Por S.S. Alejandro Moreno
“Un pepazo por la cabeza por
detrás, pin”. Lo dijo en público sin vergüenza ninguna en presencia divertida
de la máxima autoridad del país que se rió, le recombino amablemente, como se
suele hacer con un amigo que exagera un poco, un poco nada más, y le advirtió
que eso no se dice ante las cámaras y a micrófono abierto.
Me recordó a Héctor, nuestro
sujeto de estudio, cuando narra su historia de malandro: “Empecé a dale
tiro a la gente. ¡Paj! ¡Paj!”. Sus disparos verbales sonaron como reales. Este
otro dijo “pin”. Sonó más suave, más incisivo, más económico en tiempos de
desabastecimientos múltiples, más sugerente, más sifrino. También más cobarde y
traicionero porque aconsejó darlo por detrás de la cabeza, a escondidas. ¿Serán
estas las cosas que dan risa? Héctor fue un malandro más valiente, más sincero,
que mataba de frente: “Estaba de espaldas, le tocamos la espalda, él se voltió…
y le dimos dieciséis tiros (pepazos)”.
27.875 pepazos mortales nos
pusieron en 2015 a la cabeza indiscutida de los países del mundo en homicidios.
Nuestra tasa creció de 82 a 90. Honduras, el único que nos ganaba en 2014, bajó
la suya significativamente.
27.875 pepas cargadas de
muerte que perforaron otros tantos cuerpos de venezolanos. Pero no fueron las
únicas. Dice el amigo Roberto Briceño León que desde hace años ya se venía
mostrando la tendencia a asesinar una persona con varias pepas. Así, se pasó de
2 a 5 y luego de 5 a 10, ya en 2014 y en promedio. Héctor en un caso habla de
4, en otro de 9 y en el citado de 16. Se dieron también descargas de setenta y
quizás más. Nada de risa.
La escenita pone en clara y
brillante luz los factores intervinientes de la violencia asesina en este país:
actores, actitudes y prácticas.
Los actores: poder nacional y
malandros. Uno y otros en actitud de benévolo y complaciente acuerdo a pesar de
algunas necesarias, lastimosas, desgraciadas y brutales acciones de relumbrón.
Para que el público se lo crea, ese público que ve y oye, ante el cual no se
puede practicar, así, tan de bandera, la verdad. La verdad se dice, y sobre
todo se practica, tras las cámaras. A escondidas. Si a alguno se le escapa,
como al segundo actor del sainete, ex líder nacional de los bolivarianos
círculos, ¿de paz?, se le recuerda amablemente que eso no se hace: “¿Tú estás
loco, chico? No se te olvide que estás en vivo”. La sonrisa de sibilina
complacencia desnuda, más allá del tono y el colorido, la actitud de fondo que
rige las prácticas, la verdad del todo, pues.
¿De qué se ríe, señor
presidente, de qué se ríe?
12-01-16
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