Por René Nuñez, 05/04/2015
Hay un proyecto histórico de país agotado. Que no da más. En lo
político, lo económico, lo social, lo moral y lo ético. No hay otra
alternativa como la construcción de un diálogo sincero, serio y decente de
todos los sectores que hacen vida de nación para repensarla y hacerla
incluyente, productiva y justa. Una reingeniería completa viable y
diversificada en lo económico, sustentable en lo social; utilizando el medio
ambiente con sentido común, racional y protector. Con la misión de lograr una
economía independiente de los ingresos y altibajos del petróleo. Una nación de
leyes, estado de derecho funcional y oportunidades.
Se impone la siembra de una nueva cultura política donde seamos “modestos
en el hablar pero abundantes en el obrar”. Con un “parao” firme al
reciclaje del mecanismo de conformación de élites políticas y económicas –
siempre de la mano – que viene actuando en Venezuela desde la Independencia.
Hay historiadores que atribuyen a Antonio Guzmán Blanco, “el Ilustre Americano”,
como el primer político corrupto de la república por haber recibido una
multimillonaria comisión por un empréstito londinense que lo convirtiera
en el latinoamericano más rico de los salones franceses de la época. Desde
entonces, el descarrío público no ha parado.
En la tumultuosa y precaria democracia de los últimos años, la
indecencia ha llegado a niveles inimaginables e insospechables. No se me
puede olvidar expresiones de los ya fallecidos dirigentes: Gonzalo Barrios y
Hugo Rafael Chávez Frías, cuando coincidieron al afirmar “no había razón
valedera alguna para no robarse los dineros públicos en nuestro país”, pues
los osados han contado siempre con la impunidad más absoluta de un estado y el
silencio cómplice de una gran parte de la sociedad. Las últimas denuncias sobre
las súbitas riquezas de algunos ciudadanos venezolanos dentro como fuera del
país se habrían forjado al calor de la complicidad, la alcahuetería y los
derroches del poder político. Lo penoso, con el descaro de un
respaldo popular de los marginados, los más vulnerables socialmente pero
también de los más ricos. De dirigentes políticos, intelectuales y medios de
comunicación social atrincherados algunos de ellos a la vileza y oportunismo.
En lo económico se sigue fortaleciendo una economía nacional, una
ciudadanía, parasitaria dependiente de los ingresos petroleros, de la riqueza
fácil sin trabajarla y sudarla. A título de reflexión, traigo de nuevo el
ejemplo de la economía noruega, un país petrolero sin la variedad y las
inmensas riquezas naturales de Venezuela, cuya economía es independiente del
petróleo (solo la financia su crudo en un 2%); en cambio, la nuestra, todo lo
contrario, depende casi total de los ingresos petroleros (92%).
Durante los gobiernos de Chávez y el actual de Maduro, entre los
dos, la nación ha recibido no menos de un billón y medio de dólares por renta
petrolera, cifra no reflejada en inversiones productivas, en progreso y
desarrollo humano. ¿Adónde han ido a parar esos reales? pregunta
sin respuesta. Entretanto, infelizmente nos encontramos ante una sociedad
atrapada de escándalos donde la corrupción y la impunidad van de la mano. Y
nada ni nadie garantiza aplicación de la justicia. Ni donde se da información
veraz, objetiva y oportuna. Mientras escasean alimentos, medicina, productos y
servicios de primera necesidad, empleos decentes y estables. Con una inflación
de 69%, un PIB -3,99% y 25 mil asesinatos en 2014.
Decía estos días el ex presidente socialista español, Felipe González,
que la gravedad de nuestra crisis nacional es comparada con la que tuvo Cuba
cuando los rusos le quitaron el subsidio financiero; con la diferencia que la
Venezuela de hoy no tiene “capacidad de suministro de calorías ni hay
institucionalidad para administrar la escasez”.
Como sociedad tenemos responsabilidades en este proceso de destrucción
nacional. Por negligencia, “por no hacer”, “por dejar hacer”,
“por dejar pasar”. Cualesquiera sean las razones o las excusas,
tenemos un compromiso de vida de país con nuestros mayores, con nuestros
jóvenes, con nuestros niños, con los que están por venir. Estamos obligados a
cambiar y rectificar. Por donde nos llevan, nos alejan de la prosperidad, de la
justicia, de la democracia, de la esperanza. Un callejón sin salida. No
se trata de soluciones emocionales o ideológicas sino de garantías de vida, de
respeto al derecho ajeno, de crecer libre en lo material, lo espiritual y lo
humano con capacitación y oportunidades para todos, independientemente de pensamientos
y creencias diferentes.
Ello implica oírnos, entendernos, ponernos de acuerdo donde tengamos
coincidencia; discernir las diferencias, pero sobre persuadirnos del bien común
como prioridad estratégica de Estado y de sociedad. Nuestros padres y
abuelos carecieron de oportunidades de estudios y trabajo pero fueron unos
pobres dignos, ricos en rectitud, valores, respeto y solidaridad humana. Mi
modelo.
René Nuñez:
Presidente del Ifedec, capítulo Estado Bolívar
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