ELÍAS PINO ITURRIETA 16 de junio de 2023
@eliaspino
En la
dominación de América fue determinante la fuerza del conquistador, sus
posibilidades de ofensa armada que no podían superar las sociedades autóctonas,
pero también influyó la sensibilidad del elemento que se encontró, de pronto,
ante unas presencias que no podía comprender, o para cuya comprensión acudía a
nociones metafísicas que podían condenarlo a la inacción o a la sumisión. Antes
de que el hierro se impusiera, las nociones del mundo y de la vida que
dominaban la sensibilidad de las colectividades llamadas prehispánicas recibió
como decisión del más allá el advenimiento de unos coraceros inexplicables, o
que podían explicarse como enviados de los dioses.
El asunto se encuentra cabalmente explicado en culturas como la antigua mexicana, gracias a investigaciones realizadas por historiadores, antropólogos y filólogos del siglo XX. A ellas acudiremos ahora, para ver cómo una antigua concepción del universo jugó en favor de los conquistadores. Los estudios hechos en nuestros días por profesionales como Ángel María Garibay y Miguel León Portilla, junto con la recopilación de testimonios indígenas que hacen autores fieles a sus fuentes como Fray Bernardino de Sahagún, Muñoz Camargo y Fernando de AlvaIxtlilxóchitl en las primeras décadas de la colonización, permiten reconstruir con propiedad los entendimientos anteriores al siglo XV que facilitaron los trabajos del conquistador. Como son numerosos, ahora se limitarán a un comentario de los presagios que determinaron la conducta del jefe mexica Moctezuma.
¿Cómo
los trataría el todopoderoso Quetzalcóatl, la majestuosa Serpiente Emplumada,
después de juzgar sus obras de simples mortales?
En
efecto, según recoge León Portilla en un libro imprescindible, Visión
de los vencidos (Caracas, Biblioteca Nacional, 2007), antes de la
llegada de las fuerzas de Hernán Cortés se suceden en México unos
fenómenos que provocan ansiedad generalizada, a través de los cuales se
comienza a pensar en el advenimiento de trances y tiempos de grandes riesgos.
Se trata de fenómenos sin explicación para los hombres de entonces que
impresionan notablemente al tlatoani Moctezuma, líder del imperio que pronto
desaparecerá. Un jefe muy religioso, formado en la fe de sus antepasados que
promueve, protege y representa, es presa de un temor que lo conduce a la
inacción. Se trata de presagios advertidos por la totalidad de los habitantes
de Tenochtitlan, que se vuelven un rompecabezas sin soldadura en el hombre
que los dirige, mas también entre sus soldados y sus sacerdotes.
Diez
años antes de la llegada de los españoles, una espiga de fuego apareció en el
cielo. Se podía ver durante el amanecer y también en la medianoche, para
provocar funestas sensaciones o “alboroto general”. Poco tiempo después se
incendió el templo de Huitzilopochtli, deidad primordial. Era la
combustión del Tlacatecpan o “casa de mando” del genio de la guerra, sin que se
descubrieran los motivos de la devastación. En breve cayó un rayo sobre otro
templo de importancia, llamado Tzummulco, pese a que la lluvia no era fuerte.
No se habían repuesto los hombres de la impresión cuando un fuego salió del sol
y se transformó en una lluvia de chispas rojas y negras que causó
consternación. Pasado un año hirvió el agua del lago y amenazó con invadir las
casas de la ciudad, para que la gente aterrada clamara por las oraciones de sus
oficiantes. Por colmos, muchas veces se oyó después en la oscuridad de la
penumbra la voz desgarrada de una mujer que anunciaba la muerte de sus hijos.
Las noches de Tenochtitlan se pasaban entonces en vela.
Un par
de novedades, o de hallazgos terribles y misteriosos, causó notable
impresión en el ánimo de Moctezuma: la aparición de hombres con un solo cuerpo
de dos cabezas, y de un ave con cabeza de diadema a través de la cual se veían
gentes combatiendo y muriendo en medio de una feroz conmoción. Moctezuma hizo
llamar a los nigromantes a la Casa Negra, y a otro lugar de adoración que
frecuentaba, para que interpretaran los prodigios. Pese a la urgencia de la
convocatoria, no obtuvo respuestas tranquilizadoras. Como los expertos
consultados no satisficieron su curiosidad, los amenazó con prisiones, con la
muerte de sus familiares y la destrucción de sus propiedades. Debe recordarse
que había entonces tomado auge la historia del retorno de Quetzalcóatl, supremo
hacedor, y las señales inhabituales podían ser el prefacio de un regreso capaz
de enervar al tlatoani del imperio, a los nobles, a los responsables del culto
y a los guerreros bajo su mando. ¿Cómo los trataría el todopoderoso
Quetzalcóatl, la majestuosa Serpiente Emplumada, después de juzgar sus
obras de simples mortales?
Pero
no llegó Quetzalcóatl, sino Hernán Cortés acompañado por huestes a caballo
descendiendo de grandes torres que no se hundían en el mar. De acuerdo con los
informantes indígenas de Sahagún, cronista mencionado antes, esta fue la
actitud del tlatoani ante el aplanador suceso: “No hizo más que esperarlos. No
hizo más que resolverlo en su corazón, no hizo más que resignarse; dominó
finalmente su corazón, se recomió en su interior, lo dejó en disposición de ver
y de admirar lo que habría de suceder”.
ELÍAS
PINO ITURRIETA
@eliaspino
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