Ya no hay alternativa

Por María Ignacia Sierra

Desde hace veintiún años he vivido en el mismo lugar: justo debajo del barrio Las Minas, en una urbanización sin nombre definido en forma de rectángulo, con una cancha deportiva abierta al público en toda la esquina, y aledaña a la transitada avenida La Guarita.

Asimismo, desde hace veintiún años ha ocurrido un hecho curioso que hacía que considerara a mi urbanización y a mi casa como el lugar más seguro de Caracas: aunque habitamos siete personas, allí sólo había una llave, estaba guardada en el cajón que mide la electricidad bajo ningún tipo de seguridad; la sacábamos sin cuidado de estar siendo vistos por vecinos, deportistas, obreros, vigilantes, entre otros; y en realidad la mayoría del tiempo la puerta permanecía entreabierta o abierta.

Y no podía faltar… desde hace veintiún años mis abuelos nos contaban cuentos de robos y tragedias en casas de fácil acceso. Exagerados, extremistas y desconfiados, eran algunos de los adjetivos que servían como respuestas para las aplastantes noticias transmitidas por los medios de comunicación que mis abuelos repetían preocupados.

Hasta que un buen día… no nos ocurrió absolutamente nada, pero sí a tres vecinos. Después de un típico rollo con los vigilantes –a los que, por cierto, no hay alternativa de elegir, pues ya son parte esencial de cualquier urbanización caraqueña– hubo varias consecuencias: la caseta de vigilancia vacía por una semana, tres vehículos robados a altas horas de la noche, miedo generalizado y lo más insólito: una ida a EPA con el fin de sacar siete copias a las llaves de mi casa.

Lamentablemente, ya no podemos elegir entre confiar y tener una llave compartida o desconfiar y tener siete particularizadas; entre sentir el hogar como una zona segura o insegura; entre dormir con miedo o sin él; la realidad nos lo hizo más que claro. Lamentablemente, ya no hay alternativa: desconfianza, inseguridad y miedo es lo que reina en mi casa, mi urbanización y mi país.

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