María Fernanda Palacios LUNES, 22 DE OCTUBRE DE 2012
¿Qué sentido tiene, ya que sabemos lo
que pasó, hablar de lo que pasó? ¿Por qué necesito escribir estas líneas,
prolongando otras, atolondradas que le escribí hoy a Rafa, para agradecerle su
correo sobre este país, un correo en que dejó correr su pena, su pesar y su
templanza? ¿Por qué será que siempre necesito un buen golpe, una
rabia o una pena, para hablar de este país, el mío, el único que me
da rabia y pesar? Será porque siento que ni esa rabia ni ese pesar
son inútiles. Será porque en mis alegrías más profundas siempre están enredadas
estas rabias y pesares.
Me digo que este pesar no está hecho
de desesperanza ni de frustración.
No siento que se haya perdido un sueño
ni una esperanza. Los sueños no se pierden nunca. Pasan por uno, a veces
atajamos algo de ellos, a veces no. Llamar sueños a lo que está en juego en un
país como éste, es abrirle la puerta a la postración. No hay que
encender hogueras en el agua.
La esperanza tampoco es un buen
alimento. Hay situaciones en la vida, las más graves, en las que hacemos algo
porque nuestra conciencia nos dice que hay que hacerlas, sin contar con la
esperanza. Las hacemos voluntariamente, las hacemos como un deber al que nada
ni nadie nos obliga, las hacemos por vergüenza, porque no podemos voltear la
cara y mirar a otro lado, y las hacemos precisamente porque aún “sin
esperanzas de…”, hay que hacerlas y hacerlas bien y seguir haciéndolas,
tercamente, porque en esa terquedad hay tal vez una cuestión de honor, o
nuestro apego a verdades que no podemos abandonar.
Pronto hará diez años, era el año
2003, aquel confuso año de nuestras marchas ciudadanas y paros suicidas, cuando
me tocó hablar en un foro de la UCAB sobre el tema de los intelectuales y el
país. Creo que lo que entonces dije sonó muy raro en el púbico universitario.
Experimenté en carne viva el dolor de esa soledad intelectual de la que había
estado hablando sin probarla, la sensación de haber dicho algo que sólo mi
adversario comprendió, al reaccionar atacando con su habitual estilo
canallesco, pero que desorientó a los demás.Y es que mencioné al demonio de la
esperanza. Cada vez que salimos de una derrota, cada vez que emprendemos una
nueva aventura, lo invocamos. Demonio al fin, lo necesitamos como acicate, con
su látigo es capaz de impulsarnos a grandes cosas. Como demonio hay que lidiar
con él. Y saber que, demonio al fin, nos abandona. No es de este mundo, la
humanidad es poca cosa para él, le queda estrecha. Y es en ese momento, cuando
quedamos sin esperanza, cuando se pone a prueba si somos capaces de soportar
una poca realidad y apreciar lo mucho que ella es. Me sigue
inquietando que se desprecie o se descalifique nuestra impotencia. Que siempre
saltemos por encima de ella con atajos mentales. Temo que en nuestras
actitudes, razonamientos y acciones políticas más graves, se cuelen los
espejismos retóricos esperanzadores, las baratijas de la autoayuda con que
atrofiamos nuestras emociones hondas.
Hablar de “falsas esperanzas” en
ciertos momentos es ser engañosamente redundantes. La esperanza falsea. Es
preferible perder la esperanza y no perder el coraje o la templaza. Para
orientarnos en tiempos de confusión y desánimo no necesitamos que nos vendan
nuevas u otras esperanzas.
La reacción infantil de salir a gritar
fraude o a quemar cauchos, como la del niño que protesta diciendo “ahora no
como dulce”, no es por impotencia sino por no saber dónde poner, cómo encauzar
el pesar que sienten. Y
sospecho que reducir la política y la política electoral a un asunto de ganar o
perder el premio mayor ha contribuido a confinar la conciencia política a un
asunto de “participar” apostando a ganador, como si se tratara de ganar el
campeonato. Se desprecian otras ganancias más discretas que son las que
podrían abonar cambios mayores en la política: alcanzar alguna vez un vivir
político que no fuera sólo cuestión de tomar y ejercer el poder.
Pesar y templanza juntas son los
sentimientos que podrían permitirnos atravesar el descampado de la falta de
soluciones en que debe vivir un hombre libre. Convivir con la duda, colocando
un saludable “tal vez” por delante de nuestras acciones y convicciones,
ese tal vez nos vacuna contra la desesperanza sin vendernos “falsas
esperanzas”, ese tal vez abre la puerta a una capacidad de
tolerancia auténtica, no negociable.
Los despotismos, el déspota, no
soporta eso que llaman “frustraciones” o impotencia, tiene que estar siempre en
poder, “empoderado” -quizá de ellos viene ese engendro lingüístico, el
“empoderamiento”, que hoy padece el idioma.
En estos dos días de pesares, en medio
de los inevitables clichés optimistas y los himnos a la vida continúa, etc.,
etc., se escucha, bajito, una cadencia nueva, un instrumento raro, que da una
nota sin estridencias que antes no figuraba en la orquesta de los políticos
nuestros que adversan la barbarie y el despotismo. Escucho una nota
de sensatez, de sentido común, de sentido de los matices (por ejemplo: somos
una alternativa y no una “oposición”), una nota lo bastante sólida para dejar
que se exprese un pesar templado ante la derrota del domingo pasado. Un pesar
que no se rinde y una templanza que no ofrece panaceas y consuelos a la vuelta
de la esquina. Un pesar que, a diferencia de otras veces, no se disuelve en
proyectar culpas históricas o acusaciones sin base. ¿Será que al fin la
trompeta desafinada del triunfalismo se fue de la orquesta? Que ocupe el lugar
que le corresponde en los desfiles militares y marque el paso de vencedores. Lo
que tenemos que ganar no es un partido, ni un campeonato, la vida política de
un país no es un deporte. También sería bueno que dejara de ser una guerra. En
aquel foro de 2003 recuerdo que dije: “necesitamos coraje y no esperanzas,
necesitamos perseverancia y vocación de servicio antes que voluntad de
triunfo”. Ahora vuelvo a decirlo pero con una alegría que entonces no tenía: la
alegría de haber visto cómo ese coraje, esa perseverancia y esa vocación de
servicio han acompañado la conducta política de quienes hoy conducen la lucha
por la democracia y adversan el despotismo de este gobierno, la alegría de
escuchar una nota sobria de pesar en las palabras de Capriles, en el espíritu
que ha rodeado hasta ahora las declaraciones de la MUD cuando hablan Ramón
Guillermo Aveledo, Teresa Albanes o Briquet, y en la lucidez tesonera con que
Teodoro ha matizado los resultados, tratando de ver en la
confusión. Un político no puede expresar su pesar como lo hacen los demás. La
palabra pesar me gusta porque nos recuerda que el ánimo, que los sentimientos
“pesan”, y la señal de que se llevan de verdad está en que nos pesan. Un
político no declama sus pesares, no los publica, debe “encajarlos” y sentirlos,
y ese peso les hace hablar con una sobriedad y una fuerza que llamo templanza.
Añadido el miércoles 10 de octubre:
Ayer por la noche Capriles dio una
extensa rueda de prensa. Es la primera vez que veo a un político encajar la
derrota, sobrellevarla no sólo con coraje y sin banalizar en un ápice ese pesar
del que vengo hablando, transformarla apoyándose en realidades y en principios,
en un nuevo impulso para confiar y seguir luchando contra el despotismo de este
régimen. Quiero aclarar que el empleó varias veces una metáfora deportiva para
referirse a la derrota. Quiero aclarar que ese símil no contradice en nada lo
que intenté decir cuando afirmé que la política no se reduce a ganar el
campeonato. Al contrario, Capriles desarrolló el símil en ese mismo sentido al
comentar cómo ninguna derrota nos hace perder la afición, cómo el equipo
perdedor vuelve una y otra vez al terreno. Y hasta allí llega el
símil, y hasta allí lo empleó Capriles, porque en este juego la consigna de que
“lo importante es competir”, etc., no caben. Prolongar el símil o amplificarlo
es banalizar la gravedad de lo que se está jugando en política y por eso mismo
una elección, por importante que sea, no es todo. Ayer Capriles
demostró que la templanza, la generosidad, el respeto, los sentimientos y la
entrega, sí forman parte de la conducta política de un dirigente, y demostró
que esas virtudes “blandas” sí pueden convivir con el carácter, el coraje, la
inteligencia y los principios. Desde 1998 estoy votando en contra del algo,
ahora, por primera vez, siento que voto en favor.
MFP
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