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viernes, 19 de octubre de 2012

Con el rancho en la cabeza


Por Golcar, 13/10/2012

En algún punto de la carretera que une los estados Trujillo y Mérida, mientras tratábamos de adivinar a qué se debía que el tránsito se había detenido por completo, al levantar la vista, me topé con la imagen que se ve en la foto:

La cara del presidente Chávez que está en la puerta del humilde rancho, hecho de bahareque, pareciera dar la bienvenida, con sonrisa de satisfacción, a quienes llegan a ese hogar.

En el “techo” se ve como sembrada, lo que pareciera ser una vieja antena para recibir la señal de televisión. Indudablemente, un televisor al que sólo deben llegar las señales de VTV y, posiblemente, Tves y Venevisión.

En la pantalla de “la caja boba” debe aparecer, varias veces al día, la imagen del presidente hablando al país y, en innumerables ocasiones, esa alocución debe surgir en los tres canales que capta el aparato porque se encuentra en cadena de medios radioeléctricos.

Por esa pantallita, quienes allí viven, deben escuchar claramente que “están muy bien”. Que su situación “nunca ha sido mejor”. Que Chávez los ama y por su amor es que ahora cuentan con la “mayor felicidad del mundo” porque, “Venezuela es uno de los países más felices de la tierra”.

Los habitantes de esa morada están convencidos de que su felicidad se debe a los excelentes tratados con China. A los dineros que se le regalan a Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y, especialmente, a los “intercambios económicos con Cuba”.

Están convencidísimos que nada los puede hacer más felices que el contar con el lanzamiento de un segundo satélite venezolano al espacio exterior, aunque no tienen ni idea de qué pasó y para qué ha servido, el primero.

El atasco de carros cede un poco y, al avanzar unos cuantos metros, se ven otras casas (unas más humildes y pobres que otras) con el afiche del presidente sonriente en puertas y ventanas.

A lo largo del camino, por esas zonas rurales y empobrecidas, con una carretera plagada de huecos y reductores de velocidad, uno nota que mientras el afiche del presidente engalana las entradas de las viviendas, la propaganda del candidato opositor solo se encuentra ubicada en muros que son de nadie, en árboles y en postes eléctricos.

Es que ellos sienten que “Chávez los ama”. Están “felices” por la felicidad que les da el gobierno “socialista” y, seguramente, por la misión a la que deben estar suscritos y que les garantiza que, una vez al mes o cada dos meses, le darán un dinero en efectivo para comprar lo que necesiten, sin importar si cada vez compran menos con ese dinero, si compran productos de menor calidad a mayor precio o si el período de tiempo entre la recepción de una mensualidad y la otra parece alargarse porque la duración de lo que compran es cada vez menor.

Para ellos lo único importante es que el “socialismo es buen vivir”, como reza la propaganda que reiteradamente ven en la pequeña pantalla innumerables veces al día.

Esas cosas no son de mucha importancia. Lo que importa es la felicidad que sienten al recibir la misión y el “amor” que con ese dinero les está enviando su querido presidente.

Mientras contemplo las casas con la imagen de Chávez en la puerta, mi mente divaga en lo impresionante que ha sido el manejo de la psicología del colectivo que ha hecho este régimen. Parece funcionar como una religión. Para el chavista del rancho, creer en su actual “felicidad” es como para el católico creer en Dios: no les hace falta verlos. Es como si se hubiese puesto en práctica aquello dicho por Marx de que “la religión es el opio de los pueblos”.

Al pensar en el manejo de la psicología social, recuerdo la historia del hijo de 9 años de una señora, fanático de Carpiles Radonski hasta el día cuando se fue una semana a un plan vacacional organizado por un grupo de chavistas y regresó a su casa, no solo convertido en seguidor de Chávez, sino peleando con sus padres porque son opositores.

Absorto en esos pensamientos me encontraba cuando, de repente, sentí que algo caía del carro que iba adelante. Levanté la mirada y vi una camioneta de lujo, último modelo. Carísima. De esas que, además de lo caro que cuestan, la gente tiene que pagar una cuantiosa cantidad de dinero extra si quiere comprarla porque autos no hay en el país y, quien dé la “mordida” más grande, tiene el privilegio de acceder al vehículo cuando llega al concesionario.

Pues bien, quienes iban en la oscura camioneta, bajaron el vidrio y, sin mayor remordimiento y con mucho desparpajo, echaron a la calle vasos de plástico y papeles.

Por el canal izquierdo, nos pasaban los “vivos”. Unos en Aveos de este año, otros en Malibús de hace 30. Todos más “vivos” que quienes pacientemente esperábamos que la cola avanzará sin pasar por encima de nadie. Más “vivos” que los pendejos que siempre tratamos de hacer las cosas como, se supone, se deben hacer.

Miré de nuevo la camioneta negra lanzar más desperdicios a la orilla de la carretera y a los guapetones continuar aventajando a los pendejos y pensé:

“El rancho con la cara de Chávez en la puerta, lo llevan algunos en la cabeza”.

Tomado de:

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