? ¿Molesta mucho que el mundo lo vea? ¿Se teme
la presencia del “testigo que ayuda” del que habla la psiquiatra Alice Miller
o, al contrario, se busca a toda costa el silencio?
Para acercarse al drama venezolano sobran las
encuestas y los estudios económicos. La de Encovi, por ejemplo, muestra la
dimensión del cuadro. Solo algunos datos: 5 millones de venezolanos fuera de su
país, crecimiento de la pobreza con un índice de 79%, reducción de la esperanza
de vida, reducción de la población joven e incremento de la de mayor edad, tema
sobre el cual no se han prendido las alarmas con tanta fuerza como debería
esperarse.
La crisis económica, política y social ha provocado en
Venezuela un salto generacional en su demografía. Cuando el país tuvo la
oportunidad de hacerlo no se crearon las condiciones para aprovechar el bono
demográfico con el que contábamos hasta el año 2040. Al expulsar del país a la
población joven hemos desperdiciado los 20 años más valiosos de nuestro
desarrollo demográfico. Hemos sido testigos de cómo se ha producido el vaciado
de la clase media profesional, precisamente la que será más necesaria a la hora
de la recuperación. Venezuela se ha saltado una generación, la de los más de 3
millones de jóvenes de entre 15 y 45 años que han abandonado el país en busca
de mejores oportunidades y la de los que se han quedado dentro, pero sin
oportunidades de acceso a educación de calidad y a empleo formal.
En su artículo “Vida y muerte en un país de excepción”
el historiador y profesor universitario Tomás Straka se refería en 2017 a lo
que llamó “el drama de los baby boomer venezolanos”, es decir,
los nacidos entre 1940 y 1960 y que hoy tienen entre 60 y 80 años. Son los que
han vivido un “ensayo de modernidad tan vertiginoso en sus subidas como en sus
caídas”. Apunta Straka: “De ser una excepción latinoamericana por su democracia
y su capitalismo, Venezuela es otra vez una excepción: ser la peor economía del
mundo, con una crisis económica y social que sorprende a todos. Pocos
venezolanos fueron tan felices en su juventud y pocos han tenido una vejez tan
triste. Antes de ellos, nunca los hubo con tantas oportunidades de estudio, con
sueldos tan altos, con una alimentación igual de sana, servicios médicos de
similar calidad, una estabilidad institucional tan larga ni tanto respeto por
sus libertades. Después de ellos, tampoco los ha habido”.
El problema del envejecimiento de la población tiene
ya para nosotros rasgos alarmantes. No se trata ya solamente de la reducción
del porcentaje de la población capaz de aportar trabajo, producción e
impuestos, sino de la condición misma de nuestra población mayor, de sus derechos,
de su dignidad, de la responsabilidad de la sociedad frente a ellos y de las
exigencias culturales, presupuestarias y de todo orden que su condición
conlleva. Dado el crecimiento de la longevidad, los países con más desarrollo
han debido revisar sus políticas y generar planes que aseguren la posibilidad
de garantizar una ancianidad digna a sus ciudadanos. No ha sucedido así entre
nosotros, donde los planes se han reducido a dádivas, a declaraciones de
ocasión o a manipulación.
El
carácter asistencialista de los planes debería dar paso a políticas
sistemáticas de atención capaces de dar respuesta a las demandas sociales
presentes y futuras. Se trata de considerar las consecuencias sociales y
culturales del envejecimiento y de contemplar la dinámica poblacional como base
de cualquier planificación. No serán suficiente las buenas intenciones. Menos
aun la demagogia de las promesas. Hará falta planes realistas de jubilación,
salud, seguridad social, oportunidades. Pensar en ellos supone asegurar su
sostenibilidad financiera y operativa, además de su capacidad de adecuación a
las nuevas exigencias de un mundo en permanente y cada vez más acelerado
cambio. No se trata, pues, de cerrar los ojos ni de tapiar ventanas.
Gustavo
Roosen
@roosengustavo
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