Américo Martín 13 de febrero de 2016
El
gran posicionamiento democrático del pasado 6D 2015, ha clarificado y elevado a
las alturas más visibles la tenaz confrontación librada entre dos movimientos
excluyentes, el totalitario y el democratizador. Lucha historia, de alcance
planetario, pero que en cada caso guarda características cosmológicas, podría
decirse, o proféticas dada su naturaleza precursora. Y hablo de Venezuela, cuyo
drama padezco como probablemente la mayoría de los latinoamericanos.
Quiero
subrayar que esos extremos no son estáticos; son movimientos con propensión
expansiva. La democracia y el totalitarismo luchan por desplazarse
recíprocamente a objeto de copar todos los espacios, solo que el éxito que
puedan obtener está lejos de significar lo mismo. Los avances totalitarios
extinguen la diversidad, la libertad, la creatividad humana independiente, en
tanto que allí donde vence la democracia esos valores predominan y se llenan de
luz los escenarios. Basta con observar lo que en solo un mes ha ocurrido con un
poder tan significativo como la Asamblea Nacional. Antes era sumisa, esclava
del Ejecutivo, dominada por una sola voluntad, y ahora, recuperada su
independencia ejerce con brillo y justicia sus competencias legislativas y
contraloras.
Semejante viraje ha entregado la iniciativa política a
la oposición y ha puesto contra la pared al gobierno, que se aferra a causas
indefendibles, con frecuencia
viles, inmorales y hasta
inhumanas. Lo interesante es que cuando retenían la hegemonía plena del
Legislativo no se molestaban en argumentar seriamente sus intereses, les
bastaba con atropellar al adversario, incluido el que germina a diario en el
seno del oficialismo. Pero, forzados por los progresos de la diputación
democrática, entran en los debates que rehuían, obligados a desembuchar
argumentos y revelar sordideces que los ponen en evidencia ante el país y el
mundo.
Es Venezuela
una sociedad totalitaria? Por supuesto
que no plenamente porque el circulo de hierro no se ha cerrado sobre todos los
espacios autónomos, más después de éxitos tan considerables como el obtenido
por la MUD en las recientes parlamentarias. Tampoco ese logro autoriza a
considerar democrático el sistema del país, particularmente porque poderes
fundamentales siguen siendo armas descaradas para intentar revertir los
repetidos pasos adelante que está dando la democracia. Diría entonces que aquí
la confrontación de esos dos movimientos es igualmente la de dos vocaciones: la
democrática y la totalitaria. El gobierno de Maduro no materializa su recóndita
vocación porque lo traba la democracia, cuyo crecimiento es ostensible, y con
él está floreciendo un masivo liderazgo en constante renovación.
Es en
ese esquema que podemos establecer el significado de las recientes pugnas
políticas y de los debates en ciernes. Solo que las consecuencias se hacen
visibles porque el cimiento sobre el que se desarrollan no tiene salida. El
desastre económico y social de la nación se expresa en múltiples protestas que
nadie puede sofocar ni menos ocultar.
La
renuncia de Maduro facilitaría desenlaces beneficiosos para todos, pero se
aprecia que no quiere o puede recurrir a una medida como esa. Algunos han
propuesto buscar en la Constitución cualquiera de sus fórmulas pacíficas y
electorales para impulsar un cambio de poder que no suponga el uso de
violencia. Para eso sería menester iniciar un diálogo entre las dos partes
susceptible de evitarla y de bajar las tensiones. El sistema jurídico
interamericano, países importantes del Continente y organizaciones como Unasur incitan
constantemente a emprender ese camino.
Colombia
parece próxima a concluir exitosamente las complejas negociaciones
Santos_Timochenko, o más exactamente, Gobierno de Colombia y Farc. Con deudas
de sangre y destrucción mucho más altas que las de cualquier otro lugar de la
Región, la médula de estos eventuales acuerdos reside en el
desarme-desmovilización de las FARC y su inserción legal en el sistema
democrático de ese país. Lo que en el pasado no permitió el progreso de los
acuerdos de paz fue el peso de la
ideología y la convicción del Secretariado comandado por Marulanda de que su
victoria militar sería posible y por consiguiente no aceptó jamás que en
ninguna negociación se contemplara el desarme del ejército revolucionario.
·
Las armas de las FARC –declaró expresamente
Marulanda- son la única garantía de preservación de los acuerdos.
Pese a
rotundos desengaños y a la enérgica resistencia de la realidad, no obstante la
certificada mayoría opositora y el malestar incontenible de todos los
estamentos sociales, el gobierno de Maduro se mantiene aferrado con más temor
que certeza a la teoría de no dialogar en serio con una oposición que denomina
derechista y apátrida, porque no halla manera de explicar su renuencia a
negociar, dada la magnitud de los asuntos que han de ser colocados sobre el
tapete.
Con
menos insistencia que antes, sale a volar el irrisorio socialismo siglo XXI, en
nombre del cual la lucha de clases no puede ser conciliada sin ofender la
memoria de Marx y Lenin. Ese lamentable modelo socialista ha sido desvestido
muchas veces. Con mi fallecido amigo Freddy Muñoz escribí un libro destinado a
rebatirlo sin que nadie se atreviera a rebatirnos, como hubiésemos deseado.
Permítanme
concluir citando algo que desde su punto de vista expuso el doctor Manuel
Rachadell en una obra excelente:
·
En la fallida reforma constitucional de 2007
-escribe- se postulaba ”construir el socialismo como único camino de redención”
pero estudiado el proyecto y las medidas adoptadas, no se observa en ningún
momento disposición de socializar los medios de producción en general, sino de
crear un marco jurídico para expropiar y confiscar a quienes no simpatizan con
el gobierno.
Agonía
de una tragedia ideológicamente uniformada con un emblema que naufragó en todo
el planeta.
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