Fernando Mires 14 de febrero de 2016
Hay
conceptos preñados. Son los entendidos por su significación adquirida y no por
su etimología. Solo nombrarlos activa asociaciones, dependiendo del lugar y del
tiempo en donde son pronunciados.
No hay
que nombrar la cuerda en la casa del ahorcado; es un dicho. Y es muy cierto: la
palabra “cuerda” tiene una significación distinta para un violinista que para
la viuda de un ahorcado. Con la terminología política sucede algo parecido. Si
yo digo en Chile, “pueblo chileno”, nadie se va a incomodar. Pero si en
Alemania digo “pueblo alemán”, me van a mirar con desconfianza pues se trata de
un concepto asociado a la historia del nazismo. En la docencia universitaria es
impronunciable: un tabú.
Uno de
los conceptos más preñados es –o ha llegado a ser- el de liberalismo. La razón
parece ser obvia: Hoy priman dos connotaciones acerca de su significado. Una es
económica. La otra es política.
Acerca
de esas connotaciones tuvo lugar hace muy poco en Chile un debate público entre
algunos intelectuales acerca del dilema Hayek o Rawls. Como se puede inferir,
el tema apuntaba a una toma de posiciones con respecto al futuro del
país: O a favor del liberalismo económico de Hayek o a favor del liberalismo
político de Rawls; ese era el tenor de la interesante controversia.
¿Son
entonces el económico y el político dos liberalismos distintos? En un principio
no lo eran. Las libertades económicas defendidas por Hayek pertenecieron
originariamente al compendio de los liberales del siglo XlX. En esos tiempos no
había contraposición entre ser liberal en lo económico y liberal en lo político
y probablemente a nadie se le habría ocurrido iniciar una discusión sobre un
dilema Smith/ Rousseau, como hoy ocurre con el dilema Hayek/ Rawls.
La
disociación entre el liberalismo económico y el político es más bien un
producto neto del siglo XX. Aunque es difícil encontrar un punto cronológico de
partida, es fácil deducir las razones que llevaron a dicha semántica disociación.
Esas razones tienen que ver con la despolitización de la economía, con su
conversión en ciencia matemática y con el nacimiento de la politología como
disciplina independiente.
En
otras palabras, la especialización taylorista del trabajo no solo se hizo
presente en la producción industrial, sino, además, en diversos niveles de la
vida, incluyendo el intelectual. Es por eso que mientras más complejas se
vuelven las relaciones humanas, mayor es el grado de especialización requerida.
Lo experimentamos muy bien en el campo de la medicina donde muchos hemos sido
casi obligados a delegar cada uno de nuestros miembros a un médico diferente.
Los tiempos modernos son, definitivamente, fragmentarios y, por lo mismo, las
tendencias disociativas son cada vez más notorias.
En el
caso de la disociación entre dos liberalismos, el económico y el político, esta
comenzó a hacerse manifiesta cuando algunos economistas descubrieron que las
libertades económicas podían ser practicadas no solo con prescindencia de las
políticas sino, además, gracias a su supresión. Los chilenos lo sabemos muy
bien. El liberalismo económico practicado en los últimos decenios por todos los
gobiernos, floreció en Chile no en contra sino gracias a una dictadura. Antes
de esa dictadura, el liberalismo tenía una connotación muy positiva. Después
–pese a que continúa prevaleciendo- ha llegado a ser casi un insulto.
Mucho
más lejos de Chile, en China, sus jerarcas descubrieron como el más
desenfrenado liberalismo económico podía ser también una condición para el
mantenimiento de la dictadura comunista en el poder. Allí, un modelo basado en
la supresión de las libertades políticas por un lado, y en la total liberación
de las fuerzas productivas, por otro, ha funcionado de modo altamente exitoso. De
igual modo, el “capitalismo concesionario” puesto en práctica por Raúl Castro
en Cuba, otorga muchas libertades a las empresas turísticas (incluyendo las
formas más duras de prostitución) siempre y cuando estas no interfieran con el
poder del Estado.
El capitalismo
impuesto por los chinos en la economía y por Raúl Castro en el área turística
no solo es neoliberal. Es, además, ultraliberal. El comunismo –así escribirán
los historiadores futuros– fue en países como China y Cuba la fase de la
acumulación originaria en el proceso histórico que lleva a un capitalismo total
(y totalitario).
¿Cómo
lograr que quienes defendemos a un liberalismo radical en lo político no seamos
confundidos con los liberales económicos? Es condenadamente difícil.
Precisamente para evitar esas dificultad, la última vez cuando fui preguntado
si yo era liberal o no, me decidí a responder: “ No: yo no soy liberal, yo soy
libertario”. Igual, creo que nadie me entendió. No obstante pienso que, casi
sin darme cuenta, dije algo importante. Ser liberal, efectivamente, no es lo
mismo que ser libertario
¿Cuál
es la diferencia entre un liberal político y un libertario político? La
respuesta es fácil: mientras el liberalismo político es una doctrina,
el “libertarismo” –no sé si existe como concepto, de ahí las comillas- es
una actitud, o si se prefiere, una toma de posición no
solo frente a la política sino ante la vida. Quiero decir: se puede ser
progresista o conservador, izquierdista o derechista y, además, libertario. La
“libertaridad” es una posición transversal.
Soy
conciente –no estoy inventando la pólvora- de que la idea libertaria tiene una
connotación originariamente anarquista. Pero eso ya no puede seguir siendo un
problema. Por una parte, los anarquistas casi ya no existen; como las ballenas,
están en vías de extinción. Por otra, el ansia de libertad – y no una doctrina-
sigue viva en diferentes zonas de la tierra. Me atrevería incluso a afirmar que
por el solo hecho de ser humanos, deseamos –aunque sea muy en el fondo- ser más
libres de lo que somos.
Hay
muchos modelos de organización social y económica, qué duda cabe. La disputa
acerca de cual de ellos es el más eficiente continuará llenado páginas en
libros y en medios de comunicación. Y está bien que así sea. Pero más allá del
modelo que nos guste, para los militantes de “el partido de la libertad” hay un
punto muy claro; y es el siguiente: todo modelo que pase por la restricción de
las libertades, de los derechos humanos consagrados en las constituciones
democráticas, o por la instauración de dictaduras, despotías y autocracias, es
un mal modelo y por lo tanto debe ser repudiado y combatido. Esté donde esté.
Sea en la derecha o en la izquierda. Pues, como escribió Hannah Arendt: “El
sentido de la política es la libertad”. Sin ese sentido –uso una paradoja- la
política no tendría sentido.
Ahora,
¿qué es la libertad? He aquí mi respuesta: Cuando la tengo, no lo sé.
Cuando no la tengo, sí lo sé.
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