Por Colette Capriles
Serendipia. Uno va
buscando algo y encuentra otra cosa que reorienta la búsqueda o su propósito.
En los tiempos de la inocencia primordial de Internet, antes
de Google -o de Jeeves-, todo era hyper y uno saltaba de un
hipervínculo a otro en un viaje asombroso de serendipias que ya contenía a su
vez, su ocaso, sustituido como fue por El Algoritmo. Yo estaba tratando de
encontrar un escrito de la profesora Graciela Soriano de García-Pelayo sobre
las sincronías y diacronías en la Historia, algo que me dejara bajarme en la
estación “Chavismo como negación de la historia”, tratando de revisitar esta
sensación de tachado sobre el futuro, de pérdida del horizonte del
porvenir, que ha dejado un vacío común pero incomunicable entre
nosotros.
La herencia de la
tribu. Y terminé aterrizando en otra nave, en este libro de Ana Teresa
Torres que justamente cubre el trayecto al que nos obliga la sedienta
pregunta por lo que somos y la respuesta que nos dimos: el mito bolivariano, suspendido
en el tiempo, que contiene nuestro origen y nuestro fin último en una opresiva
condensación de pasado, presente y futuro señalando
nuestro destino inconcluso. En esa permanente situación de construcción (de la
patria) se alberga también la perpetua destrucción y eso quizás
explica el regocijo (primero) y la resignación (después) ante la oferta
chavista de refundar sobre ruinas. Ahora están las ruinas.
Serendipia II. El libro
está plagado, por así decirlo, de enigmas que van apareciendo en el
recorrido y se van como entretejiendo. Como los acertijos de los
sueños, se me ocurre; da la impresión que hay un exceso de interpretación,
un tsunami de pensamiento tratando de seguirle el rastro a los
indicios que nos hablan de lo que somos. En la parte final hay una concienzuda
reconstrucción de un mega-enigma: la cuestión del socialismo de Chávez. Y esto
me retrae a una conversación intermitente, como todo en pandemia, que
he sostenido con los que saben: el chavismo ¿tiene ideología?, ¿hay algo así
como un cuerpo doctrinario en alguna parte (casi habría que preguntar: “¿dónde
está el cuerpo del delito?”)?
“El leninismo, de hecho, no tuvo sustancia ideológica. La revolución soviética se desideologizó muy rápidamente y se convirtió en un código operacional”
¿Cómo que no? Se
me dirá que por supuesto: ¿No fluyen como torrentes verborreicos toda clase de
alusiones a los emblemas leninistas, a la hagiografía cubana, a la
cartografía momificada del gran territorio mental del comunismo, etc. y
etc.?, ¿no son obvios los lazos indelebles con ese mundo ya ido?, ¿no se mide
acaso por kilos la evidencia documental que prueba la mímesis con uno
de los últimos reductos del fracaso comunista?
La mímesis no está
donde parece. Y es que, argumento yo, el comunismo no tiene doctrina. Una
vez me comentó Elizabeth Burgos, la venezolana que más conoce la lógica
política de Cuba, que el régimen castrista no fue nunca otra cosa que
una vulgar dictadura militar latinoamericana. Lo doy por firmado y sellado.
En Cuba, el socialismo fue, siempre, la apariencia, el ropaje,
la envoltura, el paquete de una teología política nacionalista y Ana
Teresa Torres cita al cubano Rafael Rojas con estas palabras:
“La religiosidad política cubana, -dice Rojas-, no es de carácter marxista
leninista sino nacionalista revolucionaria”. Tanto la “revolución inconclusa”
como el “regreso del mesías”, son nociones “profundamente religiosas en su
estrategia y sus efectos. En tal religiosidad política reside la fuerza
simbólica del régimen que ha persistido en la isla”.
Y como paréntesis.
El leninismo, de hecho, no tuvo sustancia ideológica. La revolución
soviética se desideologizó muy rápidamente y se convirtió en
un código operacional, en una táctica de dominación eficacísima.
El totalitarismo estalinista se autonomizó de cualquier principio
doctrinario, como lo hizo el esperpento nazi.
En lo que sí se parece
igualito. Y Chávez se apropió -y fue a su vez el resultado- del mito
fundacional-escatológico de nuestra teología política bolivariana, que tan bien
disecta Ana Teresa Torres: El mito bolivariano, el Bolívar-objeto, el
Bolívar-fetiche, ha adoptado las más diversas vestiduras y causas a lo largo de
estos dos siglos que se comprimen en el presente plano y seco que padecemos. Y
la cuestión es cuál es -si la hay-, la narrativa contramítica que puede
habitarlo.
29-03-21
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