Por Sumito Estévez
No todos los gestos son
universales. Por ejemplo: en la India cuando alguien desea afirmar gestualmente
hace un movimiento muy parecido al de negación que usamos en occidente. También
son muchos los gestos que son bien vistos en una sociedad, pero pueden llegar a
ser particularmente ofensivos en otras. De allí la importancia de los estudios
del psicólogo norteamericano Paul Ekman quien, a finales de los años sesenta
del siglo pasado, determinó que existen seis gestos faciales universales que
transmiten emociones no determinadas por entrenamiento cultural. Estas
emociones universales tendrían, por decirlo de alguna forma, un carácter
genético. Y una de ellas es el asco, cuyas expresiones faciales se ven
inclusive en los recién nacidos.
También es interesante un
descubrimiento posterior: independientemente de nuestro origen cultural,
existen elementos que nos revuelven el estómago a todos. Ante eso, es difícil
entender el asco desde una perspectiva diferente a la signada por códigos que
la selección natural ha decidido. Pero esa percepción darwiniana del
asco cambió en los ochenta por los trabajos del psicólogo Paul Rozin, un autor
que ha contribuido a entender la gastronomía como un hecho cultural. Junto a
April Fallon, en su trabajo Perspectiva sobre el asco (1987)
escribieron:
“Pareciera existir muy poca
investigación en los textos de psicología sobre la percepción y reacciones ante
la comida. Siendo la comida elemento esencial en nuestras vidas, es interesante
la poca atención que se le presta”
Desde entonces, el estudio
del asco ha pasado a ser uno de los tópicos mas interesantes a estudiar a la
hora de entender como se inserta el ser humano en una sociedad. Es obvio que el
asco posee un importante componente heredado, mecanismos de protección
asociados a contaminaciones que podrían poner en peligro nuestra vida, pero
como bien dice el mismo Rozin, el asco evoluciona culturalmente desde un
sistema para protegernos el cuerpo de daños, a uno que protege nuestra alma de
daños. En pocas palabras: el asco nos entrena para entender lo que
culturalmente es inapropiado. Otro psicólogo, Dan Jones, afirma que “Cuando
físicamente apartamos de nosotros una comida o un objeto que nos produce asco,
también nos estamos distanciando emocional y socialmente de aquellos a quienes
vemos como asquerosos”. De allí que actualmente los psicólogos comienzan a
hacer una importante distinción entre asco, repugnancia y desagrado.
El asco que nos entrena
culturalmente para ser sociedad, más allá de la defensa de contaminaciones
perjudiciales, es muy complejo. En algunos casos puede limitarse a la hora de
consumo de algunas comidas o aromas. Por ejemplo: a los occidentales nos da
asco que un asiático desayune con una sopa de vísceras, muchos europeos sienten
asco por el olor del cilantro y muchos asiáticos no aguantan el olor a leche
agria de los venezolanos producto de nuestro consumo de quesos no
pasteurizados. En otros casos, el asco puede estar estampado en costumbres:
salvo argentinos, paraguayos y uruguayos, pocos entienden el acto de pasar la
boquilla del mate de boca en boca.
Pero el asco puede ser
incluso un mecanismo usado para justificar ideas de exclusión. Tal como señala
William Ian Miller en La vida
moral del asco, un número considerable de vicios lo provocan (crueldad,
hipocresía, traición) y “tienden a estar institucionalizados política y
socialmente. Pensemos en los verdugos, los abogados y los políticos, por poner
un ejemplo”.
Quizás por el hecho de
asociarse la repugnancia a actos físicos, como la náusea, tendemos a entender
al asco como algo malo, pero su valor a la hora de definir nuestros esquemas de
valores es fundamental. A tal punto que hay quienes creen que dejar de poseerlo
es una forma de transculturización. Difícilmente a un latino le guste, sin
entrenamiento, el pescado crudo de un sushi o los gusanos en un queso francés:
son justamente los procesos de entrenamiento globalizador los que logran
disminución del asco hacia esos platos. Y en algunos casos podrían llevar a
pérdida de valores de identidad.
Así que la próxima vez que
sienta asco no se asuste. Quizás sólo esté siendo coparticipe de una “fuerte y
vital sensación”, tal como la llamó Kant.
NOTA: si el tema le interesa
en profundidad, le recomiendo leer Asco: Teoría e
historia de una fuerte sensación, de Winfried Menninghaus. Incluso, llenar
un cuestionario lo enfrentará a sus propios grados de repugnancia.
03-09.15
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico