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martes, 13 de junio de 2023

No habrá escrúpulos / Gregorio Salazar @goyosalazar

 


La fuente primigenia del caos que vive Venezuela, desde hace mucho lo sabemos todos, está en la temprana y obsesiva decisión de Chávez de perpetuarse en el poder.

No ocultó sus intenciones. Más de una vez lo sentenció en sus maratónicas sesiones televisivas en cadena: «Aquí el único proyecto que tiene cabida es el bolivariano», lo cual llevaba aparejada, para mejores señas, la oferta de conducirnos hacia el «mismo mar de la felicidad de Cuba». Mar proceloso y eterno, por ahora inacabable, en el que nunca se llega a la otra orilla.

Tal vez muchos no lo tomaron en serio. La mayoría creyó que no sería posible. Otros, que no pasaba de una frase de ocasión o una fanfarronada. Pero aquí estamos, en algunos órdenes incluso por debajo de la crítica situación de los cubanos, que al menos no ven sus instalaciones educativas en el estado de derrumbamiento en que se encuentran las de Venezuela.

A partir del objetivo de nunca salir del poder se va desencadenando todo el desmadre: todas las torceduras de la legalidad, todo desconocimiento de los deberes, todo abandono de las obligaciones constitucionales será posible, no hay Estado de Derecho que pueda prevalecer ni convivencia alguna que se pueda procrear y mantener porque finalmente el convencimiento es que la disidencia y la oposición son necesariamente prescindible.

Todo se vale. Y cuando parece que el juego se ha agotado siempre queda la posibilidad de apelar a un «desencadenante», como el simple golpe contra el poder legislativo que se perpetró con la elección de una constituyente espuria con el principal objetivo de anular y suplantar la Asamblea Nacional, electa con un apoyo electoral tan contundente que le dio la mayoría calificada a la oposición.

Todo comienza a atravesarse en el camino de los autócratas: el reclamo de los trabajadores sin salario real, las exigencias de los empresarios para poder operar con eficiencia, las demandas de salud de la población desvalida y vulnerable, el escrutinio social de las organizaciones defensoras de los derechos humanos, la labor de periodistas y medios de comunicación, que se hace insoportable en la medida que su misión informativa desmonta la avalancha propagandista y erosiona la base de apoyo popular.

Se actúa como si no eso no fuera la amenazadora realidad que los circunda. Pero la Constitución, desconocida, despreciada y mil veces lanzada al cesto de la basura, sigue allí, recordándonos en su artículo 230 que «el período presidencial es de seis años». Por muy indefinida que sea la posibilidad de reelección, no hay mayor amenaza para la cúpula en la cima del poder que esas siete palabras.

En año y medio el objetivo de perpetuación volverá a estar en riesgo. El presidente con vocación de eternidad tendrá que someterse de nuevo al veredicto popular en las elecciones del 2025. Cuál es el resultado de ese juicio desde ya lo sabe Venezuela: Nicolás Maduro no tiene ninguna posibilidad de reelegirse en unas elecciones transparentes que le den garantía a la oposición; antes, durante y después del acto electoral.

Sólo la suicida decisión de parte de la oposición, entre otros errores de bulto, de llamar a la abstención ha hecho posible las recientes victorias electorales del régimen, como por ejemplo en las regionales del 2021, de las cuales no obstante emergió con la desconcertante derrota en el estado natal del caudillo.

El síndrome Barinas, su estremecedor campanazo, gravita amenazante sobre la nueva medición que espera a Maduro en el 2023. Ya eludieron u obstruyeron retos refrendarios mayúsculos, como el del revocatorio del 2016, el que obligaba a consultar sobre la convocatoria a la constituyente en 2017 y el de la aprobación de la nueva constitución en 2020. Sabían de sobra lo que iba a ocurrir.

La derrota en la elección del gobernador de Barinas, pese a ser el experimento electoral más ventajista de que haya memoria, resultó un mensaje escalofriante para el régimen. Y desde entonces no ocultan que trabajan sin tregua para evitar su repetición en una escala mayor.

Por ahora hacen todo a su alcance por mantener a la oposición en el mayor clima de incertidumbre posible. Un día dicen que no habrá elecciones y otro que serán adelantadas. «A mí me gusta agosto», dice cualquier noche el segundo de abordo. ¿Cuáles candidatos presidenciales serán inhabilitados o cuales no? ¿Será posible votar en el exterior, no en una forma marginal, sino en una medida que impacte en los resultados? ¿Cuándo será abierto y actualizado el Registro Electoral Permanente?

Y la mayor de las incertidumbres surgida hace días es la de si habrá o no elecciones primarias de la oposición. Un plan en desarrollo, para el cual utilizaron rateritos a sueldo, que comenzó con un recurso ante el TSJ de la casa y la cómplice Contraloría General para que los comicios primarios de la oposición, que evidentemente tendrían un impacto decantador, reorganizador y multiplicador, no se realicen.

En el campo electoral hasta hoy toda sorpresa es posible. Incluso la repetición del expediente orteguista acabando con todos los aspirantes presidenciales opositores. Es cierto, disponen de todo el poder ventajista que se puede ejercer desde del Estado y ejecutarlo sin un gramo de escrúpulos. Tienen todo, menos el respaldo, el reconocimiento, la aceptación o el apoyo traducido en el voto de la inmensa mayoría de los venezolanos. Ellos están avisados y nosotros también.

https://talcualdigital.com/no-habra-escrupulos-por-gregorio-salazar/

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