Simón García 17 de abril de 2016
La
disyuntiva es cada vez más clara para todos: cambiar o permitir la continuación
de la destrucción del país. Más de las dos terceras partes de la población
exige un cambio, lo que significa que allí están incluidos seguidores del
gobierno y que buena parte de ellos está dispuesta a revocar a Maduro.
El
país que está bregando diariamente con la crisis, está comprobando que el
chavista está haciendo la misma cola que quien no lo es y que tanto unos como
otros son víctimas de un modelo que no funciona y de un gobierno ocupado, por
un lado, en mantener las medidas que profundizan la crisis y por el otro, en
prolongarse en el poder aún a costa de que el país se hunda. Es evidente que
esta obsesión continuista de la cúpula está vinculada a mantener corruptelas y
negocios peores a los que se han destapado en Brasil gracias a un poder
judicial independiente y a unas fuerzas armadas institucionales.
En
nuestro caso, la cúpula gubernamental ha decidido colocarse contra el Estado de
derecho, manipular la Constitución Nacional para protegerse, usar la ley para
otorgarle impunidad a sus delincuentes, negar la mayor conquista de la
democracia participativa como es el derecho a que sea el pueblo quien decida si
quiere a Maduro dentro o fuera de Miraflores.
A la
cúpula gubernamental no le importa Chávez y del siglo XXI sólo le interesa
mantener el hampoducto entre la renta pública y las escandalosas cuentas
bancarias afuera. De este círculo de perversión del proyecto, descomposición
del Estado y agresión a la sociedad forman parte los invasores del Tribunal
Supremo de Justicia y sectores militares al servicio de una parcialidad
amparada en una ideología contraria a la justicia y a la libertad.
Está
prendido un alerta rojo en las bases todavía fieles al oficialismo en las
parlamentarias. En el Psuv y su polo vitrina también crujen los reclamos y la
exigencia de cambio. Las declaraciones de Rodríguez Torres rompen el pacto de
silencio que han aceptado otros dirigentes críticos dentro del Psuv. No son ni
salto de talanquera ni carantoñas hacia la oposición, sino un acto de
aceptación de la realidad para impedir que el Psuv sea manejado como un dique
contra la voluntad del pueblo.
Hay
una Venezuela en resistencia al autoritarismo y a la barbarie. Los que no se
adaptan a la crisis pueden trabajar juntos a favor de un modelo de transición
compartido, incluido el mecanismo de la renuncia de Maduro que sería la mayor
contribución a la paz y a la convivencia.
Para
que ello sea posible hay que aislar a los sectores radicales, estén donde sea,
pero especialmente a los que están alojados en el poder, con más apego a la
Constitución, con más democracia, con más convivencia, con más reconciliación y
con los cambios indispensables para superar la crisis.
Aún
hay esperanzas sólidas para andar juntos en un nuevo país.
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