ANDRÉS OPPENHEIMER
04 de abril de 2015
@oppenheimera
Hasta
hace unas semanas, todo parecía indicar que la Cumbre de las Américas del 10 de
abril en Panamá sería una fiesta en la que el presidente Barack Obama sellaría
su acuerdo de normalización de relaciones con Cuba, y cerraría una vieja herida
entre Estados Unidos y America Latina. Sin embargo, las probabilidades de que
Obama emerja como un ganador neto parecen sombrías.
Varios
hechos que acontecieron en las últimas semanas pondrán a Obama a la defensiva
durante esta mega cumbre de 34 jefes de estado, que se realiza solo cada tres o
cuatro años.
En
primer lugar, la orden ejecutiva de Obama del 9 de marzo ordenando suspender
las visas y congelar los fondos en Estados Unidos de siete funcionarios
venezolanos acusados de
actos de abusos contra los derechos humanos y corrupción, le ha dado una excusa
de oro al presidente venezolano Nicolás Maduro para montar un gran show, y
pedir 10 millones de firmas exigiendo la derogación de la medida. Maduro dijo
que presentará el pliego de firmas a Obama durante la cumbre en Panamá.
Aunque
las sanciones de Estados Unidos no afectarán a la población venezolana en
general, sino a siete funcionarios, Maduro las presenta como una “agresión
contra Venezuela”, y es probable que la disputa entre Estados Unidos y
Venezuela dominará una buena parte de la cumbre.
Eso
podría echar a perder las esperanzas de la Casa Blanca de que la cumbre pase a
la historia por el encuentro entre Obama y el gobernante cubano, general Raúl
Castro. La Casa Blanca ve la normalización de relaciones con Cuba como un
legado clave de la presidencia de Obama.
Muchos
líderes latinoamericanos rechazan las sanciones de Obama, ya sea porque
sinceramente están en contra de sanciones unilaterales, o porque temen que
Estados Unidos aplique sanciones personales contra funcionarios corruptos de
sus propios gobiernos, o a ellos mismos.
Pero
lo cierto es que el gobierno de Obama cometió un error garrafal al decir que
las sanciones se deben a que Venezuela se ha convertido en una “amenaza
extraordinaria” para Estados Unidos.
Los
funcionarios estadounidenses intentaron minimizar esas palabras más tarde,
diciendo que se trata de una formalidad requerida por la ley para imponer
sanciones financieras a funcionarios extranjeros, pero Maduro ya tiene material
para montar su teatro político.
Un
segundo obstáculo para Obama podría ser la propia Cuba. Castro no puede darse
el lujo de no apoyar abiertamente a Venezuela y criticar a Estados Unidos en la
cumbre, porque Venezuela sigue siendo el principal benefactor económico de la
isla caribeña, y la narrativa antiimperialista cubana sigue siendo la
primordial justificación de Castro para no permitir elecciones libres.
Un
tercer posible desafío para Obama serán los disidentes cubanos, que se han
sentido marginados del acuerdo entre Obama y Castro. Guillermo Fariñas, un
líder opositor que espera participar en el foro de la sociedad civil de la
cumbre de Panamá, me dijo en una entrevista telefónica desde Cuba que a menos
que Obama exija a la isla dar pasos concretos hacia la democracia, “vamos a
estar muy decepcionados”.
Por
otro lado, Obama tendrá algunos aspectos a su favor en Panamá. A diferencia de
las anteriores Cumbres de las Américas, donde Venezuela, Ecuador, Brasil,
Argentina y otros países poco amigos de Washington estaban en pleno auge,
gracias a los altos precios de sus materias primas, la próxima cumbre de Panamá
tendrá lugar en un escenario regional y mundial muy diferente.
Hoy
en día, con la caída de los precios de las materias primas, las economías de
Venezuela y Argentina están por el piso, y Brasil está teniendo su peor
crecimiento económico de los últimos 25 años. Con China creciendo menos, Rusia
quebrada y Europa estancada, Estados Unidos se perfila como el marcado más
promisorio para las exportaciones latinoamericanas.
Mi
opinión: Si no quiere ser eclipsado por Maduro y Castro, Obama tendrá que hacer
algo audaz en la cumbre.
Cuando
Maduro haga su show y le entregue a Obama un pliego supuestamente firmado por
millones venezolanos — la mayoría de ellos empleados públicos forzados a
firmarlo —, Obama debería responder con un gesto similar.
En
lugar de aceptar el documento con una sonrisa, como lo hizo cuando el difunto
presidente venezolano Hugo Chávez le regaló un libro antiestadounidense en una
cumbre en el 2009, Obama debería darle a Maduro una copia de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
Y
en vez de reunirse con disidentes cubanos en un foro marginal de la cumbre,
como lo planea hacer, Obama debería cederle a un líder de la oposición pacífica
cubana cinco minutos de su discurso en la sesión plenaria de la cumbre.
Si
Obama no hace algo así, le ganarán de mano un octogenario dictador militar y un
demagogo populista, y la cumbre de Panamá — en lugar de permitir a Obama
proyectarse como un defensor del diálogo y los derechos humanos — podría ser un
fiasco diplomático para Estados Unidos.
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